EL AGUA (Parte 3/3)

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La cosa se pone peor. Pedro tiene ganas de darle un buen empujón, tumbar a Jorge de esa silla y que se regrese a la ciudad con sus botas caras y su lana y su vaso de agua – sí, las ganas le sobran de a montón: pero lo que le falta son fuerzas.

Así que deja que el entrometido de su "amigo", el que indirectamente ha logrado postrarlo en esa cama y hacer que vuele de fiebre, se duerma en el sillón de la sala-comedor – bien lejos del dormitorio y lo que es más importante: de él.

Es lo único que Pedro logra hacer.

—Si Carmelo ya se fue. Lo mandé a su casa. ¿Qué quieres, que te deje solo en el estado que estás? —Jorge le había preguntado, con una voz que no daba lugar a discusiones y bien sabiendo que la situación lo desespera, porque si hay algo que Pedro Malo odia es que lo traten como un inválido, como un enfermo, ¿que sí lo está? Pues sí... ¿pero a Jorge quién le ha dado vela en este entierro? Al cabo que él mismo es el verdugo. Por él están las cosas como están, ¿o no?

Y así están, pues. Que siente que le ha pasado por encima la escuadra de caballeriza.

La habitación está hundida en penumbras, la ventana abierta deja que se cuele el aire fresco de la noche que poco hace para calmar el herbor de su piel. Está todo mojado y ni dormir puede, porque por la misma ventana se coló hace un buen rato un grillo y parece que no piensa callarse la noche entera.

Jorge se debe haber dormido, porque desde que Pedro lo echó a gritos y patadas hace dos horas no se ha escuchado ni pío.

O tal vez se fue...

—Hmph, —Pedro se encoge de hombros, comprobando de reojo si se cuela luz por debajo de la puerta— y a mi qué. Ni falta que me hace.

Pero hubiera escuchado el sonido del motor si así fuera, ¿no? O de galope cuan menos. ¿Se habrá ido?

Jorge no sería tan desgraciado...

Le agarra un ataque de risa, de repente. ¿Que no sería tan desgraciado?

—¡Pero si ya es! —exclama, mareado por el calor, pateando las sábanas hacia el piso. La risa pronto se convierte en una tos seca que hace que la garganta le duela como si se hubiera tragado un puñado de tierra de su huerta.

—Pero qué te traes 'hora, hombre... ¿Por qué tanta carcajada, eh? —Jorge abre la puerta de sopetón y la lumbre de una sola lámpara detrás de él lo hace parecer una entidad. Pedro voltea y ni enfocar la vista puede.

Observa la figura de Jorge acercarse y sostenerlo cuando se pone de pie.

—¿Qué haces todavía despierto? —le pregunta el mayor.

—Ah caray, —dice Pedro, recostándose contra un cuerpo mucho menos caliente que el de él, y que hasta huele bien— ¿estoy soñando? Pos... ¿qué no traías chaqueta y sombrero?

Jorge lo mantiene en pie cuando Pedro se tambalea, apenas si se puede sostener.

—Me la quité, —explica Jorge con el ceño fruncido, como si le estuviera hablando a un niño— Soñando... soñando de la temperatura estás. A ver, de vuelta a la cama.

Pedro sonríe como borracho y sacude la cabeza. Entonces desliza ambos brazos alrededor de la cintura de Jorge y le da un apretón – le da un abrazo.

—Ahhh, pero qué lindo se siente usté... —murmura, y Jorge siente el calor emanar del torso desnudo de Pedro. Está volando en fiebre— ...usté me cae mejor.

—Si soy yo, Pedro, —le insiste Jorge, y como Pedro no se desprende de él, termina sentándose en la cama para poder recostarlo devuelta en los almohadones.

Qué te ha dado esa mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora