El dulce hogar ahora era un templo del silencio.
¿Cuando las cosas habían cambiado tanto?
Parecía imposible volver atrás, incluso parecía imposible dejar de darse la espalda el uno al otro en la fría y ancha cama. Ni se miraban antes de introducirse en ella, ni siquiera hacían ya el amago de decir una palabra. Ella ya se rendía antes de volver a intentarlo. Pasaban horas y horas mientras conciliaba el sueño mirando por la ventana, mientras que él, no tardaba en quedarse dormido.