CAPITULO 4

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Esa noche, Diego no pudo conciliar el sueño. La mente seguía reproduciendo los eventos del día: el beso de Javier, la escena con su madre, y la conversación tensa con la suya. Sentía que estaba atrapado entre dos mundos, ninguno completamente suyo, pero ambos demandando su atención. En su corazón, Javier había abierto una puerta que no podía cerrar, una que le revelaba un nuevo lado de sí mismo que aún no sabía cómo aceptar.

Al amanecer, el sonido de los pájaros y el sol filtrándose por las cortinas lo sacaron de sus pensamientos. Se levantó sintiéndose exhausto, pero con una idea fija en mente: necesitaba claridad. Javier, con todas sus contradicciones y complejidades, merecía honestidad. Y su madre, con su preocupación, merecía confianza. Pero dar esos pasos le aterrorizaba.

El día en la escuela transcurrió lentamente. Diego apenas pudo concentrarse en las clases. Cada vez que sus ojos se encontraban con los de Javier, un intercambio silencioso de emociones pasaba entre ellos. Había preguntas, dudas, pero también una innegable conexión. Javier no lo buscó durante el día, respetando quizás el espacio que ambos necesitaban después de la intensidad de la noche anterior. Sin embargo, cuando la última campana sonó, lo encontró esperándolo cerca de la salida.

-¿Vamos? -preguntó Javier, señalando su moto.

Diego asintió, sabiendo que había cosas que necesitaban decirse, y que el lugar adecuado para hacerlo era lejos de la multitud.

Subieron a la moto y condujeron hacia el puerto, donde el mar siempre parecía calmar las tormentas internas de Diego. El sonido de las olas chocando contra el muelle era un contraste perfecto con el ruido caótico de sus pensamientos. Bajaron de la moto y caminaron hasta un banco que daba al agua, donde se sentaron en silencio por unos minutos.

-Anoche... -comenzó Diego, rompiendo finalmente el silencio-. Fue mucho. Todo. Tu madre, lo que pasó...

Javier miró hacia el horizonte, con los ojos entrecerrados por el sol.

-Lo sé -respondió en voz baja-. Perdona por eso. No quería que lo vieras.

-No me molesta haber estado allí -dijo Diego rápidamente-. Pero me preocupa. Me preocupa cómo llevas todo eso solo. No tienes que hacerlo.

Javier soltó una risa amarga, sacudiendo la cabeza.

-No es tan fácil, Diego. No todos tenemos... No todos podemos apoyarnos en alguien. Mi madre es un desastre, mis "amigos" me dieron la espalda... Y tú... -Se detuvo, como si las palabras fueran demasiado pesadas para decirlas.

-¿Y yo qué? -insistió Diego, inclinándose un poco hacia él.

Javier lo miró, finalmente enfrentándolo directamente.

-Y tú eres lo único que tengo ahora. Pero no sé si puedo pedirte que te quedes. No quiero arrastrarte a todo esto. No es justo.

Diego se quedó en silencio, dejando que esas palabras se asentaran. Podía sentir la lucha interna de Javier, su miedo de perder lo único bueno que sentía que tenía.

-Escucha, Javier. Nadie tiene las respuestas para esto. Yo tampoco. Pero si algo he aprendido de todo esto, es que las cosas que importan no son fáciles. Y tú... tú importas para mí.

La honestidad en sus palabras hizo que Javier apartara la mirada, como si no supiera cómo responder. Pero Diego no esperaba que lo hiciera. En cambio, le dio tiempo. Después de unos minutos, Javier dejó escapar un suspiro profundo.

-Tú también importas para mí, Diego. Más de lo que pensé que alguien podría importar.

El sol comenzaba a bajar, reflejándose en el agua con un brillo cálido. Mientras el día llegaba a su fin, ambos chicos se sentaron juntos en el banco, dejando que la tranquilidad del mar suavizara las complejidades de sus vidas. No tenían todas las respuestas, pero sabían que, pase lo que pase, enfrentarlo juntos era un buen comienzo.

Entre Sombras y Luchas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora