Capítulo 1: Sir Lionel

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Adam y Arturo cabalgaban encabezando la comitiva, acompañados de Robín y Marc, junto a algunos otros soldados de la guardia, y viejos conocidos y amigos de Lionel. Al adentrarse en la finca de la familia, se les encogió el estómago y su corazón se rompió. Desmontaron de los caballos y anduvieron el resto del camino hacia la casa. Fuera los esperaba Lady Juliana, la esposa de Lionel, junto al resto de caballeros de la mesa redonda. Arturo se aproximó a ella en cuanto la vio. Los ojos de la mujer estaban irritados por las lágrimas y las ojeras bajo sus ojos indicaban que apenas había podido dormir. Arturo no fue capaz de mostrarse firme frente a ella y se desplomó a sus pies, casi suplicando su perdón.

—Lo siento —se disculpó entre sollozos por no haber podido proteger a su esposo.

Juliana se agachó e hizo que se incorporara, antes de envolverlo en un fuerte abrazo.

—No fue tu culpa.

Arturo correspondió el abrazo, agradeciendo profundamente su consuelo. Juliana siempre fue una mujer muy dulce y comprensiva, protectora con los suyos; perfecta para alguien como Lionel.

Marc le puso una mano en la espalda a Robín, al apreciar sus ojos cristalizados, al borde del llanto. Estar allí era abrumador. Robín sentía la mirada acusadora de todos sobre ellos, a pesar de que no fuera así. Nadie los culpaba por lo ocurrido, al contrario, sabían que de no ser por ellos, tal vez todos estarían muertos. Pero si había algo que caracterizaba a los Hood, era su constante tortura por no haber hecho más, aunque ni siquiera estuviera en su mano hacerlo.

«Yo debía protegerlo» se torturaba Marc en silencio. Lo mandaron con Lionel para ayudarlos a luchar, para protegerlo, y ahora la mujer frente a él había perdido a su marido, y una niña a su padre.

No podían ni mirarla a la cara.

Nimue salió de la casa y su mirada viajó hasta Adam. Al verse se aproximaron el uno al otro rápidamente, para envolverse en un fuerte abrazo. Sus ojos brillaron por las lágrimas, de tristeza y alivio.

—Estás bien —dijo la ninfa, sintiendo que podía volver a respirar, aunque fuera un momento.

—Me alegro de verte —dijo Adam con la voz temblorosa.

Cuando se separaron, ambos dirigieron su vista a Lady Juliana, quien le dedicó al rey una sonrisa triste. Adam se acercó a ella y se inclinó en señal de respeto, tomando su mano con gentileza.

—Lo siento mucho. —Su voz se quebró; lo cual para un rey era algo vergonzoso, se suponía que debía mostrarse imperturbable—. Lionel era... Él era... Era demasiado para este mundo tan cruel.

Juliana acarició su rostro y limpió las lágrimas que escaparon de sus ojos.

—Me alegra que estéis bien, majestad —le dijo.

—Las puertas de Camelot: la capital, mi castillo, todo... siempre estarán abiertas para ti. Contad conmigo para lo que necesitéis.

—Gracias.

Adam abrazó a la mujer al notar como ya no podía contener el sollozo.

Robín se acercó a Arturo y tomó su mano, mientras este rodeaba a la ninfa con el brazo.

—Arturo —lo advirtió el arquero.

Todos giraron el rostro para contemplar a los caballeros de la mesa redonda, junto con Ginebra y su bebé, y con ellos, la pequeña Kayley (la hija de Lionel). El ambiente se tensó, no solo por el reencuentro de la ex pareja, sino por ver a la pequeña Kayley, agarrada de la mano de Lancelot. Se veía tan frágil, tan inocente y tan apagada. Una pobre niña que los miraba como si esperase encontrar allí a su padre. Pero no estaba... y ya nunca volvería.

Robín y Arturo: La fortaleza del Señor Oscuro [LRDN #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora