Regresó poco antes del amanecer. Entró en el refugio y dejó caer algo metálico cerca de mi codo, luego se dio media vuelta y volvió a salir. Nunca dormía cerca de mí. Era demasiado sensato como para cometer una estupidez como esa.
Saqué las manos de debajo de las mantas, retorciéndome para liberarme de la presa en la que yo mismo me había envuelto, y tomé el recipiente frío. Era un cáliz. No una copa; un cáliz.
Sabía que Teodoro había dado con una población cerca de donde estábamos. Al principio se las había ingeniado para valerse de las pocas cosas que llevaba en su petate de viaje, mucho más pequeño del que yo había dejado caer sobre la nieve durante la persecución del maestro Rodrigo, pero poco a poco empezó a usar útiles que tenía que haber encontrado en alguna parte, como la escudilla o la olla de barro.
Cuando le había preguntado, había guardado silencio o cambiado de tema, por lo que suponía que estaba lo suficiente cerca como para ir yo mismo andando, cuando estuviera mejor.
Ahora, con el cáliz frente a mí, también estuve seguro de que no era un caserío de pastores ni un pequeño pueblo. Tenía el suficiente número de habitantes como para merecer una iglesia, una iglesia con ornamentos de cierto prestigio. La pieza no era completamente de plata, sólo tenía un baño, y las joyas engarzadas cerca de la boca, aunque brillaban ostentosamente, no eran más que granates y amatistas, pero el cuidado trabajo de orfebrería era suficiente como para que valiera al menos un par de doblones.
Siempre he tenido tan buen ojo para la tasación como para comprender las intenciones de las personas. No siempre acertaba. A veces un objeto parecía más valioso de lo que era. Otras veces una persona era más retorcida de lo que parecía.
Teodoro podía haber entrado en la casa de cualquier desgraciado para robarle una copa. Podía habérsela quitado a un campesino venido a más, al alcalde del pueblo o a una viuda rica, pero había ido expresamente a la iglesia. Lo había hecho pensando en mí, buscando inquietarme.
Los Hijos de la Sangre no eran devotos del Señor. Nunca había escuchado a ninguno negar su existencia, pero ni lo temían ni le rendían culto. Ellos preferían a sus siete Arcanos, además del Octavo. Para Teodoro una copa bendecida era tan poderosa como un sacerdote. Un cura era una gran opción a la hora de infundir valor o inspirar temor en la población, pero para nada más práctico.
Su intención en ese momento era inspirarme temor, y lo consiguió.
Fui, soy y seré un pecador. Nací en el pecado y he vivido con él, pero nunca temí por la condenación de mi alma. Consideraba que el trabajo que hacía en nombre del Señor, acabando con los monstruos que se escondían en nuestro mundo, era el pago por su indulgencia.
Mis pensamientos cristianos siempre fueron escasos. Iba a misa los domingos cuando podía, y cuando no, me confesaba con el capellán de la orden en cuanto me era posible, pero más allá de eso, mi vida era como la del resto de mis compañeros, más interesado en el sobrevivir y disfrutar de los pequeños momentos de paz, que en acercarme a la santidad.
Pero en esos momentos no estaba entre mis planes el alejarme de Él.
Pasé dos semanas con un nudo en el estómago, observando a Teodoro cuando se me acercaba, preguntándome si había llegado ya el momento, si me obligaría a cometer sacrilegio para resarcirse por mi ofensa. Miraba con inquietud al hatillo en el que había envuelto el cáliz, en la pared contraria, casi enterrado entre unas finas ramas que se habían caído y la tierra, y me entraba ansiedad por destruirlo o arrojarlo lejos.
Teodoro siguió actuando como siempre. Hablaba poco, me ayudaba a sentarme, me traía la comida, me ayudaba a acostarme y terminaba de limpiarme. En ningún momento mencionó el pacto, pero a veces me miraba a los ojos y podía entrever una expresión de satisfacción en su rostro imperturbable, y en esos momentos deseaba que el maestro Rodrigo hubiera muerto para pintarle a Teodoro la sonrisa con su propia sangre.

ESTÁS LEYENDO
Devoción
ActionCreía que su trabajo era matar monstruos, pero era difícil cuando convivía con ellos. 1800, España. La orden se encarga de mantener la paz en las sombras que la monarquía desconoce. Vampiros y humanos aúnan sus fuerzas para que el caos no se extiend...