Taoba

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Por más grande que sea un castillo, las noticias siempre corren demasiado rápido.

Antes de siquiera pensar en por fin ir a los aposentos de Lucerys, fue intervenido por guardias reales que lo tomaron por los brazos, ni si quiera forcejeó, caminó siguiéndoles el paso.

Lo llevaron por pasillos oscuros hasta que las antorchas volvieron a iluminar el camino, pensó que se encontraría con su abuelo o con cualquier lord del consejo, pero no estaba completamente preparado para ver a Rhaenyra con el próximo rey consorte.

Daemon lo miró con su singular mueca de indiferencia, apoyándose en la espada desenvainada, como si estuviera jugando con ella. Su hermana lo miraba con el ceño fruncido, tocando levente su vientre abultado, tratando de calmarse.

Los guardias no lo soltaron y él no hizo movimiento alguno para que lo hicieran.

–¿Qué significa esto? –los largos dedos de Rhaenyra extendían el pergamino que él mismo había ayudado a escribir. –¿Qué clase de broma es esta?

–Nada que tenga la firma y el sello del rey puede ser tomado como broma.

–¡¿Por qué estás haciendo esto?! –gritó la heredera al trono.

Aemond se sorprendió, los ojos de su hermana estaban rojos y era evidente que las lágrimas se estaban acumulando, quiso decir algo, hablar para tratar de tranquilizarla, pero algo dentro de él le decía que debía pensar bien sus palabras.

–Hay cosas que me cuesta aceptar, pero...quiero a Lucerys.

La risa de Daemon resonó por toda la habitación, Rhaenyra miró a su esposo confundida antes de que las lágrimas escaparan por sus ojos.

–Es un niño... –susurró.

Que Rhaenyra llorara debió significar algo profundo para Daemon porque un segundo después la punta de hermana oscura amenazaba el cuello del príncipe Aemond, los guardias apretaron el agarre en sus brazos, impidiendo cualquier movimiento de escape.

–¿Si tomo tu maldito ojo también pedirás que me casen contigo? –Aemond quiso decir algo sarcástico, burlarse de la situación, pero cualquier gracia se hizo a un lado cuando Daemon dirigió su espada al ojo bueno.

El temor al dolor se apoderó de su cuerpo y los guardias aumentaron la presión del agarre.

–No tiene nada que ver con eso...

–¡¿Entonces qué?! ¿Vas a decir que lo amas? –inquirió Daemon. –¿Crees que soy tan estúpido como para creerme esa mierda? No eres más que una rata mentirosa como lo es tu madre... –escupió.

–No la metas en esto tío...mi madre tampoco está de acuerdo con el matrimonio, pero no me interesa su opinión...y mucho menos la tuya –murmuró. –Deberían aceptarlo, deberían pensar en que esto les conviene...

–¿Y de qué forma me conviene? –habló Rhaenyra. –Lucerys es mi hijo y tú quieres que simplemente acepte que se casará contigo... ¡Es un niño!

–¡Es alguien a quien voy a proteger! –gritó Aemond –Estaré a su lado cuando todo esto se venga abajo, tendrás a Vhagar de tu lado... ¿acaso no te será conveniente tenerla?

–¿Para qué la querría?

–No vives en el cuento de hadas que nuestro padre te hizo creer... –Aemond la miró con la frente en alto, ignorando con todas sus fuerzas la punta de la espada que comenzaba a clavarse en la piel debajo de su ojo bueno. –Sé de buena fuente que los Lores del consejo no te quieren en el trono...sé que han planeado hacer todo lo posible para coronar a Aegon en cuanto el rey muera...

Desire [LUCEMOND]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora