Capítulo 1

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El paso firme de aquella mujer dejaba ver la rabia que había en ella, aunque caminara con soltura, elegancia y mirando al frente, saludando a quienes se le cruzaban en el pasillo, bien con una sonrisa o con alguna palabra amable, en sus puños apretados se reprimía el deseo de gritar.

Romma Estévez no era la mujer más cariñosa o amigable, pero jamás había tratado mal a ninguno de sus compañeros de trabajo y respetaba enormemente sus talentos y especialidades. Era competente y exigía lo mismo en quienes trabajaban con ella, implacable en los horarios de trabajo y en el cumplimiento a tiempo de los compromisos, no era la más querida de la empresa, pero si la más respetada diseñadora de toda la planta, y eso era suficiente para ella. Siempre decía: si todos a tu alrededor te quieren demasiado, creo que estás siendo demasiado permisivo o algo estás haciendo mal en tu trabajo, porque no se puede complacer a todos.

Trabajaba sin descanso hasta lograr la perfección en lo que hacía, desde el diseño de una prenda hasta el último accesorio que se usaría en el desfile que se estuviera preparando.

Habían pasado seis años desde que Romma entrara a trabajar para Leonardo Monterrey, el más reconocido creador de modas del país y fuera de él, siempre estaría en la lista de los más esperados en pasarela. Era inconcebible una Semana de la Moda sin la presencia de Monterrey.

Y Roma era su creadora más brillante. Con apenas 28 años estaba posicionada como la mejor diseñadora de Casa Monterrey. Y justo en ese momento, aquella preciosa morena, con sus labios apretados por la ira contenida, en toda su espléndida esbeltez, y con su metro setenta y seis de estatura, iba a exigir el crédito por su trabajo. Se detuvo al final del pasillo en una puerta que apenas tocó con el nudillo antes de abrir, sin esperar a que le autorizaran a entrar.

Allí se encontró con su jefe, en su majestuosa oficina, digna de su imperio, como lo describía él.

Enorme, decorada con muebles exquisitos, un inmenso escritorio en el centro y a los lados, varias mesas de diseño, dispersas por todo el lugar, cubiertas todas por pliegos con diseños y muestras de telas. Un precioso caos creativo, en donde todo parecía estar fuera de lugar, pero sin romper la estética de lugar. Todo pensado para impresionar.

Sentado tras su escritorio, se encontraba Leonardo Monterrey, el propietario y artífice de Casa Monterrey. En sus cuarenta y tres años, elegantemente vestido con trajes que le calzaban perfectamente, sus incipientes canas en las sienes, aquellos ojos leoninos que parecían taladrar a quien miraba, y su rostro archiconocido en las altas esferas de la moda. Su eterna sonrisa no engañaba a Romma y tan pronto la joven entró al despacho, Leo sonrió ampliamente y la invitó a pasar.

— ¡Preciosa Romma! Adelante, adelante...

— ¿Por qué? ¿Por qué lo hiciste, Leo? —habló pausadamente con la ira reflejada en sus preciosos ojos color café.

— ¿A qué te refieres, lindura? — preguntó con la voz falsa de quien sabe la respuesta.

— ¡Lindura un rábano! Sabes perfectamente de lo que hablo, Leo, y ya basta... ¡lo prometiste!

— No es el momento, Romma. Debes esperar un poco, madurar más en tu trabajo.

— ¿Cómo te atreves a decir eso si estás usando todos mis diseños para la nueva colección? ¡Si no fueran perfectos no los habrías aprobado y quiero que se reconozca mi trabajo! Acordamos que en esta colección me darías el crédito sobre los diseños ¡y ahora me entero que los vas a presentar sin créditos, sólo vas a aparecer tú! Resulta que el todopoderoso Leonardo Monterrey no tiene palabra y piensa dejarme por fuera de nuevo.

— Romma, Romma, Romma... sabes que en este negocio debes pagar el noviciado. No puedes pretender llegar y ser famosa de una vez. Tienes que hacerte de un nombre, tienes que darte a conocer.

LO QUE VES ES LO QUE HAYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora