Capítulo 1

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Alfonso Herrera llenó de vino las dos copas. Sonrió para sí, anticipando lo que iba a ocurrir a continuación.

Sentada en su elegante sofá, esperando a que él se reuniera con ella, estaba la mujer que durante un año se había dedicado a cortejar: Letitia Link, una de las fulgurantes nuevas estrellas de Hollywood.

Le habían presentado a Letitia el año anterior, durante su estancia en Los Ángeles para negociar la elaboración del guión de Triunfo Para Dos, su primer éxito en Broadway. Al final había tenido que desplazarse varias veces desde su hogar en Connecticut hasta la Costa Oeste antes de firmar definitivamente el contrato.

Cada vez que iba a California se las arreglaba para ver a Letitia. En una ocasión habían comido juntos, en otra le había invitado a cenar. Alfonso había planeado la estrategia con mucho cuidado, hasta conseguir que ella fuera a visitarle al este.

Cuando su obra se estrenó en Broadway, Alfonso encontró la ocasión perfecta paira invitarla. Le pediría que lo acompañara al estreno y a la fiesta que tendría lugar después.

Ella había aceptado. Había volado hasta Nueva York.

Tres días después, cuando los elogios de la crítica ya habían garantizado el éxito de su obra, Letitia aceptó pasar el fin de semana en su casa.

Alfonso tenía que recordarse a menudo que aquello era real. Después de tantos años dedicado a escribir, de incontables rechazos, ahora lo acosaban por todas partes, las revistas y los periódicos se hacían eco de cada una de sus frases, y todas sus citas eran comentadas en las columnas de cotilleo.

No le hubiera importado prescindir del estatus de celebridad, pero le halagaba que por fin le fuera reconocido el mérito de tantos años de esfuerzo.

Se volvió y llevó las copas al sofá, procurando no delatar la reacción de su cuerpo hacia ella. ¡Dios! Estaba realmente maravillosa con aquella cascada de pelo rojizo sobre los hombros, y esos seductores ojos verdes sonriéndole.

Alfonso se sentó en el sofá junto a ella y le dio la copa.

—Gracias, Alfonso —dijo Letitia con su voz ronca. Él sonrió.

—Quiero que sepas lo mucho que me alegro de que me hayas invitado a tu casa. Con la reputación de ermitaño que tienes, me siento honrada de poder compartir tu silencioso refugio.

Alfonso tomó un sorbo de vino.

—Te agradezco que entiendas cómo me siento.

—¡Oh, claro que lo entiendo, Alfonso! Créeme. A veces es como si nuestras vidas ya no fueran nuestras.

Él la vio tomar un sorbo de vino y relamerse con discreción el labio inferior.

—¿Llevas mucho tiempo en esta casa? —preguntó Letitia mirando a su alrededor.

—Tres años.

—Es preciosa, de veras que sí. ¿Siempre has vivido en Connecticut?

—No; nací en Nueva Jersey y viví en un pueblecito de aquí cerca llamado Teaneck hasta que me fui a la universidad. De hecho, mi madre todavía vive allí.

—Entonces la visitarás de vez en cuando...

A su memoria acudieron los recuerdos de su viejo barrio y de la infancia. ¿Por qué sería que siempre que pensaba en su pasado se acordaba instantáneamente de Anahí? ¿Por qué no podía quedarse en el pasado tal como le correspondía?

Anahí Puente. Su nombre sonaba más impresionante de lo que ella era en realidad. Ella había sido la perdición de su existencia infantil. Cinco años más joven que él, Anahí le había perseguido como un cachorrito con ganas de jugar.

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