DOS

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11 de enero

5:00 p.m.

Islington, Londres.

Hailey regresaba sin ánimos a su hogar. Solía decir que, si ella no fuese mayor de edad, denunciaría a la escuela por explotación infantil.

Caminaba sola con sus audífonos puestos, como de costumbre. El brillante sol se había ocultado y el cielo se había tornado rojo con nubes rosas.

Ella adoraba el cielo, la lluvia, el vino, los libros, escribir y la música. También sabía apreciar sumamente bien el cine iraní y nunca olvidaba llevar consigo un buen libro de poesía contemporánea o cualquier otro que pudiese ampliar su conocimiento "moderno". Pero, sobre todo, adoraba cantar y bailar, lo disfrutaba demasiado, aunque sabía que podría gozarlo todavía más si fuese normal, si no tuviera demonios que la consumieran o si no tuviera un pasado de mierda que la hiciera sentirse culpable por desear volver a esos tiempos. A pesar de ello, subsistía gracias al empleo en un bar latino donde daba shows por las noches los días viernes y fines de semana.

Apartó la mirada del cielo y, para su gran sorpresa, se encontró de nuevo con el chico de la mañana. La emoción inundó cada fibra del ser de Hailey; fue tanta, que incluso consideró la opción de creer en los milagros, aunque apartó la idea al momento.

Fue como una inyección de dopamina que actuó al instante, pero no había necesitado de ninguna aguja, pastilla, ni bebida para lograr dicha sensación.

La desilusión se desvaneció en un abrir y cerrar de ojos. Volvieron a mirarse a los ojos, pero esta vez la muchacha se prometió a sí misma no perderse en su mente y aprovechar al máximo cada segundo que aquella situación durara.

El joven también lucía patidifuso, pero realmente feliz. Le regaló una sonrisa genuina que dejaba ver sus blancos y perfectos dientes, y Hailey se la devolvió diez veces más entusiasmada.

Al caminar a su lado, el muchacho despidió el aroma de una fragancia intensa y difusiva. El olor era fino y embriagador. Muy masculino. Alguna de esas fragancias costosas que anunciaban en televisión, quizá. Era, hasta el momento, el hombre con más clase con el que alguna vez se había topado. Su ropa lucía impecable y pulcra.

Ambos siguieron su camino, y cuando Hailey tuvo la oportunidad de apreciar su apariencia en el primer aparador que encontró, se dio cuenta de que aquel día se veía con más energía, más linda incluso.

Su piel clara, sus ojos azules y su cabello rojo se veían mejor, e incluso el sencillo uniforme que vestía lucía un poco más sofisticado, pues su porte había cambiado de forma radical.

Hailey se moría de ganas por saber su nombre, pero no se animaba. En primera, porque apenas habían cruzado un par de miradas nada más, pero en su corazón sentía cierta conexión inexplicable que la motivaba a intentar trascender más allá con él. En segunda, algo que ella siempre temió fue el rechazo. Su familia la despreció perennemente desde que sus hermanas revelaron su amorío con Jake. De cierto modo los comprendía, debía ser difícil enterarte de que tu hija tiene un romance con tu sobrino. Hubiese perdonado a Millie, su hermana, quien manipuló a Sky, su otra hermana, para revelar su secreto, pero no lo hacía porque las intenciones con las que había hecho todo ese escándalo no fueron para mejorar a la familia, sino para destruir la relación de Hailey con sus padres. Esto no fue suficiente para Millie, quien a partir de ese día hizo todo lo posible para alejarla de la familia, y finalmente, logró su cometido.

Al llegar a su apartamento, Hailey se dejó caer en uno de los sofás.

Su vivienda había sido la herencia de su abuela, y, de no ser por ello, posiblemente estaría tirada bajo un puente viviendo de una maleta, pero incluso prefería eso a seguir cohabitando con su familia.

Rompiendo la Sinfonía.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora