Capítulo 2.

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Terminando la primera clase, aprovechando que el profesor se fue y todavía no llegaba el otro, Aristóteles se dirigió a mí.

—Pst...

Lo ignoré, metiéndome otro chicle a la boca, con suerte el siguiente profesor no lo notaría si lo masticaba con discreción.

—Limoncito agrio, limoncito agrio, limoncito agrio... —Me hartó.

—¿Qué quieres? —Dije con tono aburrido, volteando el rostro para enfocarlo y reclamarle ese tonto apodo—. ¿Y por qué me dices así?

—Te mamaste, pinche loca —susurró—, pero ya me las pagarás.

Antes de que pudiera responder, dirigió su mirada hacia el pizarrón y sentí una palmada en el hombro.

—Eres divertida —dijo Aquiles.

Volteé con disimulo para ver si alguien nos había visto y noté que Adonis me observaba desde su asiento con una sonrisa. Para colmo esos dos se sentaban detrás de Aristóteles y mío. «Me lleva la que me trajo» pensé.

Después de las primeras clases, entró el prefecto indicando que era importante que nos uniéramos a una actividad extracurricular y que la planilla estaba en la pizarra de anuncios.

—¿Alguna duda? —Preguntó el hombre. Levanté la mano sin pensarlo dos veces—. ¿Sí?

—¿Podemos ingresar a más de una actividad? —Alzó una ceja al escuchar mi pregunta, de seguro no había muchos alumnos que quisieran inscribirse a varias materias extracurriculares.

—Claro, no hay una regla que lo impida, solo se deben cumplir con las asistencias.

—Gracias —sonreí con exageración. Noté que Aristóteles me vio durante algunos segundos con la ceja alzada pero en seguida regresó su mirada al frente. Rodé los ojos e hice lo mismo en cuanto el prefecto salió del salón.

Tomé las siguientes clases con normalidad y en el primer receso, fui hasta la entrada para ver con mis propios ojos la plantilla donde estaban las materias extras. Desde niña mis padres me ingresaron a diversas clases para que desarrollara todas mis capacidades, fui a ballet, natación, clases de pintura, piano, guitarra, solfeo, canto, etcétera.

Demostré ser excelente en la actuación —en lo demás no, pero en eso sí—, desde pequeña fui toda una reina del drama y no me molestaba interpretar cualquier papel, incluso una vez me tocó ser el árbol número tres en una obra pero como me la pasaba diciendo: "soy el árbol mágico, ju, ju", me dieron el papel de ardilla, solo tenía que correr del árbol uno al dos e irme detrás del telón, pero en fin... Aclaro que fue cuando empezaba a actuar, el siguiente año me dieron el papel de la villana, solo tuve que salir unos minutos hechizando a la princesa y al final el príncipe me combatió con una espada de utilería —el muy imbécil me la enterró de verdad, suerte que no teníamos mucho presupuesto y terminó siendo de cartón y no de madera—. «¡Club de teatro, excelente!».

Me dirigí a las actividades deportivas, pues mantener el cuerpo sano era tan importante como la mente. Estuve tentada a inscribirme a natación, recordando que la alberca municipal que estaba por mi casa era un chapoteadero lleno de agua estancada color caca con hojas secas pero al final me decidí por atletismo, desde que la Brittany me hizo bullying en la secundaria aprendí a correr como alma que lleva el diablo.

Sonreí al ver que tenían un club de mateatletas, ¡qué mejor manera de demostrar mi inteligencia! No me costaría unirme a ese grupo, era buena estudiando, lo fui desde que mi mamá me daba con la chancla de chiquita porque me costaba aprenderme las tablas; volviendo al tema, tenía que mantener un promedio arriba de nueve si quería seguir conservando mi beca, no me haría mal entrar a un grupo donde se la pasaban estudiando.

Tres perfectos arrogantes © |Completa|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora