Capítulo II

58 0 0
                                    

Dime con quién andas y te diré quién eres. Si lo piensas bien, es la hostia. O sea, es lo que más se acerca al estudio del comportamiento de la gente y a cómo esta cambia su forma de ser dependiendo de con quién esté. En mi caso no es muy difícil de aplicar, ya que siempre estoy con mi mejor amigo Aleja. Os pongo en contexto. Ese muchacho, quien me saca dos años, es el que me pilla siempre el alcohol y el que siempre me aguanta cuando me quejo de cómo de imbéciles son los hombres. Es un trozo de pan. La pregunta sería ¿se asemeja en algo a mí? De hecho, no, pero es eso precisamente lo que hace que encajen las piezas, personalidades compatibles. Aleja y yo nos conocimos en el hospital, cuando él había tenido que ir para ver a un amigo suyo, por lo que salió y se encontró a un chaval fumando con cara de tener tres tipos de depresión severa. Me habló porque estaba fumando Malboro y, como pasa siempre, el tabaco hace magia cuando se trata de relacionarse. Lo mejor de todo es que es ese tipo de chaval de diecinueve años hetero que se lleva bien sin problemas con un tío gay. Antes de conocer a Aleja no me habría imaginado que esa clase de gente exisitía. En cuanto a mi mejor amiga, la cosa cambia un poco. Natalia me conoció en una discoteca cuando yo estaba borracho vomitando en el baño, pero en el de chicas. Me ayudó a salir de ahí y me invitó a una botella de agua. Aleja mientras tanto estaba liándose con una chica que acababa de conocer pensando que yo estaba a mi rollo. Natalia pertenece a ese grupo de chicas que puede ser tu mayor aliada o tu peor pesadilla. Por suerte pasó a ocupar el primer puesto en mi vida. Ella tan solo me saca dos meses pero ya tiene los ansiados dieciocho años. Y digo ansiados porque yo me muero de ganas de cumplirlos. Lo más gracioso respecto a mis mejores amigos es que ambos van a mi instituto y nunca me había fijado en ellos.
Pues bueno, me imagino que también tendré que contaros un poco acerca de mis padres. Mi madre falleció de cáncer de pulmón a los cuarenta y dos años y vivo con mi padre actualmente. El que mi madre muriese a esa edad cuando yo tenía doce años fue un palo para mi padre, pero a mí no me significó gran cosa. Es decir, no soy una puta roca, pero me refiero a que no me quedé por las esquinas llorando. Y mira que nos llevábamos bien. Por si os lo preguntáis, ese fue el motivo por el que tuve que empezar a ir al psicólogo, en parte obligado por mi padre. Mi padre me resulta la persona más entrañable que existe, lo único es que se agobia con mucha facilidad, quedó desolado desde que mi madre falleció.
Y creo que quedaría hablar de mi profesora de filosofía, Anabel. Esa mujer es la persona más intrigante que he conocido en la vida, desprende sabiduría y ha sido la encargada de darme clase de filosofía en cuarto de la ESO y en Bachillerato. Me cautiva mucho el hecho de que no se deja ver en exceso pero se nota que, de forma permanente, está analizando todo su entorno, es simplemente genial. Aunque desde fuera pueda parecer la persona más fumada del mundo, cosa que no descarto.
De lo que estoy seguro es de que no voy a hablar de mi vida amorosa, porque entonces pasarían dos cosas, que no acabaría nunca y que me deprimiría, lo cual ahora no me apetece. Aun así, es posible que en algún momento acabe hablando de Eric, el ex que me dejó huella, ese que me enseñó a fumar sin ahogarme y que terminó conmigo por razones que sigo desconociendo.

Fumar MataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora