CAPÍTULO 2

425 19 2
                                    

Diego permaneció inmóvil, como si el mundo alrededor hubiera dejado de girar. Su respiración era un eco en el callejón silencioso, un sonido más fuerte que los latidos de su corazón que golpeaban en su pecho como un tambor desbocado.

El beso había sido tan inesperado como la confesión. Javier, el chico duro, el intocable, aquel que era más conocido por su carácter intimidante que por su vulnerabilidad, acababa de abrirse de una forma que parecía inconcebible. Pero las palabras finales, teñidas de amenaza, lo habían devuelto de golpe a la realidad.

Diego apretó los puños. La calidez del beso aún ardía en sus labios, pero el frío de las palabras de Javier le helaba el alma. "No se lo digas a nadie." Aquella advertencia no era sólo un recordatorio; era una orden cargada de miedo, de inseguridad, de la incapacidad de Javier para aceptar su propio sentir.

"¿Qué acaba de pasar?", murmuró Diego para sí mismo, como si verbalizarlo le ayudara a comprender. Pero no lo hacía. Su mente era un caos. La furia por la amenaza, la confusión por la confesión y la innegable atracción que sentía por Javier chocaban en su interior como olas en una tormenta.

Intentó calmarse. Respiró hondo, cerró los ojos y se levantó y se apoyó contra la pared del callejón. Era imposible ignorar lo que había pasado, pero ¿qué debía hacer? ¿Confrontarlo?¿O... intentar entenderlo?

Porque, a pesar de todo, lo que había visto en los ojos de Javier durante esos segundos -antes de que su máscara de dureza regresara- era real. Era auténtico. Era miedo, sí, pero también era amor.

Diego permaneció inmóvil, como si el mundo alrededor hubiera dejado de girar. Su respiración era un eco en el callejón silencioso, un sonido más fuerte que los latidos de su corazón que golpeaban en su pecho como un tambor desbocado.

El beso había sido tan inesperado como la confesión. Javier, el chico duro, el intocable, aquel que era más conocido por su carácter intimidante que por su vulnerabilidad, acababa de abrirse de una forma que parecía inconcebible. Pero las palabras finales, teñidas de amenaza, lo habían devuelto de golpe a la realidad.

Tomó un profundo respiro y comenzó a caminar en dirección a la biblioteca pero prefirió irse mejor a casa.

Cuando llegó a casa, Diego se encerró en su habitación. Se dejó caer sobre la cama, sin fuerzas, mirando al techo mientras intentaba procesar lo ocurrido. El beso no había sido lo que más lo sorprendió, sino lo que Javier había dicho después. ¿Por qué lo amenazó? ¿Qué significaba todo eso?

El teléfono en su escritorio vibró. Era un mensaje de Laura: *“¿Cómo estás? Todo bien?”*

Diego dudó por un momento. Quería contarle todo, hablar sobre lo sucedido, pero no podía. No estaba listo para compartir lo que había vivido, sobre todo porque las palabras de Javier seguían resonando en su mente. Sin embargo, la pregunta de Laura era un recordatorio de que no estaba solo, de que siempre podía contar con ella.

Finalmente, escribió rápidamente: *“Estoy bien. Mi madre me necesita para ayudarla . Nos vemos mañana.”*

Pero en el fondo sabía que aún no tenía las respuestas que tanto necesitaba, y que ese beso, con toda su confusión, lo había dejado marcado de una manera que no sabía cómo superar.

Al día siguiente, aunque Diego se esforzó por mantener la calma, el peso de la amenaza de Javier seguía rondando en su mente. No podía olvidar lo que había sucedido, ni la sensación de estar atrapado entre dos mundos: uno donde podía ser él mismo, y otro donde tenía que esconder sus sentimientos por miedo a las consecuencias.

En el instituto, sus amigos lo notaron. Laura, como siempre, fue la primera en verlo. 

—Diego, ¿qué pasa? Te veo raro. —Ella se sentó junto a él en la biblioteca. 

Entre Sombras y Luchas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora