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Mar del Plata, 2002.
El club Barrio Jardín N°3 tenía una canchita de cemento, dos aros de básquet, un salon de baile y una cantina.
Don Miguel Pereiro era el nuevo y flameante dueño de la cantina. Él, su esposa y sus dos hijos, Vanessa y Lucas acababan de mudarse desde Santa Clara a Mar del Plata ciudad con un montón de sueños. Al tercer año de vivir allí, lamentablemente la esposa, Doña Mariela Arellanes enfermo gravemente. Entonces ya los sueños estaban medios rotos. Todo empero con la crisis económica y con los gastos de salud. Vanessa que quería pintar dejo de hacerlo, su padre ahora se encargaba solo de la casa y tenía dos trabajos. En la noche trabajaba en la estación de servicio, en el día en la cantina. Al poco tiempo Lucas se le sumó y Vanessa también a pesar de solo tener diez años.
Por suerte para Vanessa conocío a Emiliano.
Emiliano la defendía en la escuela, la hacía reír y le hacía compañía todo el tiempo, a cambio ella le regalaba su admiración, su sonrisa dulce, y sanguchitos de la cantina del club.
El entrenaba ahí, todas las tardes después de la escuela junto con su hermano. Jugaban al fútbol. Y ella lo agradecía, pues le permitía está con el a cada momento del día.

Vanessa

—Eh petisa—Emi movió la mano delante de mí cara. —¿me estás escuchando?

—no, ¿qué me dijiste?— le dije. Estaba concentrada armando un pedido para llevarlo hasta la otra cuadra, a doña Carmen. Ahora haciamos comida para vender y teníamos que trabajar el doble.

—Veni y escucha. El Beto me dijo de entrenar los sábados. Dice que tengo algo. Que puedo ser un capo. Cómo Goycochea y Pumpido.

Lo mire, tenía esa sonrisa que me gustaba. Con los ojos brillantes.

—Que te sorprende si sos re capo. No te meten una.

—¿a qué hora te podes ir de acá?

—Temprano, a papá no le gusta que trabajemos mucho, dice que estamos chicos.

Emi me miró, el también lo creía. Yo también pero era lo que había que hacer. Además era más lo que jugaba con las muñecas que lo que trabajaba.

—bueno dale, apúrate, así podemos jugar un ratito a la pelota antes de irnos.

Le sonreí.

—solo voy a jugar a la pelota si después me dejas jugar al doctor.

Puso cara rara, el siempre era el enfermo y yo la doctora. No le gustaba mucho porque lo pinchaba y lo pellizcaba.  Pero era así, a mí no me gustaba jugar a la pelota porque me caía todo el tiempo.

—Bueno dale.

Dejé el pedido preparado en el mostrador y salí a la canchita a jugar con él. Al rato se sumó su hermano, que nos venía a buscar.
Jugamos toda la tarde y me olvidé del trato. Era más entretenido correr atrás de ellos y patear la pelota de arriba para abajo. Tarde,ese día, los Martínez me invitaron a cenar era más divertido cenar con ellos que en casa. Porque en casa papá estaba siempre cansado, Lucas estaba triste pero en vez de llorar se enojaba y mamá...
Bueno mamá estaba y no estaba. La enfermedad que tenía no la deja sentarse derecha en la mesa, ni moverse mucho, ni sonreír mucho. Papa decía que era una enfermedad muy fuerte, que no se podía curar, que necesitábamos mucha plata. No sé. A mí me daba miedo a veces pero pasaba mucho tiempo con ella, más que Lucas porque el se enojaba, o se ponía triste.

—Emi— la mamá de Emiliano lo llamo, cuando ya estábamos jugando a las cartas en la mesa, entre la fruta y la bebida. —se está haciendo tarde, por qué no acompañas a Vane a su casa.

—si dale acompaña a tu noviecita— lo molesto su hermano. Yo me puse roja como un tomate y Emi también.

—callate vos —le digo a su hermano

Si hermano, riéndose, empezó a cantar una canción haciéndonos burla— te gusta Vane, te gusta, te gusta...

—vamos que te acompaño— dijo el, enpujandome un poco hasta la puerta.

Seguí roja, con mí cara ardiendo de vergüenza. Caminamos en silencio las cuatro cuadras que separaban nuestras casas.

—Che Vani— el nunca me decía Vane, ni Vanesa —que raro lo que dijo mí hermano hoy. Ni quiero saber de chicas y novias yo.

Sentí algo raro. Era lo que sentía cuando escuchaba hablar a mamá y a papá de que un día ella no iba a estar más.

—obvio que no. Que asco tener novio —le dije. El sonrio y me saludo con un abrazo.

Después se fue, pero esa noche, antes de dormir volví a pensar en Emi y me volví a poner triste.

Juegos del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora