Capítulo 4

7 0 0
                                    

— ¡Hola, mami! — gritó desde la entrada de la casa Romma al llegar al hogar de su familia. — ¡Hola papi! ¿Hay alguien en casa?

Era domingo por la mañana y cada vez que podía trataba de pasar los domingos con su familia. Eran unos casos perdidos, todos y cada uno de ellos y la veían como un bicho raro por su intención de mantener su vista fija en su carrera. Pero Romma los amaba, y la hacía feliz compartir sus excentricidades. Vestida con un short de mezclilla, playera y tenis blancos, caminó por la casa sin encontrar a nadie. Se fue directo a la cocina donde sin duda estaría Mariana, su madre. Era algo invariable.

Venus, la perra de la familia salió a recibirla moviendo su cola excitada. La chica jugueteó un momento con Venus y continuó su camino con la perrita tras ella.

Al entrar en la cocina, un olor confuso le llegó y supuso que su madre estaría en uno de sus experimentos culinarios. Algunos salían perfectos, pero otros eran simplemente incomibles, y por el aroma, podría apostar que se trataba de uno de los segundos.

— Mamita, ¿te quedaste sorda? Vengo pegando gritos desde la entrada.

— Te escuché, pero igual ibas a venir hasta aquí, así que para qué molestarme…

— Eres un caso, mami. — besó la mejilla de la mujer — ¿Y mi papá? — tomó algo parecido a una oblea que estaba sobre un plato y lo probó. No estaba mal del todo.

— En su cueva, como siempre. Uno de estos días va a tumbar todo el servicio eléctrico de la ciudad con sus aparatos extraños.

— Déjalo que lo haga, no te preocupes. Nadie va a saber que fue él. ¡Papaaaaá! — gritó a través de la ventana de la cocina para que Alfonso Estévez la escuchara en el cuartito trasero del patio, donde se encerraba a “crear aparatos”.

Unos minutos después, su padre entró a la estancia y  se acercó a su hija para abrazarla. 

— ¡Mi preciosa hija! Que alegría verte.

Se abrazaron con afecto y el padre le ofreció café.

Se sentaron en la mesa donde Mariana luchaba con una masa de no muy buena pinta.

— ¿Tienes algo bueno para contarnos, hija?

— Nada de lo que ustedes consideran “bueno”, y por lo demás, trabajo y más trabajo.

— Y tu vida, ¿para cuándo la vas a dejar? — preguntó Mariana sin dejar de amasar aquella cosa.

— Mami, hoy batiste todos tus récords, creo que no han pasado ni dos minutos desde que entré. Para tu información, mi trabajo es mi vida, y es lo que necesito.

— Que equivocada estás, muchacha. Necesitas un hombre en tu vida, un esposo que te haga feliz.

— Ya tengo un hombre en mi vida, y me “da lo que necesito” — respondió sabiendo que con eso provocaba la lengua viperina de su madre.

— No seas vulgar, Romma, respeta mis canas.

— ¿Cuáles, si te las tiñes cada semana?

—  Alfonso, habla con tu hija a ver si a ti te escucha.

— Mi gordita, eso no ha ocurrido nunca ni ocurrirá. Esta muchacha desde pequeña dijo lo que iba a ser. Así que te aconsejo que te resignes a que de este árbol, no vas a ver frutos.

— Cada uno peor que el otro.

— Ya que hablas de peores, ¿dónde están mis hermanas?

— Amalia debe estás en su habitación pintando corazones y Nita…cualquiera sabe dónde anda ese cuerpo, salió temprano porque iba a saludar al sol y no sé qué otras tonterías. Por ahí aparecerá cuando tenga hambre.

LO QUE VES ES LO QUE HAYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora