CAPÍTULO 7

33 8 0
                                    

Era lunes, la semana apenas comenzaba y la mayoría estaban emocionados por probar todo lo que habíamos preparado para ellos. A mí también me emocionaba un montón, porque era el primer día, el día de los campeonatos de handball y fútbol. Y a pesar de que no soy una fanática del deporte como Mariana, me encantaba jugar al handball. Este podría ser la última vez que pueda estar dentro jugando, el año que viene no, el año que viene lo organizamos nosotros otra vez a todo esto y ya no podemos participar, porque ya nos vamos. En teoría esto era trabajo de los chicos de 6to año, pero nos tocó hacernos cargo, ellos estaban de campamento. Sí, campamento, casi a finales de septiembre cuando se suelen hacer en noviembre o como mucho en diciembre. Pero organizaron con los directivos para irse antes, porque después se les atrasaba todo y no llegaban nunca con la cantidad de cosas que tenían que hacer.

Participaron de cada curso doce para el partido de handball, que sería solo de chicas, y once para los de fútbol, que serían solo chicos. Se les establecía un tiempo estimado y se iban anotando los puntos. Cada grupo tenía su hinchada, su mascota, su bandera y su color representativo. ¿Ya dije que amo la estudiantina? Yo no sé si últimamente estoy amando mucho o amando todo a la vez, que me hace sentir feliz en todo momento. Pero la verdad es que todo esto no dejaba de emocionarme. Lo sentía muy especial, especial porque gran parte de todo esto quedaría como un recuerdo de lo bueno que tenía la secundaria.

Rulos estaba fascinada con todo, ella estaba lista para ir corriendo y ponerse una pechera para formar algún equipo. Alejandro no, a él no le importaba tanto, decía que para los partidos no era demasiado bueno. Él es flaco, alto, de brazos y piernas largas, y para posicionarse como defensa es muy útil. Pero bueno, allá él, si no quiere no lo voy a obligar. Aunque por lo general esperábamos un rato a que jugaran los más chicos mientras supervisábamos y luego, si le faltaba algún integrante a alguien, se unía alguno de nuestro curso.

Mi amado, el señor Mauricio Almada, mostró interés. Quería sumarse. Al parecer, es competitivo y le atrae la destreza física.

—¿Hacemos equipo? —Le consultó a Alejandro.

Digamos que estoy pegada a Lele, Mariana a mi lado con los brazos cruzados y Mauricio está enfrente dirigiéndole la palabra. Y sé que con un solo movimiento podría llamar su atención, pero no lo hago, porque justamente busco que no note que estoy ahí.

—No, yo no juego —respondió—. Aunque eso deberías organizarlo con tu curso, así son las reglas.

Reglas, reglas, reglas. Romper las reglas. Supongo que eso es lo que pensaba en su interior. Y a él le gusta, le gusta romper las reglas y causar caos.

—Es una lástima, amigo —dijo mi amado con una forzada sonrisa—. Me hubiese gustado que las reglas sean diferentes y puedas formar parte de mi equipo.

Y dale con romper las reglas.

—Después nos vemos. —Le ofreció la mano y se dieron un apretón con Ale.

Cuando estaba por retirarse, nuestras miradas se cruzaron, como si Cupido nos hubiera flechado, en ese preciso instante de desconcentración en el que solo quería notarlo un poco. Él, tan descarado, lo hace a propósito y lo sabe, sabe que con su sola presencia me provoca mil sensaciones. Mil cosas a la vez. Mil deseos. Mil ganas.

—Tranquila, Victoria, ya puedes respirar con normalidad. —Indica Mariana— Ya se fue.

—Hasta yo sentí la tensión. Mira que me puse serio, pero por dentro estaba aterrado —comenta Lele, suspirando de alivio—. Creo que también me enamoré. ¿No te molesta compartir, Viqui, verdad?

—¡Alejandro, no! —dice Rulos dándole un golpecito en la nuca.

No pude evitar reírme ante aquello. Pero luego la risa, se convirtió en malhumor otra vez.

Lo mucho que odio amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora