"La luz de la espada brillará una última vez, con el sacrificio del héroe que la portó"
Ha llegado el momento de tensar los arcos y desenvainar las espadas.
Merlín sabía que llegaría este momento. El momento en que los caballeros se aliaran con los...
Laura quedó asombrada y algo desconcertada al ver su habitación en el castillo. Estaba acostumbrada a dormir en tiendas, cuartos pequeños, y compartir dormitorio con Jay y alguno de sus hermanos. En Nottingham, Marian les proporcionó una de las cabañas donde solía vivir la guardia real, ya que no se sentían cómodos en el castillo.
La habitación era enorme, con una mullida cama, sábanas de seda, y tan alta que Laura debía pegar un brinco para poder subir. Los ventanales eran tan grandes que provocaban que se sintiera observada, y la distancia entre el suelo y el techo era tal, que sentía como si fuera el mismísimo cielo.
—¿Todo esto es para mí? —preguntó algo desconcertada.
—Por supuesto —contestó Adam—. Puedes tomar lo que quieras, es todo tuyo. Hay ropa en el armario por si la necesitas y más mantas. En esa puerta tienes el baño.
—¿Tengo mi propio baño? —Laura hablaba como si creyera que le estaban tomando el pelo.
—Sí, todos lo tenéis. Esta ala del castillo es la de la familia real, así que tiene sus privilegios.
—Ohhh.
—¿Qué se dice, Laura? —le dijo Mera.
—Gracias —respondió la chica con una sonrisa forzada.
—De nada. Venga, vayamos a ver las demás. Querréis instalaros.
Mientras todos salían de la habitación, Arturo se quedó observando a Laura, que parecía no saber qué hacer ahora, miraba todo a su alrededor, pero no se acercaba a nada.
—¿Estás bien? —le preguntó cuando todos se fueron.
—No quiero ser desagradecida, pero...
—Pero esto es demasiado, ¿verdad? —Laura asintió—. Sí, a mí también me pasaba. Robín se fue a dormir a un sofá la primera noche que tuvimos nuestro dormitorio. Decía que la sala era demasiado grande y le inquietaba. Es gracioso, normalmente son los lugares pequeños los que incomodan.
—Es que es todo tan refinado que... No sé. Es como si en cualquier momento se te fuera a caer encima.
—Y al tocar una cosa pudieras destruirlo todo —concluyó—. Lo sé. Me crié en una granja, cuando llegué aquí sentía que me hundía en la cama y el techo se me venía encima. —Arturo puso una mano en el hombro de Laura—. Te acostumbrarás. Aprovecha estas pequeñas cosas, tienes derecho a disfrutar de un poco de lujo.
Laura no contestó, solo soltó un resoplido, que Arturo entendió como un: «está bien». No dijo nada más y se despidió dándole un beso en la cabeza, antes de dejarla sola en su nuevo cuarto, para que se fuera acostumbrando. La conocía lo suficiente como para saber que aquello no sería fácil para ella. Al igual que Robín, se había criado en la calle desde muy pequeña, no tenía nada, y ahora se sentía una intrusa entre tanto lujo, como si no fuera digna ni de una cómoda cama.
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