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La vocecita de ardilla de Helen retumbaba por mis tímpanos amenazando con hacerlos explotar, la estúpida le decía a alguien que se iba a hacer cargo del tratamiento.

‹‹¿Qué tratamiento?›› me pregunté mentalmente mientras intentaba moverme.

Me dolía la espalda y la cabeza de una manera terrible pero sobre todas las cosas, me dolía el maldito cuello como nunca. Lo movía de un lado a otro pero el dolor persistía. La voz de Helen seguía repitiendo lo mismo una y otra vez. Quería callarla, intentaba decir algo pero solo balbuceaba cosas sin sentido en mi incomoda silla.

Después de un rato de intentos estúpidos de moverme me di cuenta que estaba soñando; y que debía abrir los ojos para acomodarme. Quería dormir tal vez toda la vida pero debía despertarme, algo en mí quería hacerlo, tal vez algo que necesitaba mi atención en el mundo real.

Instantáneamente empezaron a llegar los recuerdos del día anterior, mamá y los exámenes, mamá y el médico, mamá y... mamá. Abrí los ojos de un salto y me acomodé en mi asiento, el dolor de cuello se calmo después de moverme de un lado a otro. La luz blanca del hospital me encegueció por completo permitiéndome ver el rojo de la sangre de mis parpados en cuanto los cerré desesperada.

—¡Wow! Hola querida—saludó la voz de ardilla. Fruncí el ceño al escucharla. No era un sueño, era real. Parpadeando con cuidado busqué de dónde provenía el sonido, estaba muy cerca, abrí los ojos por completo sintiendo el escozor que me provocaba mantenerlos al descubierto. Me encontré con una mirada color esmeralda agradable, era la de los ojos de Helen que me observaban preocupados.

—Hola...—susurré mientras bostezaba con fuerza sobándome la cabeza—. Ma...ma, ¡Mamá!—exclamé aún algo adormecida.

—Tu papá se encuentra con ella y el médico. —Me puso una mano en el hombro maternal—. Todo va a estar bien ¿De acuerdo?

Sentí un corrientazo incomodo al sentir su tacto en mi hombro, como si me diera asco que me pegara una enfermedad.

''Está escapando de su mamá alcohólica, ¿Es que no lo ves?''

Mi conciencia me recordó algo, su sonrisa y sus ojos no eran agradables. Eran hipócritas.

Moví mi hombro para que alejara su mano y me puse rígida en el asiento.

—¿Qué haces tú aquí? —pregunté despectiva.

—Vinimos a ver a tu madre y a ti —dijo ignorando mi indiferencia—. Te traje esto para que comas. —Sacó de su bolso algo y me lo acercó—; las enfermeras dijeron que no habías probado bocado ayer.

Miré con recelo aquel papel oscuro, ella lo rasgó dejándome entrever un sándwich, me pasó por la mente inmediato la señora Julia y su comida saludable. Debió venir ella y no Helen.

—Vamos, Tómalo —animó acercando el sándwich a mi cara—.No lo he envenenado.

Sonrió sincera pero yo no la imité. Quise negarme a tomar el sándwich, pero mi estómago no me lo hubiera perdonado nunca.

—Quiero ver a mamá —dije después de dar el primer mordisco al sándwich. Estaba malditamente delicioso.

—Dame cinco minutos y lo consigo. —Me guiñó un ojo y se levantó para irse, inconscientemente lo hice yo también, no podía dejarla ir sola. Sentí la cabeza palpitarme y caí sentada—.Quiero ir —susurré tomándome la cabeza con fuerza.

—Cuando termines —ordenó mirando con recelo al sándwich en mis manos.

—Pero no te vayas—supliqué.

El diario de una husmeadora ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora