Cuando la posibilidad de permanecer atada a una vida de amoríos fracasados y soledad eterna la persigue, Isabela decide solicitarle una visión a su tío Bruno para averiguar sobre la incierta existencia del amor en su futuro.
El resultado es todo lo...
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Al cruzar la puerta y cerrarla detrás de ella, lo primero que Isabela sintió fue una leve brisa nocturna acariciando su piel tras la liviana tela de su camisón.
¿Estaba afuera? ¿Esa extraña puerta daba al exterior?
Pero no tendría sentido, su habitación estaba en el segundo piso ¿cómo podría…?
El lugar le resultaba oscuro, amplio y desconocido, no podía ver muy bien a donde iba.
Y mientras más caminaba, más confundida se sentía.
A pesar de tener sus zapatos puestos pudo sentir algo rozar su tobillo, se sintió como caminar sobre el césped húmedo.
Su camino pronto se volvió más claro con sus pasos y finalmente pudo observar el lugar con detenimiento.
Le costó creer lo que estaba viendo.
¿Qué era ese lugar?
En frente suyo, pilares de mármol cubiertos con enredaderas de rosas, plantas trepadoras de diversas flores coloridas colgaban del techo luciendo en forma decorativa.
Un pequeño cuerpo de agua tenía un sendero preparado con nenúfares de aspecto resistente para dejarla pasar al otro lado.
Al otro lado en donde ese mágico jardín se ampliaba.
Pero la parte que más la maravillaba eran aquellas hermosas lámparas con velas, que colgaban y con su fuego iluminaban en un tono cálido y naranja aquél lugar oscurecido por la noche.
La sensación que le provocó ingresar allí le recordó al día en el que recibió su don y abrió su puerta por primera vez.
Era una habitación mágica.
Esta habitación parecía un jardín, un amplio jardín decorado y preciosamente iluminado, con bancas de hierro pintadas en blanco para sentarse a admirar el agua y oler las flores.
