Capítulo 3

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Drogada, parece que estoy drogada, atontada. Siento que me mareo por el traqueteo del vehículo que me lleva. Los escucho hablar, son más de dos, pero no reconozco sus voces, me cuesta oírlos bien. Sé que voy en el maletero, me parece ridículo, qué poca originalidad, además de que estoy atada y con un saco en mi cabeza, tiene pequeños orificios, por lo que puedo ver un poco a través de él. Ahora mismo lo único que me viene a la cabeza es lo que dirá mi jefe al ver que no voy a abrir la tienda mañana, lo que dirá al no poder contactar conmigo, ¿llamará a la policía? No lo sé, pero sé que me reemplazará rápido.
Noto que el coche para y las puertas se abren, poco después levantan la del maletero y me sacan, es curioso pero lo hacen con cuidado, ya han dejado de lado esa presión que habían puesto sobre mi cuerpo poco tiempo atrás. No hablan, no dicen nada, solo oigo sus respiraciones, los pasos al pisar las hojas secas, el sonido de los saltamontes... no parece que estemos en la ciudad, ya no, no suenan los coches, las motos, los músicos en las calles buscando algo de dinero, ya no. Es ahora cuando piso algo que no es tierra, suena a madera, como la de esas casas que parecen viejas, rústicas pero muy ostentosas. Me sientan, pero no me desatan, solamente oigo decir:
—Lo siento, lo siento mucho.
Esa voz, esa voz que tanto me ha llegado a animar en poco tiempo ahora me decepciona, me entran ganas de llorar, no me esperaba esto aunque tú, como persona externa estarás diciendo: "Estaba claro, Ápate, es un desconocido solamente". Y tienes razón, pero este desconocido por unos momentos me ha hecho pensar en el futuro, en mi futuro, cosa que no me había planteado nunca.
Justo después de esas palabras me quitan el saco, me ciega la luz un poco por este drástico cambio. Me encuentro sentada en una mesa extensible de madera enorme con un centro de mesa precioso, es dorado y con pequeñas flores que parecen de plástico, son más sencillas de preservar que las normales. Las paredes son bastante llamativas, en tonos verdes y con patrones que me recuerdan a lámparas. Hay algunos cuadros, pero uno de ellos es enorme en la pared que tengo enfrente, un bodegón. Delante de mí están cuatro chicos, de los cuales uno parece alcanzar los treinta, es el que se encuentra de pie. Delante de este, a mi izquierda, uno con pelo largo y muy bien cuidado, parece alto, o me da esa sensación pero está sentado, puede que me equivoque. Al otro lado hay un chico que no para de sonreír, no me tranquiliza ese gesto, más bien me da asco; y justo frente a mí, como intentando disculparse una y otra vez a través de su gesto está Luca, no parece nervioso, no como yo.
—Supongo que estarás sorprendida, está más que claro —comenta el de la derecha—. Estás secuestrada, quiero... queremos que lo tengas claro durante tu estancia en este sitio. Para terminar rápido, hay ciertas acciones que no debes llevar a cabo por tu bien. No puedes gritar, pedir ayuda, te será inútil, no hay nada a nuestro alrededor. No nos vamos a presentar todavía, no hace falta de todas formas, pues no habrá necesidad de que te comuniques con nosotros.
Esto me lo imaginaba, pero no me quiero creer completamente sus palabras, pues no lo he visto, no quiero cerrarme a cualquier idea. Es cierto que el exterior parecía aislado, pero no me lo quiero creer.
—No te vamos a hacer nada —menciona rápidamente Luca tras las palabras de su compañero—, o por lo menos no directamente, no te preocupes.
—Lo que no comprendo es por qué me estáis explicando todo esto, se supone que estoy secuestrada, no lo entiendo.
—Que estés secuestrada no implica que no te podamos dar ciertas normas, pues no es un secuestro normal, ya lo verás. Queremos observar, solo eso, observar por el momento. No escogemos a las personas de la noche a la mañana —dice esto último mirando a Luca por el rabillo del ojo.
Con lo cual, no estoy sola con ellos, hay más como yo, más inocentes a saber en qué circunstancias. A continuación se paran y yo hago lo mismo, pero antes de salir de la habitación me tapan los ojos de nuevo, aunque sí me da tiempo a ver cómo ladean ese cuadro tan grande, dejando ver un espacio hueco. Andamos bastante, y lo noto, estoy cansada. Mientras tanto Luca va a mi lado y no para de repetirme que nací para esto, solo que no lo sé, no todavía. ¿A qué se refiere? No lo sé, como él me dice, no por el momento. Me resulta extraño, pues me da rabia lo que ha ocurrido, pero aún así me sigue hablando tranquilamente, no alza la voz y no me altera en ningún momento, no como la de los demás. Conforme nos vamos acercando a mi parada voy notando la diferencia en cuando a la sonoridad de la estancia, parece que las paredes son de distinto material, un material más rígido. Los pasos resuenan, está claro que nadie puede escapar, se escucharía demasiado. Me destapan los ojos y veo una puerta de metal gruesa frente a mí. Ahora mismo me gustaría tener a alguien en quien apoyarme porque estoy a punto de desmayarme, ¿qué va a pasar ahora? ¿Me van a matar de hambre? ¿Abusarán de mí? No lo sé, y no quiero imaginarmelo. Me adentro en la sala, al parecer solo es una habitación que funciona de unión con otras. Miro atrás.
—Lo que hagas definirá tu futuro —afirma el hombre que aparenta treinta años.
Cierran la puerta detrás de mí y me quedo aquí, con frío en esta especie de pasillo o sala. Las paredes aquí son amarillas y el suelo, al igual que el techo, es azul. "Me gusta esta combinación" me digo mientras miro mis manos temblorosas. Segundos después abren la siguiente puerta y diviso una pequeña cama de cuerpo en la esquina con sábanas en tonos azules. En la otra esquina hay un estrecho baño, bastante es para estar secuestrada. No hay ventanas, eso sí, por lo que me giro hacia la cama y es en ese momento en el que aprecio el tapizado de la pared, es de color azul claro, a conjunto con la cama.
Llevo un rato tirada en la cama intentando conciliar el sueño, no me he acercado al baño todavía, tal vez mañana al despertar me duche. Mi cabeza ahora es imparable, me pasa igual que cuando estás a punto de morir, echo la mirada atrás en mi vida, he hecho tantas cosas de las que me arrepiento. Desearía poder haber acudido al hospital a visitar a mi padre antes de que muriera, pero mi orgullo pudo conmigo; desearía haber accedido a mejores oportunidades de empleo que se me han propuesto y no he aceptado por miedo, desearía cambiar completamente, pero puede que ahora ya no valga la pena. Mientras tanto mis ojos van directos a un pequeño círculo negro en el techo, me enderezo en la cama y reconozco ese objeto, es una cámara, qué bien, estoy vigilada, ¿habrá también en el baño? Afortunadamente no hay, pueden estar ellos seguros de que no se podría tramar nada aquí ya que todos los objetos están pegados, ya sea en los azulejos como en el lavabo. Vuelvo a la cama, esta cama que no me pertenece pero, como persona que soy voy a tomar como mía el tiempo que me quede aquí, que espero sea poco por una parte, pero eso podría implicar que mi vida acabaría antes.

Traidora Donde viven las historias. Descúbrelo ahora