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En la sala del trono se encontraban ocho Olímpicos, todos habían sido reunidos por Zeus para evitar que afectarán a alguien cuando los campamentos estuvieran tan cerca. Aunque el verdadero motivo, era que Zeus no quería que alguno de ellos interviniera en la batalla entre campamentos, la mayoría se encontraba en silencio, ninguno de los Dioses que estaban presentes estaban de acuerdo con aquella batalla entre campamentos, pero también ninguno se había atrevido a oponerse a la voluntad del Rey de los Dioses.

— Padre — dijo Atenea levantándose de su trono caminando hasta el centro de la habitación, — No quiero ofender,¿Pero de verdad piensa que esto es necesario?

De todos los presentes solo Zeus parecía tranquilo ante aquella situación, él se mantenía en silencio con una sonrisa en su rostro, sabía que había tomado una buena decisión era necesario terminar con todos los traidores de una vez por todas y también serviría para probar el valor de su hijo, después de todo él tenía que ser el semidiós de la profecía, era el plan perfecto.

— Si, todos deben entender que nadie puede traicionarme — exclamó Zeus, aunque los griegos habían logrado defenderse del primer ataque de la Legión, no dudaba que tal vez en un par de días, el campamento Mestizo caería y todos los semidiós griegos habrían sido aniquilados, tenía plena confianza en la Legión pero sobre todo de su hijo. 

Pero esas palabras parecieron molestar más al resto de los Dioses, a excepción de Hera que era la única que no parecía precuparle aquello, incluso parecía aburrida. 

— Pero esto es una medida muy extrema, tal vez deberíamos de pensar en alguna otra solución — pidió Démeter quien tampoco estaba de acuerdo con la medida que había tomado Zeus, tenía hijos en ambos campamentos y le preocupaba su bienestar.

—  Padre, no me agrada mi trabajo en el campamento Mestizo, pero estoy seguro que ningún semidiós está planeando algo en contra del Olimpo —  añadió Dionisio con la ligera esperanza de que su padre detuviera el ataque tal vez entre todos ellos podrían hacer entrar en razón a su padre y detener el ataque antes de que terminará con alguno de los bandos.

—  Todos sabemos que no eres muy responsable con las tareas que se te piden, de haberlo sido te darías cuenta de los que semidioses hicieron mientras tu estabas a cargo —  respondió Zeus viendo con furia a Dionisio, quien se sentó nuevamente en su trono en un intento de esconderse de la mirada furiosa de su padre.

— Dionisio tiene razón, en ninguno de los informes dice que hay semidioses involucrados, es un extremo eliminar a todos los griegos hay muchas vidas inocentes en riesgo, creo que deberíamos de replantearnos este plan, no sólo griegos morirán, cuantos romanos no correrán la misma suerte, aún estamos a tiempo de detener esta barbarie — añadió Atenea sin verse intimidada por la mirada furiosa de Zeus, ella no quería que aquello acabará con la mayoría de los semidioses, ellos no tenían la culpa de la paranoia de su padre.

— Atenea tiene razón padre, creo que es un exceso todo esto, estamos hablando de cientos de semidioses que pueden morir por algo que no tenemos la certeza — exclamó Hermes temiendo por la vida de sus hijos que tenía en ambos campamentos. Aunque eso pareció molestar más al Rey de los Dioses, él cual golpeó su rayo maestro al piso provocando un par de rayos que cayeron por la sala.

—  Creo que su lealtad no es tan firme hacia mi como me decían —  exclamó Zeus viendo fijamente a los Dioses, aunque eso pareció funcionar ya que la mayoría de ellos permanecieron en silencio a excepción de Atenea quien se mantuvo de pie observando fijamente a su padre.

—  Padre, tu sabes que mi lealtad siempre ha sido contigo —  exclamó Atenea, logrando que el Rey de los Dioses sonriera. —  Pero en esto creo que estás equivocado padre, y cientos de semidioses van a sufrir las consecuencias.

Percy Jackson el Héroe de la Caza Donde viven las historias. Descúbrelo ahora