Capítulo 1

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Lo odio. Odio el sonido de la lluvia al chocar con cualquier superficie, como está pasando ahora. Odio esta sensación que se queda en el cuerpo cuando llueve, me agobia, quiero deshacerme de la ropa lo antes posible. Odio el olor que desprenden los perros al pasar por su lado cuando están mojados, como ahora mismo. Las calles repletas de gente, algunos comprando los regalos para estas navidades, otros relajados sabiendo que los tienen ya preparados desde hace meses para evitar olvidos, las parejas acurrucadas como si no existieran suficientes tiendas como para comprar mantas y guantes, todo esto me resulta innecesario, quiero por fin llegar a mi casa y encerrarme dentro, no quiero ver a nadie, no quiero hablar con nadie ni encontrarlos por el camino, y mucho menos a Paquita, ella sí que no, me quedaría horas bajo la lluvia escuchando que Sarita, su gata, ha escondido todas las zapatillas de casa, o que su tortuga ha desaparecido. En realidad, no me extrañaría, yo también escaparía lo antes posible de ella y de este sitio. Me gusta la vida tranquila, fuera del ajetreo y agobio de las ciudades.
Por fin paso la última farola antes de llegar a mi casa, esa farola que tanto me representa, descolorida, a punto de caer y cortar el paso a los coches, o tal vez cayendo sobre ellos. Los escalones los subo rápidamente, soy bastante rápida por suerte. Una vez dentro procedo a hacer mi rutina de siempre, hacerme una taza de leche con Nesquik y sentarme en mi sofá cama a revisar mi móvil. Veo las únicas llamadas que he recibido hoy, una de una amiga que en realidad, creo que sigue en contacto conmigo por pena, por no dejarme sola; y una de spam de alguna red telefónica. No pretendo que sientas pena por mí, ni mucho menos, pero soy incapaz de aguantar una sonrisa en mi cara por más de diez minutos, y mucho menos de mentir, cuento la realidad tal y como la veo. Así que si buscabas algo con lo que alegrarte el día, no sigas leyendo, porque no esperas lo que va a ocurrir, al igual que yo.
En la sección de noticias sigue lo mismo, que si la una se ha separado del otro, que si tal presentador, que si la vecina... pero hay un una noticia que llama más mi atención. Una chica ha desaparecido, otra vez. No sé cuántas personas van ya este mes. A algunas las conocía de vista, o las conozco, no sé exactamente cómo referirme a ellas. La cuestión es que este es el único acontecimiento que consigue despertar algo en mí, ¿miedo? No lo sé, es lo más probable.
Nunca he logrado entender qué pasa por la mente de esos secuestradores, ¿qué los moverá a hacer lo que hacen? Siempre me he intentado poner en el lugar de los demás, también como abogada del diablo, pero hay ciertas cosas que se me escapan, si no me topo con ellas completamente jamás podré entenderlo.

El día siguiente cumple con mi perfecta rutina, me visto e intento acomodar mi pelo para que sea un poco más presentable, vuelvo a tomar mi taza de leche con Nesquik y salgo a trabajar. Mi trabajo es lo único que sigue agradándome. Desde pequeña me había apasionado la idea de trabajar en una librería, es cierto que tenía algunas otras preferencias, pero esta me gusta. Me encantan los libros, pero hace un tiempo que ninguno se me queda clavado en la mente por unos días, esos libros que te cuesta olvidarlos.
Mientras camino veo a un pequeño gato de color blanco con manchas naranjas en la carretera, está quieto, pero no está muerto. Me gustan los animales aunque no cuando molestan, con que hagan su vida lejos de mí. Ese animalito parece que no tendrá mucha suerte, pues un coche se acerca y parece no verlo, o no querer verlo, quién sabe. Algo extraño me pasa, siento el impulso de acercarme, correr antes de que el vehículo lo arrolle, pero alguien me sostiene de la capucha del abrigo.
—Qué prefieres, ¿salvar una vida, o que caigan dos?
No había escuchado esa voz antes. A decir verdad, no suelo hablar con muchas personas. Esta es susurrante, pero aún así consigue pararme en seco.
—Esperemos mejor a que pase y si quieres luego, agárralo y llévalo a un veterinario —vuelve a decir la voz detrás de mí.
Esta vez noto que se trata de un chico joven, puede que de mi edad. Me llama la atención su pelo, pelirrojo, es extraño encontrarlos a menudo por aquí. No es muy alto, puede que esté por debajo de la media en España.
Tras decir estas palabras me precipito a coger al animal, aunque noto que poco se podría hacer por salvarlo. Vuelvo los pasos andados hasta donde se encuentra el chico y yo hace unos segundos. Estoy nerviosa, no por lo sucedido con el animal, sino por estar hablando con esta persona, no me gusta comenzar conversaciones con gente nueva porque no las suelo controlar bien, siempre acabo diciendo lo mismo, "sí, no, encantada" y "adiós ".
—Para mí que poco se puede hacer —consigo decir tras estar pensando en las palabras exactas para no trabarme.
—Podemos acercarnos a una veterinaria por si acaso, como prefieras.
Hay dos cosas que no he notado, una es que me estoy empezando a mover buscando una veterinaria, la otra es que he permitido que él me acompañe.
No hablamos mientras caminamos, pero noto que me observa.
—No sé tu nombre, por cierto. No sé cómo dirigirme a ti.
—Soy Sara —miento, no me gusta dar datos personales a otras personas, a saber qué harían luego, a parte, mi nombre es muy distinto a lo habitual.
Me doy cuenta de que no pregunta nada más, solo hace un gesto que me llama la atención. Levanta las cejas mientras ladea la cabeza y alza la comisura del labio.
—No me gustan las mentiras, pero esta te la paso porque entiendo que te resulte raro que de repente un chaval se acerque sin conocerte y se preste a acompañarte hasta tu parada, una parada inútil ya que el animal está muerto, pero comprendo que intentemos, como humanos que somos, alargar la vida de ciertos seres por miedo a presenciar el fin de sus vidas. Eso nos perturba.
Esto me deja helada. Es cierto que no soy de hablar con desconocidos, pero no puedo negarme a este tipo de conversaciones.
—No es cuestión de que nos perturbe, es simplemente que lo hemos tomado por costumbre, lo hemos adquirido de los demás. Es un gesto automático supongo.
El chico sonríe. No es una sonrisa para agradar, más bien de sorpresa a mi repuesta. Lo que me recuerda que no sé cómo se llama.
—Preguntaría cuál es tu nombre, pero después de saber que te he mentido no creo que me lo quieras decir, aunque no entiendo cómo has sabido que miento.
—No lo he sabido en realidad, solo tienes que hacer como que lo sabes para que la misma persona sea quien te lo diga, sin necesidad de forzarla.
Seguimos caminando un poco más hasta que vemos el cartel. Una vez en la puerta él se para.
—Bueno, aquí te dejo yo, debo seguir hasta cruzar el puente. Lo que queda es decisión tuya —me dice señalando al animal.
Se da la vuelta pero se gira una última vez extendiendo su mano.
—Se te había caído cuando has intentado ir a por el gato.
Mi DNI, genial, por más que intento cerrarme en mi burbuja la tengo que liar siempre. Por lo menos me lo ha devuelto, otra persona se lo hubiera quedado.
Me quedo unos segundos en la puerta sabiendo que entrar es inútil, así que decido volver y dejar al animal cerca de un árbol.
Ahora que estoy andando sola otra vez me bajan los ánimos. ¿Acaso me he divertido hablando con ese chaval? No lo sé, pero sí que me he evadido de la realidad, mi realidad. Sigo andando, y más hasta llegar a la librería. Dentro ya, me dispongo a colocar unos libros que me habían llegado en sus respectivas estanterías. Mientras lo hago recuerdo que Marina, la última persona en desaparecer por el momento, solía venir mucho, le encantaba la lectura, sobre todo la de fantasía. Yo soy más de novela negra, crimen y misterio, me resultan más interesantes, aunque últimamente no demasiado. Mi madre me solía decir que acabaría mal de la cabeza de tanta muerte, pero a mí me resulta más fácil acabar así sólo pasando una tarde entera con Paquita, eso sí que te trastoca.
Al acabar en la librería, vuelvo a mi casa a hacer lo mismo de siempre, cuando recibo una llamada. No la quiero cojer, quiero que me dejen en paz, pero se trata de Sofía, esa amiga que te he comentado antes. Así que descuelgo.
—Hola, por fin me lo coges, el otro día intenté llamarte pero me saltó el contestador. Espero que estés preparada porque ahora vamos a algún parque o lo que sea, he quedado con algunos más y he pensado que te vendría bien venir tú también. No acepto un no por respuesta.
Y cuelga, no me deja hablar, darle una respuesta, no, ella no, todo lo planea ella sola y así tiene que ser, adaptemonos todos a sus planes. Así que llego a mi casa, me cambio, aunque no me pongo nada muy llamativo, unos vaqueros y suficiente. La espero hasta que me envíe un mensaje que me indique si voy hacia nuestro lugar de encuentro, pero lo único que me llega es una notificación de una red social, un tal Luca me ha enviado una solicitud de amistad. Entro y me fijo en que es el chico que había conocido esta tarde. Así que Luca es su nombre. Decido aceptarla, después de todo me ha caído bien.

Traidora Donde viven las historias. Descúbrelo ahora