Capítulo 7

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—¿Any? Oye, voy a necesitar tu ayuda esta noche —dijo Frank, girando su sillón hacia el escritorio de Anahí—. ¿Crees que podrías quedarte un rato?
Dani estaba tan concentrada en su trabajo que dio un salto en el sillón.
—Bueno. ¿Qué te hace falta?
Frank empezó a explicarle y Any notó un tono de emoción contenida en su voz. Seguro que había descubierto algo. Se preguntó por qué querría que ella se quedara, pero fuera cual fuese la razón, le alegraba que se lo pidiera.
Cuando al fin terminaron a altas horas de la noche los dos estaban exhaustos y hambrientos.
—¿Quieres comer algo antes de ir a casa? —preguntó Frank cuando salían del edificio tras registrar la salida en la mesa del vigilante.
—Me parece bien.
—Te veré en el restaurante que hay en la esquina de Elm Street —se despidió Frank, yendo hacia su coche.
Ahora que estaban fuera del laboratorio, Anahí empezó a comprender lo que había hecho, o más concretamente, lo que no había hecho. No había llamado a Alfonso, cosa que había prometido hacer todas las noches para tranquilizarle.
No sabía por qué Alfonso exageraba tanto respecto a su seguridad, como si estuvieran en una película de espías. Por mucho que Frank estuviera falsificando fórmulas e información, Any estaba segura de que no corría ningún peligro.
Una de las cosas que más le molestaba era que en aquellos meses había llegado a hacerse amiga de Frank, e incluso ahora trataba de buscar posibles justificaciones a su comportamiento. Quizás necesitaba dinero, aunque ella era la primera en admitir que sus salarios eran excelentes, así como las bonificaciones.
Si él se decidiera a hablarle de lo que estaba ocurriendo, pensó esperanzada. Ella no se atrevía a sacar el tema. Daría al traste con la investigación, sabiendo que ella era una parte vital de la misma. La traición era una cuestión muy interesante, ahora que empezaba a pensar en ella. Las circunstancias le habían obligado a elegir entre traicionar a Frank o a la compañía para la que trabajaban. Ya había elegido, pero eso no servía para borrar el dolor que causaba la pérdida de un amigo.
Cuando llegaron al pequeño restaurante, Anahí se disculpó y fue a llamar por teléfono. Alfonso contestó a la primera.
—Hola, soy yo.
—¿Dónde demonios te has metido, Any? Son casi las once.
—En la oficina.
—¿Sola?

Ahora.
—No. Con Frank.
—¿Es que has perdido el juicio?
—Poncho, tienes que entender que Frank y yo trabajamos juntos desde hace más de un año. Es el jefe del grupo de investigación, y como tal, la persona a quien tengo que someterme. Cuando me pide que me quede hasta tarde tengo que hacerlo.
—¿Se lo has dicho a Worthington?
—No. No vi razón para hacerlo. Lo de quedarnos hasta tarde no es nada raro.
—¿Dónde estás ahora?
—En un restaurante cerca de la oficina. Vamos a comer algo antes de ir a casa.
—¿Vamos? ¿Quieres decir tú y Frank?
—Exacto —replicó Anahí, mirando el reloj—. Mira, Poncho, si vas a sentirte mejor  te llamaré cuando llegue a casa. Ahora tengo hambre y quiero comer.
—Lo siento, Any. No sabía lo que decía. Es que estaba preocupado por ti.
—Te pido perdón por no haberte llamado antes. Luego hablamos.
Cuando volvió a la mesa ya habían servido la cena. Sonrió a Frank mientras se sentaba enfrente.
—Siento haber tardado.
Frank tomó un bocado de su plato.
—¿Has llamado a tu novio?
Any notó la sangre afluir a sus mejillas.
—Sí —dijo, cogiendo la hamburguesa del plato.
—Todavía se me hace raro que vayas a casarte. Desde que nos conocemos nunca me habías hablado de él.
—Bueno, supongo que no había razón para hacerlo. Tú y yo solíamos hablar de los progresos en el trabajo, de las cosas que pasan en la oficina o de las noticias del día, pero nunca hemos entrado en cuestiones personales.
Frank esbozó una media sonrisa.
—Supongo que daba por sentado que ya tendríamos tiempo de entrar en ellas. Anahí lo miró a los ojos.
—Somos amigos, Frank. No teníamos por qué tratar de cambiar nuestra relación.
—Lo sé —respondió Frank algo melancólico, cogiendo su sandwich—. Pero tú siempre has sido tan franca, tan clara conmigo…
—Bueno, las mujeres Aries somos así. Si no te hablé de esto fue porque nunca tocamos el tema.


Cuando Dani aparcó delante de su apartamento estaba mortalmente cansada. Buscó las llaves en el bolso, y al girar la cabeza gritó. Había visto un movimiento sospechoso en las sombras junto a su puerta.
—Soy yo, no te asustes —dijo Alfonso.
—¿Qué estás haciendo aquí?
Alfonso le quitó la llave de la mano y abrió la puerta de su apartamento.
—Yo creía que era evidente —dijo, encendiendo la luz.
Alfonso se adentró en el apartamento, revisando las habitaciones. Any se apoyó en la puerta cerrada y movió la cabeza.
—Sólo por curiosidad, ¿a quién estás buscando? Porque dado que acabo de dejar a Frank, me parece que es imposible que esté aquí escondido dispuesto a atacarme.
Alfonso salió del último dormitorio y volvió adonde estaba Any.
—Uno de los dos tiene que tomarse este asunto en serio.
—Yo me lo tomo en serio. Pero no veo que corra ningún peligro —dijo, acercándose a él—. ¿A quién buscas?
—Tiene que tener algún cómplice; no creo que esté solo en este asunto.
—Pues yo estoy segura de que sí lo está. Pero no sé por qué.
—¿Te has enterado de algo más?
—Sí, pero no puedo hablarlo contigo ni con nadie. Alfonso estudió su expresión.
—Pareces cansada.
—Imagínate.
—¿Por qué no te das un baño caliente?
—Es lo que pienso hacer en cuanto te vayas a tu casa.
—Por mí no te preocupes. Yo te prepararé algo caliente mientras te bañas. Anahí movió la cabeza. Estaba demasiado cansada para discutir.
Una vez llena la bañera de agua caliente y sales de baño, Anahí sumergió su dolorido cuerpo en ella. Estaba acostumbrada a trabajar muchas horas seguidas. Siempre había sido un alivio llegar a casa y relajarse. Incluso reconocía el aumento de tensión por vigilar constantemente a Frank sin que se diera cuenta.
No, Frank no era el problema; al menos era un problema que tenía bajo control. Ahora mismo Alfonso era el problema de su vida, y no sabía cómo resolverlo.
No sabía qué podía hacer con él. Después del fin de semana en New Jersey se había puesto en contacto con los agentes del F.B.I. para saber cuánto tiempo tendría

que pasar antes de conseguir pruebas concluyentes respecto a Frank. Y las noticias no eran muy alentadoras.
Sabía que tenían que reunir las pruebas con mucho cuidado. La palabra de Anahí no bastaba. Si lograban descubrir los motivos de Frank y el objetivo de sus acciones, la tarea sería mucho más fácil.
Lo que a Anahí le irritaba era que no había sido necesario inventar el supuesto compromiso con Alfonso. Frank había aceptado la idea de que hubiera otra persona en su vida. El artículo del periódico había dado a la pequeña farsa proporciones gigantescas. Lo que más le enojaba era que a Alfonso no parecía importarle.
Estaba colaborando con los planes de sus padres como si la boda realmente fuera a tener lugar. Tenía que hablar con él de ello, pero necesitaba unos días para pensar en qué modo iba a hacerlo. Al principio había sentido una rabia infinita; ahora sentía dolor.
Quizá esta noche fuera una buena ocasión para hablar de cómo pensaba detener el curso de los acontecimientos.
Cuando volvió a reunirse con Alfonso en la cocina, Any ya se había mentalizado para la confrontación. Se había puesto el pijama y la bata, pero iba descalza. Al entrar  Alfonso le sirvió una taza de chocolate caliente.
—¿Cuántas veces en todos estos años me habrás dado chocolate caliente? — murmuró Anahí, cogiendo la taza.
Alfonso le propuso volver al salón, siguiéndola también con una taza.
—Siempre ha sido una forma garantizada de animarte.
—¿Y piensas que me hace falta animarme?
—No estoy seguro. Lo único que sé es que has estado evitándome toda la semana. Hoy pensaba llevarte a cenar para preguntarte qué te pasa.
—Creo que sabes muy bien lo que me pasa. Alfonso asintió, tomando un sorbo de chocolate.
—Estás enfadada por los planes de la boda.
—Bingo.
Alfonso dejó la taza, en la mesa y extendió las manos.
—De acuerdo. Vamos a pensarlo con lógica. Ahora mismo tú necesitabas otra persona en tu vida.
—Eso es bastante discutible. Frank no se hubiera puesto bruto si le hubiera dicho simplemente que no iba a volver a salir con él fuera del trabajo. Ahora me doy cuenta. Ojalá no me hubiera entrado el pánico al principio. No sabía cómo iba a actuar cuando estuviera con él. Pero no habría tenido ningún problema. Sigue estando igual de amable en el trabajo.
—Creo que el problema es que estás enamorada de Frank. Anahí gimió.

—Alfonso, te adoro, pero tu fantástica imaginación de escritor a veces me saca de  quicio.
Estaban sentados en extremos opuestos del sofá. Alfonso se volvió hacia ella.
—¿Es eso cierto?
—Completamente. Me sacas de quicio.
—¡No! No me refiero a eso. Has dicho que me adoras. ¿Es cierto? Any lo miró como si se hubiera vuelto loco.
—Poncho, sabes muy bien que te quiero desde que era pequeñita… Te he bombardeado con mis tarjetas caseras de San Valentín, te he mandado tarjetas de cumpleaños, y en cuanto a Navidad…
—Lo sé, lo sé. Pero todo eso eran cosas de niña.
—Dado que era una niña entonces, creo que era lo más apropiado. ¿Qué quieres de mí?
Alfonso se pasó una mano por el pelo, moviendo la cabeza como tratando de aclarar sus pensamientos.
—¡Dios mío, vuelvo a sentirme como un estudiante de segundo año! Anahí le cogió la mano.
—Poncho —murmuró—, todavía te quiero. Sé que lo sabes. Siempre has sido mi héroe, el hermano que nunca tuve, mi salvador cada vez que me metía en un lío del que no podía salir por mi propio pie.
—Un hermano —repitió Alfonso con voz monótona.
—Eso es. Y mi mejor amigo. Siempre has sabido cómo darme ánimos. Hasta cuando te enfadabas por la forma en que hacía las cosas, siempre aplaudías mis esfuerzos. Me has ayudado a serenarme, a no ser tan impulsiva… En resumen, siempre he sabido que estarías ahí cuando te necesitara. Que estabas de mi parte. Hasta ahora.
Alfonso había mantenido la vista apartada de ella. Pero ahora se volvió a mirarla.
—¿De qué hablas?
—No parece que te importe mucho la vergüenza que voy a pasar cuando se suspenda la boda. Lo hagamos como lo hagamos, todo el mundo pensará que Alfonso Herrera prefirió no casarse con la chica de la puerta de al lado. Nadie te echará la culpa, y yo menos. Después de todo, yo se que este noviazgo es una farsa. Pero los demás no lo saben. Y dada la forma en que estás animando a todo el mundo, todos lo ven como real. Después yo tendré que enfrentarme a ellos.
—Pues cásate conmigo —replicó Alfonso tranquilamente.
—¡Poncho!
Any saltó del sofá y empezó a pasear de un lado a otro.

—Esa no es la solución, y tú lo sabes. ¿Cómo puedes ni siquiera proponerme algo así?
—¿Qué tiene de malo?
—Para empezar, yo no tengo ninguna gana de casarme tan joven. Y en segundo lugar, cuando decida casarme lo haré porque el hombre con quien lo haga me quiera, y no porque quiera salvarme de otro de mis líos.
—Yo te quiero, Any.
Anahí se paró en seco, con las manos en las caderas.
—Ya lo sé, Poncho. Siempre me has querido. Pero estamos hablando de otra clase de amor.
—A lo mejor puedes explicarme la diferencia; me temo que estoy un poco confuso.
Any asintió.
—Claro que lo estás, pero yo estoy muy cansada para entrar en eso ahora. Créeme, uno de estos días asistiré a tu boda y te veré avanzar por el pasillo de la iglesia del brazo de una espléndida pelirroja con un cuerpo de película.
Anahí se sorprendió del dolor que ella misma se había causado describiendo la escena. Claro que Alfonso tendría que casarse algún día; siempre lo había sabido. Se había querido consolar con la idea de que si lo hacía, seguiría estando a su disposición siempre que lo necesitara.
—¿Any?
No se había dado cuenta de que Alfonso se había levantado y estaba delante de  ella. Lo miró.
—Estoy prometido a ti —murmuró Alfonso.
—Sólo de un modo provisional.
—No sabemos cuánto va a durar la investigación.  Any suspiró.
—Lo sé.
—Si nos casáramos yo podría pasar las noches contigo y asegurarme de que estás bien. ¿Lo has pensado?
Anahí pensó en todas las noches que se había pasado despierta pensando en el asunto, preguntándose por qué Frank se habría metido en un asunto tan sucio y de qué forma podría afectarle a ella. Incluso había pensado en la posibilidad de que tuviera cómplices que pudieran hacerle daño. Pero no quería decírselo a Alfonso.
—Soy una mujer adulta, Poncho. Puedo cuidar de mí misma —dijo, sentándose de nuevo.
Alfonso fue a sentarse junto a ella, poniéndole las manos en los hombros.

—Any, ¿es que no confías en mí para hacer lo mejor para los dos en este asunto?
—No estoy segura. Últimamente has hecho algunas cosas bastante extrañas. Alfonso sonrió.
—Creo que debemos seguir adelante con los planes de boda.
—¿Por qué?
—Bueno, hay muchas razones. No somos unos desconocidos que no sepamos nada el uno del otro.
—Sabemos demasiado el uno del otro.
—Quizás.
—Podríamos terminar por hacernos daño.
—Nunca haría nada que pudiera hacerte daño, Any. Lo sabes.
—Intencionadamente no.
—Si no te gusta siempre podemos anular el matrimonio o algo parecido.
—¿Estás diciendo que nos casemos, pero sólo finjamos que vivimos juntos? Alfonso parecía la inocencia personificada.
—Lo que tú digas. Puedes fijar todas las normas que quieras.
—Supongo que esperas que me vaya a vivir a tu casa.
—Es la costumbre, pero no tienes por qué hacerlo si no quieres.
—Sólo hasta que el caso se haya resuelto.
—Tú tienes la palabra.
—¿Y si te apeteciera salir con otra mujer?
—Procuraré controlar el impulso, ¿de acuerdo?
Alfonso sonrió y la abrazó. Antes de que Any pudiera decir nada, ya se había agachado para besarla.
Maldición, ¿por qué seguía haciendo eso? No podía pensar cuando Alfonso la besaba, y ahora lo necesitaba desesperadamente. Había gato encerrado en aquel asunto, algo que no encajaba. Alfonso Herrera no era de los que se sacrificaban voluntariamente. ¿Por qué quería casarse con ella?
El beso reclamó finalmente toda su atención. Cuando terminó, la cabeza le daba vueltas.
—Ojalá no hubieras hecho eso —murmuró, cerrando los ojos.
—¿No te gusta que te bese?
—Me distrae demasiado.
—¿No te gusta que te bese? —repitió Alfonso.

—No es que no me guste. Sólo que preferiría que no lo hicieras. Tus besos no me dejan pensar.
—A lo mejor te viene bien dejar de pensar un poco.
—¡Nunca creí que viviría para oírte decir eso!
—Sin duda me estoy ablandando con los años.
—Alfonso, yo sí que me voy a ablandar si no te vas ahora mismo y me dejas dormir. No sé tú, pero yo tengo que trabajar mañana. No puedo dormir hasta las tantas…
—¡Yo tampoco! ¿Piensas que esa es la vida que llevo?
—No lo sé, Poncho. Los últimos años apenas nos hemos visto. Yo te conocí de niño, de adolescente y en tus años de universidad. Pero ahora no eres la misma persona. No sé muy bien cuáles pueden ser los hábitos de un Escorpio adulto.
—¿No? Yo sí creo saber cuáles son los de una mujer Aries.
—Bueno, en algunos aspectos sigues siendo el mismo, pero para establecer una relación seria hace falta mucho más que el hecho de criarse juntos.
Alfonso acarició su mejilla.
—No te preocupes por eso, ¿vale? Dejemos que los planes se queden como están. Si consiguen cerrar el caso antes de la fecha de boda propuesta, pensaremos lo que hacer. Si no, seguiremos adelante con la boda.
—Pero, ¿es que no lo entiendes? Si rompiéramos el compromiso ahora seguiría siendo una medida eficaz. Frank no insistirá en que volvamos a salir.
—Estoy haciendo todo lo posible para que no lo haga.
—No comprendo esa actitud permanente de celos que has adoptado.
—No son celos. Sólo quiero protegerte.
—Llámalo como quieras, pero a mí me parece tonto e innecesario.
—Si te casas conmigo no volveré a ponerme celoso ni protector. Te lo prometo.
Te descuidaré como el mejor de los maridos.
Any lo miró de reojo.
—¿De verdad piensas que es necesario que nos casemos?
Alfonso asintió con mucha seriedad. Any lo miró durante un largo rato en silencio. Aquél era Alfonso, el hombre a quien siempre había confiado su vida. No siempre era predecible, pero sabía que podía contar con él cuando lo necesitaba.
A lo mejor esta vez lo necesitaba más de lo que quería admitir. Fueran cuales fuesen sus razones, Alfonso quería que se casase con ella, aunque no se tratara de un matrimonio consumado.
Al fin asintió.
—De acuerdo, Alfonso. Me casaré contigo.

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