Capítulo III

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Primer día de los catorce mencionados, a falta de cinco días de mi cumpleaños. Todo parece muy bonito, quedan unos pocos días para que puedas brindar una copa de sidra con tus tíos y puedas entrar en las discotecas sin necesidad de enseñar el DNI falso. La realidad, o por lo menos en mi caso, fue otra. Ese lunes tocaba historia de España a primera hora y volví a llegar tarde, nada fuera de lo normal. No iba a ser la última vez que llegara tarde a clase. Lo gracioso es que yo iba superfeliz por la calle y por los puentes que tenía que cruzar para llegar a mi instituto. La música es capaz de alegrarte un lunes por la mañana o de joderte un sábado por la tarde. Es mejor que fumarte un peta antes de entrar a filosofía. Ese mes me dio por escuchar música techno a todo volumen, no me despegaba de los cascos. Cuando llegué a segunda hora, a lengua, Aleja se acercó a mí antes de entrar al edificio y me miró con cara de urgencia.
-Anabel me ha dicho que te busca el orientador, que quiere hablar contigo ahora mismo.
-Con un poco de suerte me firma una autorización y me pasa de curso.
Aleja y yo nos considerábamos los tíos más listos del instituto, lo cual no era muy difícil, así que nos hacíamos bromas de ese tipo constantemente insinuando que uno era más inteligente que el otro. Entró a clase mientras me sacaba el dedo. En el fondo sí que esperaba que fuera algo bueno, a pocos días de mi cumple era de ser muy hijo de puta el echarme la bronca por cualquier tomtería. Me dispuse a ir tranquilamente a orientación para llamar a la puerta y encontrarme con el señor con el pelo más rizado del mundo, pero antes de hacerlo me topé con la directora. Fui decelerando porque Luisa me miró con cara de querer decirme algo.
-¿Serías tan amable de acompañarme, Álvaro? Estoy reunida con orientación en mi despacho y me gustaría que nos acompañases para hablar de un asunto.
Para qué mentir, en ese momento me cagué vivo. Asentí con la cabeza y le seguí los pasos. Fue llegar a su despacho y notar la cara de consternación que portaban todos. No necesité más que una palabra para comprender qué había pasado.
-Lamentamos...
-Discúlpenme, pero necesito ir al baño.
Hicieron ademán de querer detenerme pero no les di tiempo a que actuasen. Salí directo a los baños del otro edificio, ya que estaban al lado de una salida y tenían una ventana en la que se podía fumar sin que el olor se quedara en el lavabo. Encendí el cigarro y me quedé pensativo, la verdad es que había pocas opciones, o mi padre había muerto o habían robado en mi casa o algo parecido. Si se tratase de un robo no habrían puesto caras tan largas, así que decidí ceñirme a la realidad. Un piti siempre ayuda a ello. Llamé a mi padre y saltó el contestador. No lo volví a llamar ya sea por pena o por consciencia, pero llamé a alguien que siempre tenía el móvil en vibración.
-Natalia, estoy en el baño del edificio de Sociales, es urgente.
Sabía que con eso bastaba, viniendo de mí la palabra urgente ya era mucho, dado que lo que es llorar no es que lo hiciese a menudo, por lo que términos como ese hacían saltar la alarma a mis amigos. Le di una calada profunda al piti y suspiré. No pasaron ni dos minutos de la llamada y Natalia apareció corriendo por la puerta del baño.
-Estabas con Fran, ¿no?
-Le dije que iba al baño. Dime, ¿qué ha ocurrido?
-Tengo sospechas de que mi padre ha muerto. Y ya sabes que cuando digo sospechas me refiero a altas probabilidades.
Natalia se acercó corriendo a mí y me dio un abrazo, lo hizo tan fuerte que se quemó con el cigarro, pero ni se inmutó. Permaneció abrazada a mí durante por lo menos medio minuto y de pronto rompió a llorar.
-Álvaro... - me miró con una cara que pocas veces en la vida había visto.
-Natalia, por Dios, que no me gusta verte llorar.
La volví a abrazar y justo entró el orientador, aunque viendo el panorama se quedó en la puerta. Puso una expresión comprensiva y se rascó el brazo mientras miraba a Natalia. Me hizo una pequeña señal con la mano y se marchó.
-Creo que me van a dar la noticia, cielo, voy a ir yendo al despacho, no creo que te dejen pasar, pero puedes esperarme fuera, espero que a Fran no le importe.
Natalia asintió y se despegó de mí. Fuimos juntos al despacho y llamé a la puerta. Me dijo Luisa que podía esperar Natalia en una silla al lado del despacho, así que solo entré yo.
-Lo siento mucho, era urgente.
-Descuida, Álvaro.
-Nos hemos visto obligados a tener esta reunión porque Servicios Sociales lo ha querido así. -intervino el orientador. -¿Te sientes cómodo o querrías ir fuera a hablar con la señorita Ruiz de Servicios Sociales?
Me quedé pensando en que no me habían confirmado aún la noticia, pero no quería interrumpir de esa forma. Antes de abrir la boca, se escuchó un golpe en la puerta del despacho, se trataba de un policía y una mujer, que tenía bastante pinta de ser la llamada Ruiz.
-Si es posible, me gustaría hablar con ellos. -dije.
-Claro, sin problema. Acompañadme a otro despacho libre.
Seguimos a Luisa y por el camino vi que Natalia estaba hablando por el móvil con una cara demacrada y asustada. Cuando llegamos al despacho, Luisa se fue y cerró la puerta. Esperé a que hablase alguno de ellos dos y mientras observé que el policía estaba nervioso, pero ella parecía de lo más tranquila. A la hora de pronunciar una palabra, su semblante se tornó triste de forma forzada.
-Verás, Álvaro, soy la señorita Ruiz, de Servicios Sociales, él es el agente Ortiz y me temo que he tenido que reunirme contigo hoy para comunicarte que tu padre se ha quitado la vida.
Hizo una pequeña pausa esperando a que reaccionara o dijese algo, cosa que no ocurrió. Únicamente me quedé observándola.
-Pese a las terribles circunstancias, sería conveniente que fuésemos a casa de tus tíos -miró hacia arriba disimuladamente antes de continuar- Berta y Tomas y habláramos las cosas más tranquilamente. Si no quieres, podemos ir al hospital. ¿Alguna vez has?...
-En casa de mis tíos no puedo fumar.

Fumar MataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora