Prefacio.

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Imagina tu rutina de siempre. Quizás tranquila, quizás ajetreada. Caminas con calma. Sin prisa, pero sin pausa. La calle se encuentra repleta de personas y no sabes si alegrarte o disgustarte por ello. Se genera un ruido estridente con el motor de los automóviles dirigiéndose apresuradamente hacia sus destinos. El sonido de tus pasos se pierde entre el del resto. Comienzas a sentir las gotas de sudor escurriendo por tu frente debido al cansancio que te ha producido el caminar por tanto tiempo. Suspiras sonoramente. Una mujer de quizá unos 40 años de edad pone los ojos en blanco al verte en este estado a pesar de ser la primera hora de la mañana. La miras mal y sigues caminando con la sensación de una molestia inmensa creciendo en tu pecho. Por un momento, los pensamientos que invadían tu mente parecer esfumarse lentamente y por un momento, aquel velo que parecía apartarte de la realidad desaparece poco a poco. Parpadeas con asombro y la molestia parece evaporarse en un instante. Te percatas de todo el estrés que llevabas acarreando desde que pensaste que podrías aceptar un trabajo tan pesado con tantos pendientes encima, o desde que tu vida personal se desvaneció ante tus propios ojos por enfocarte completamente a tus estudios. No sabes cómo sentirte al respecto. Sientes un nudo en la garganta; como si las palabras y lágrimas que decidiste tragarte en su momento comenzaran a surgir y tuvieras la necesidad de escupirlas antes de que te absorban, provocando una muerte dolorosa y lenta. Te cuestionas si fuera posible que en tu acta de defunción se señalase que tu causa de muerte fue "Ahogamiento por palabras que nunca dijo y lágrimas que nunca derramó". Observas al resto de personas caminando junto a ti, maldiciendo en voz baja o simplemente caminando con la mente en blanco, apresurándose para llegar a trabajar para alguien más con la creencia de estar trabajando para sí mismos. Siempre sacrificando su presente por su futuro, y cuando el futuro se convierte en su presente, lo repiten nuevamente. Un bucle sin fin que los consume lentamente, sin embargo, nadie parece analizar esa cuestión más a detalle. Prefieren callarse y obedecer, sin desarrollar un pensamiento crítico. Siempre será lo más fácil, el que otras personas piensen por ellos les quita un gran esfuerzo, pero ni siquiera son lo suficientemente inteligentes para ver un poco más allá de lo que está frente a ellos. Tendrían la posibilidad de hacerlo, pero las personas que están por encima de ellos, por encima de nosotros; se encargan de que tú vivas así, sin preocuparte por ello. Te arrebatan el libre albedrío al hacerte creer que sólo existe una opción, pero, en realidad, hay muchas más. La perfección nos rodea. No todo es tan drástico, pero de alguna manera te hacen creer que sí.

Te das cuenta de que tú también estabas viviendo dentro de aquel sistema tan perfectamente planeado para atraparte. Pero el simple hecho de apartar tus pensamientos por un momento te ha permitido centrarte en el aquí y ahora.

Te detienes, aturdido o aturdida. Repentinamente, todo comienza a dar vueltas. No logras distinguir entre tu realidad y tu mente. Te sostienes la cabeza con fuerza, te aflojas la corbata o la camisa y la sientes húmeda debido al sudor, respiras con dificultad y el resto cobra estabilidad poco a poco. Ves que las personas te observan con confusión. Deseas apartarte del resto, pero ya no te importa, la gente está muy ocupada con su maldita rutina. Te das la vuelta y te desplazas en el sentido opuesto a la multitud, te empujan con intensidad, pero tú los atropellas con una fuerza mucho mayor a la que ellos aplicaron. Algunos te insultan, no te importa, ya no los escuchas, te preguntas cuál sería la probabilidad de que lleguen a sus hogares y les hablen a sus familias acerca de ti, o qué tan probable sería que ellos te recuerden en una semana. Dejas de caminar y corres, corres como si tu vida dependiera de ello, el resto deja de empujarte y decide apartarse. Ahí radica la diferencia. Cuando eres distinto al resto ellos dejan de empujarte. Tienes cierto impacto sobre ellos. Saben que será inútil empujarte, por lo que prefieren apartarse. Dejas de preocuparte por ellos y la situación se pone a tu favor. Te ríes y sabes que ellos son personas fáciles de intimidar, tú no eres intimidante. Te preguntas si habría alguien diferente, quizá parecido o parecida a ti. Sólo una persona que ya hubiese abierto los ojos. La encuentras o lo encuentras. Parece tener más experiencia que tú. Observa al resto con frustración, y, a medida que te vas acercando, notas el pequeño destello de esperanza que vive en su mirada, aquel que le permite continuar con su vida, porque, a pesar de estar un 99% segura o seguro de que no habrá cambios en el resto, se aferra a ese 1% que le transmite la paz que necesita mantener hasta que llegue el día en el que todos despierten. Parece recordarlo y suspira, con frustración, pero también con diversión, como si imaginara la reacción del resto al percatarse de la realidad. En el escaneo que realiza con sus ojos, captas su atención y te observa, con confusión. Se miran a los ojos mientras se acercan al otro. Te sonríe con suficiencia, expresando la satisfacción que parece sentir al verte en ese estado. Disminuyes la velocidad de tus pasos, el ruido a su alrededor se convierte en un lejano zumbido. Están frente a frente, sientes esa familiaridad que se genera tras muchos años de conocerse, pero es instantáneo entre ustedes. La situación se percibe como un reencuentro, aquella nostalgia o melancolía que se apodera poco a poco de ambos por el simple hecho de estar ahí. Una conexión natural surge entre ambos. No creías que fuese posible que el escenario se tornara más sentimental hasta que se miran a los ojos.

El mundo parece temblar por un instante. Los demás parecen desaparecer. El momento te atrapa, sientes escalofríos recorriendo cada fibra de tu ser, el aire parece no poder entrar a tus pulmones, y tú pareces no necesitarlo. Aquella chispa familiar que llegaste a sentir con personas que solían significar el mundo entero para ti, esa diminuta llama en tu corazón parece encenderse con tan sólo observar sus ojos. Sientes que una minúscula parte de tu corazón se cura con cada segundo que pasan con su mirada atrapada en la del otro.

Sientes que, con esa mirada, es capaz de ver todo de ti. Tu dolor, tus cicatrices, tu corazón, tu alma, tu mente, tus demonios, tus pensamientos de medianoche, tus erráticos recuerdos, tus vicios, tus pérdidas, tus fracasos y derrotas; pero también tus logros, tus triunfos, tus gozos, tus victorias, tus ángeles.

Repentinamente, ese vacío del cual te habías olvidado desde que te acostumbraste a él parece llenarse. Esa molesta sensación en tu pecho y ese nudo en tu garganta se desvanecen.

Ambos siguen caminando, acercándose al otro, aún hipnotizados por la magia en los ojos del otro. Sientes que no te puedes mover, pero te sientes atraído por el otro, esa necesidad de romper la distancia que los separa. La otra persona te regala una sonrisa que hace que sus ojos se achinen y que pequeñas arrugas aparezcan alrededor de ellos.

Te percatas, en ese momento, de que, posiblemente, la persona con la que habías tenido uno de los sentimientos más fortuitos, espontáneos e intensos en toda tu vida no volverá a formar parte de ella; porque esos escasos segundos, que se sintieron como horas, han pasado, y no hay manera posible de recuperarlos en la vida real, sólo mediante un vago y abstracto recuerdo.

Te toma cierto tiempo procesar todo lo que ha pasado. Volteas con desesperación, pero no está ahí. Se ha ido.

Sabes entonces, que ese par de ojos marrones, te jodieron para siempre.

Rompiendo la Sinfonía.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora