Capítulo 3

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—No me cae como no entiendes, Memo, ¡Es una cifra de seis números! ¿Crees que tendríamos esas ganancias en sólo dos días? Ni, aunque te encueraras ahí mismo las tendríamos, entiende—. El enfado era notable, sus manos se apretaban contra sus muslos, haciendo sus venas marcar.

—Yo podría hacer una cifra de ese tamaño en un día si me dejaras manejar esto cómo se debe, tú solamente quieres el renombre del bar—. Gruñón ladró, sacándole una carcajada incrédula a Javier, eso dolió.

—Cabrón, ¿Estás hablado al chile?— Alargó un suspiro, casi cansado de tenerle que explicar todo como si fuera un niño—. Si el bar tiene renombre, querrán invertir aquí. Si el bar tiene presencia, querrán venir personas famosas como ese brasileño, el simple hecho de que nos eligiera por sobre la competencia nos va a dar ganancias—. Frotó sus dedos contra sus ojos, sintiendo un dolor en los mismos, viendo algo raro al abrirlos—. ¿Sabes la cantidad de mujeres y omegas vendrán para ver si se lo pueden tirar? Si vienen, vendrán los perros detrás de ellos, es un ganar-ganar. Es como poner a las mujeres en 2x1, vendrán hombres atrás de ellas.

—Las tratas cómo objetos...— Incrédulo lanzó—. Nos—. Corrigió decepcionado.

—No es eso Memo, es sólo lo que es, ni, aunque diéramos tragos gratis atraeríamos tanto como lo vamos a hacer por esa pinche fiesta—. Ocupaba que su socio entendiera eso, no era contra su casta ni mucho menos, era lo que era—, así funciona todo y lo sabes—. Le miró abatido, sabía lo que significaba esa expresión.

Guillermo se siente un objeto de consumo para los Alfas, sabe que su casta siempre será su maldición. Su presencia en el bar es sólo para atraer Alfas, pues de cara al público él es un atractivo y juguetón Omega dominante ansioso por encontrar a su destinado. Pura mierda.

No existe en el mundo persona más pesimista que Guillermo en el tema de los destinados, del amor y relaciones, solamente le gusta estar en la discoteca por amor a la música y el alcohol, tiene sus aventuras cómo cualquier buen joven, pero nada muy fantasioso.

Javier decide darle espacio, saliendo del lugar y cerrando con seguro por dentro, suspirando cuando le dio la espalda, estaba estresado por el recelo de Memo.

—Trata de usar más de los spray's esos, tus feromonas se sienten muy débiles últimamente—. Dijo antes de marcharse, sin entender muy bien la hostilidad ante el tema de las castas. ¿Cómo lo entendería? Era un beta sin preocupaciones.

Lo ignoró, dejando que sus hondos pensamientos salieran a flote.

Su Omega era el más lastimado, desde sus quince años los alfas lo usaban e intimidaban, sabiendo que era débil ante las feromonas de otras castas. Odiaba ser Omega, odiaba ser recesivo, odiaba las castas y la sociedad en general. Perras mamadas.

—¡Vengan a ver a Guille!— Gritó emocionado un niño, viendo al recesivo tirado en el suelo, retorciéndose por la sobre estimulación de feromonas.

—Parece una perra en celo—. Burló otro compañero, hincándose a su nivel—. ¿Estás entrando en celo, perra?—;Feminización, era lo que más odia y odiaba de ser un Omega.

Trataba con desespero de no liberar feromonas para provocar a esos alfas, sentía miedo, se retorcía y lloriqueaba. Su cuerpo le exigía tacto, pero su cabeza le obligaba a no sucumbir.

—¿No quieres recibir un alfa ahí atrás? ¿A uno dominante?— Se mofó viendo al Omega con los ojos sellados con fuerza, aprovechándose para recorrer su figura con una mano, descarado.

—Hijos de su putísima madre...— Blasfemó, para esos alfas él sólo estaba ladrando y haciéndose el interesante antes de ser follado cómo la zorra que era.

—Soy fiel creyente de que se toman mejores decisiones después de jalármela, quizás te funciona, Paquito.

Sacude su cabeza, trata con su fuerza de voluntad dejar ese recuerdo a medias, ya le es suficiente con sentirse sucio cada que alguien lo toca, no quiere sentirse sucio de estar en su piel, no de nuevo.

Sus ojos pican y sus manos se inquietan, siente su pie temblar en una especie de tic que parecía haber dejado atrás hace tiempo.

—¿Por qué tanta insistencia para ir otra vez a esa discoteca? ¿Te gustó una muchachona de ahí?— Dudó con picardía, paró de comer los chilaquiles, esperando una respuesta que fuera satisfactoria

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—¿Por qué tanta insistencia para ir otra vez a esa discoteca? ¿Te gustó una muchachona de ahí?— Dudó con picardía, paró de comer los chilaquiles, esperando una respuesta que fuera satisfactoria.

—Algo... algo así, sólo quiero relajarme un rato, ¿Sabes?— No levantaba su mirada de los tacos que consumía, agregándole cantidades casi absurdas de salsa.

—Quizás vamos estos días, tienes vacaciones, te dejaron madreado, mijo—. Se echó unas leves risas, estampando suavemente su palma sobre el cuello y mandíbula del joven—. También a tus hermanos, ¿eh?— Se rio a risotadas agigantadas tras ver su faz.

El desayuno transcurrió normal, con platicas joviales y albureos de Eddy al jovencito. Preguntas al respecto de sus entrenamientos y hermanos. Saúl come como si fuera la ultima cena a la que tendría derecho.

Hizo una llamada rápida a su madre y padre, confirmándoles que, en efecto, estaba bien, que la pelea fue reñida pero que se tenía confianza, que los amaba y extrañaba, que sus hermanos estaban incluso mejor que él.

—Ay, mi vida, ¿Y no te duelen los golpes? Ese muchacho se veía muy fuerte—. Chillaba preocupada su madre, casi al borde del llanto.

—No me duelen, 'ama—. Entre risas soltó, le ponía feliz que su mamá se preocupara por él pese a ya ser un hombre hecho y derecho.

—No hagas muchas tonterías por allá, no quiero que me los regresen tan rápido—. Consternada comunicó, las lágrimas ya caían sobre sus mejillas. Su hijo es fuerte, lo sabe, pero no puede evitar preocuparse—. ¿Cómo están tus hermanos?— Indagó, aún más afligida, pues sus ocho cachorros estaban muy lejos de ella y aún no la llamaban.

—Ni se han levantado, les dejo dicho con Eddy que te marquen, ¿Uhm?— Tranquilizó a su madre con palabras cálidas y serenas, con ese característico cariño que le salía natural cuando hablaba con ella.

—Está bien, mjjo, descansa bien. Te extraño—. Se despidieron amorosos, diciéndose mutuamente que se cuiden mucho.

Finalmente le dio el mal del puerco después de comer las cantidades industriales de alimentos sagrados, según él. Por su pelea debía tener una dieta estricta, entonces ahora puede comer tanto cómo quiera sin tener directamente una mala repercusión en su laburo.

Echándose a su cama como un bulto, suspiró embelesado, recordando vívidamente la imagen del moreno, sintiendo su abdomen y estomago con abejas zumbando y recorriendo sus entrañas, sonriendo tontamente.

Ay, Saulito, estamos perdidos. Refunfuñaba su Alfa, sintiendo la inquietud de siempre cuando Saúl sentía eso. Al menos está bueno... Susurró para sus adentros, pues si se enamorarían, el hombre debe cumplir los requerimientos mínimos.

Antes de desmayarse por la tranquilidad, pensó en cómo esconder su enamoramiento de sus hermanos que parecen sabuesos con ese sentimiento. Ellos huelen el amor a siete kilómetros a la redonda y lo sabe. Deseaba descansar antes de todo. Se desentendió del mundo y de sí mismo, cayendo en un profundo sueño que anhelaba desde hace semanas.  

Ándale | Saúl Álvarez x Guillermo OchoaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora