CAPÍTULO 1: Mi historia

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Había un chico llamado Diego que vivía en una pequeña ciudad donde las cosas no siempre eran fáciles para los que no encajaban en los moldes tradicionales. Diego tenía 15 años, pero ya con esta edad sentía que, en muchos aspectos, su vida era más complicada que la de los demás. Desde pequeño, había notado que no sentía lo mismo que sus amigos acerca de las chicas, pero no sabía cómo ponerle nombre a esos sentimientos. Algunos de sus amigos bromeaban sobre las relaciones con chicas, pero él solo se quedaba callado, sin entender qué le pasaba.

Cuando Diego llegó a la adolescencia, comenzó a sentirse más confundido. En lugar de estar inclinado hacia las chicas como sus compañeros, se sentía atraído por los chicos, pero no sabía qué significaba eso exactamente. Por dentro, se debatía entre querer aceptar sus sentimientos y el miedo de ser rechazado. La idea de que algo estaba mal con él lo llenaba de incertidumbre.

**Diego y la tormenta invisible** 

Diego era un chico reservado, con un talento especial para el dibujo. Sus cuadernos estaban llenos de paisajes mágicos y personajes que parecían cobrar vida. Pero últimamente, esos mundos imaginarios se habían convertido en su refugio, porque la realidad en el instituto era cada vez más dura. 

Javier, un chico de último curso, había hecho de su vida un tormento. Aunque no compartían clases, parecía que siempre sabía dónde encontrarlo. En los pasillos, durante el recreo o incluso a la salida, Javier estaba allí, listo para burlarse, empujarlo o destrozar alguno de sus dibujos. 

Javier no se limitaba a las palabras; parecía disfrutar viendo a Diego encogerse de miedo. Cuando arrancaba una hoja de su cuaderno o le tiraba la mochila al suelo, no mostraba ni una pizca de remordimiento. Sus ojos fríos no reflejaban más que una indiferencia inquietante. 

Diego intentaba evitarlo a toda costa. Tomaba rutas más largas para ir de un aula a otra, comía solo en un rincón escondido del patio y mantenía la cabeza baja cada vez que escuchaba su voz. Pero el miedo no desaparecía. Por las noches, le costaba dormir, y cada mañana sentía un nudo en el estómago al pensar en volver al instituto. 

Un día, después de que Javier lo empujara contra una taquilla y dejara caer su cuaderno al suelo, Diego no pudo más. No recogió las hojas rotas ni su mochila; simplemente salió corriendo al baño, donde se encerró en una cabina y se dejó caer al suelo. Lágrimas silenciosas le corrían por las mejillas mientras apretaba los puños. 

Se sentía atrapado, sin salida. No podía contarle a nadie lo que pasaba. ¿Qué iba a decir? ¿Que Javier, con su actitud insensible, le había robado la alegría? Nadie parecía darse cuenta, y Diego temía que, si hablaba, todo empeoraría. 

Cuando volvió, su compañera Laura notó que algo andaba mal. Aunque Diego intentaba ocultarlo, su tristeza era evidente. 

—¿Estás bien, Diego? —le preguntó en voz baja. 
—No pasa nada… —respondió él, evitando mirarla. 

Laura no insistió, pero algo en su interior le decía que Diego necesitaba ayuda. 

Al día siguiente, Diego decidió que no podía más. Al salir del instituto, pasó por su rincón favorito del parque cercano. Sacó uno de los pocos dibujos que le quedaban intactos y lo miró. Era un bosque oscuro, pero en el centro había una pequeña luz. Ese dibujo representaba lo que sentía: atrapado en la oscuridad, pero aún con una chispa de esperanza. 

En ese momento, Diego se prometió algo: aunque no tuviera fuerzas ahora, algún día enfrentaría sus miedos. No sabía cómo ni cuándo, pero encontraría la manera de volver a sentirse libre, de vivir sin el peso del miedo y la tristeza. 

Esa noche, al cerrar los ojos, imaginó que la pequeña luz en su dibujo crecía, iluminando el bosque entero. Quizás ese día no había llegado todavía, pero Diego sabía que, mientras pudiera seguir dibujando, la luz dentro de él nunca desaparecería por completo. 

Entre Sombras y Luchas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora