Capítulo 3

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Cuando Any colgó el teléfono estaba muy pálida.
—Viene para acá —anunció.
—No sé por qué me lo imaginaba. Debe ser porque te he oído darle la dirección de la casa.
—Bueno, pensé que no deberían vernos juntos en público.
—Ya. Yo me inclino a pensar que te ves como la heroína de una película de espionaje.
Anaíh se sonrojó.
—Difícilmente. Para cuando acabe de hablar con él puede que ya no tenga trabajo —replicó con aspereza—. ¿No piensas vestirte?
Alfonso se miró el pecho desnudo.
—Ese hombre no viene a verme a mí. Tú eres quien ha logrado atraer su curiosidad.
—Poncho, por favor, no seas tan cínico. En cuanto hayamos hablado y le enseñe lo que he encontrado, te dejaremos en paz.
—Una pena que no lo pensaras antes de estropearme ayer la noche.
—No te preocupes. No pienso implicarte en mi vida nunca más.
Horas después Any estaba sentada en el estudio mirando a Alfonso completamente aturdida. La declaración que le había hecho horas antes no podría haber sido menos apropiada.
¿Cómo podía haber ocurrido?
Todo empezó con la llegada del señor Worthington. Any le había contado sus sospechas, le había enseñado los papeles y finalmente esperó su respuesta.
Respuesta que fue de lo más inesperada. Preguntó si podía utilizar el teléfono, se disculpó y fue a otra habitación. Al volver explicó que enseguida vendrían un par de agentes del F.B.I.
Por si fuera poco, una vez que los oficiales del gobierno hubieron valorado la situación, los tres hombres empezaron a discutir la estrategia del caso.
—Es muy importante que Frank no note sus sospechas, señorita Puente — explicó uno de los agentes—. Queremos vigilar sus movimientos, ver quiénes son sus contactos y qué hay detrás de todo esto. Así que tendrá que comportarse como siempre lo ha hecho con él.
—Usted no lo entiende. He estado saliendo con ese hombre. No podría seguir haciéndolo después de saber que se dedica al espionaje industrial.
Los agentes intercambiaron miradas.

—Usted podría dejar de salir con él si lo cree conveniente.
—¿Y qué explicación iba a darle? ¿No cree que podría sospechar?
—Podría decirle que ha conocido a otra persona. Any miró al hombre con disgusto.
—¿Y qué hago cuando vea que esa otra persona no existe?
—Lo que estoy diciendo es que empiece a salir con otra persona.
—No conozco a nadie más. ¿No lo entiende? Paso muchas horas en la oficina, no tengo tiempo para dedicarme a la vida social. Esa fue una de las razones por las que Frank y yo empezamos a vernos. Terminábamos de trabajar bastante tarde, y luego íbamos a comer algo. Al cabo de un tiempo empezamos a ir juntos al cine y esas cosas, y digamos que la relación evolucionó.
En ese punto de la conversación el señor Worthington le preguntó acerca de su relación con Alfonso, que se había presentado en la puerta y no había vuelto a aparecer por allí.
Anahí le explicó que conocía a Alfonso desde la infancia, porque sus padres eran amigos y vecinos. Inmediatamente los agentes reclamaron su presencia en el estudio.
Después de exponerle la situación, uno de los agentes preguntó si Alfonso tendría algún inconveniente en ayudarles.
—No sé de qué podría servirles, pero haré lo que pueda.
—Tenemos pensado que usted se haga pasar por el nuevo amor de Any durante las próximas semanas, hasta que consigamos la información y las pruebas necesarias para hacer un arresto.
La expresión de Alfonso dejó claro que tendría que recurrir a sus habilidades como actor para representar un papel semejante. El señor Worthington tomó la palabra entonces.
—Mejor aún, creo que podríamos sacar un buen partido a su larga amistad. La única razón por la que ella podría estar saliendo ahora con él sería que hubieran decidido comprometerse. Que Any llegue el lunes a la oficina con un anillo de compromiso. Eso explicará bastante bien la situación.
Fue entonces cuando Anahí entró en el shock. Su mirada de horror, sin embargo, no era muy distinta a la de Alfonso.
—Eh, espere un momento. Yo no me he comprometido con nadie.
—Por supuesto que no. Todo esto es un montaje. Pero explicaría la rapidez con que Any ha cambiado de pareja. Quizá lo único que tenga que hacer es ir a recogerla después del trabajo, conocer a Frank, fingir la adoración apropiada por ella, y luego desaparecer. Estoy seguro de que la señorita Puente podrá fingir el resto.
Any no sabía qué hacer. ¿Cómo era posible que la situación los hubiera conducido a un falso compromiso? Y precisamente con Alfonso.

—También podría fingir que he conocido a alguien fuera de la ciudad. ¿Se lo tragaría?
—¿Podría ser usted lo bastante convincente respecto a no querer verlo si Frank sigue pasando el tiempo con usted?
—No lo sé. No veo por qué iba a importarle. Los hombres intercambiaron miradas.
—Si quiere intentarlo de ese modo, usted misma. Anahí suspiró aliviada.
—Sí, desde luego lo preferiría —dijo, sonriendo a Afonso—. Sé que tú también preferirías no estar metido en este asunto.
Alfonso no contestó.
—¿Creen que Any puede correr peligro?
—Haremos todo lo posible para que esté protegida —respondió uno de los agentes—. Pero no sabemos cómo podría reaccionar ese hombre si intuye que sus planes no van a funcionar.
—Entonces creo que Anahí debería limitarse a informar del asunto y largarse.
—¡No estarás hablando en serio! —exclamó Anahí indignada poniéndose de pie.
—¿Por qué correr el riesgo de que te hagan daño? —preguntó Alfonso en tono razonable.
—¡Ah, claro! Se supone que en vez de eso tengo que tirar mi profesión por la ventana. Menuda elección.
—No te pongas tan dramática, Any. Sólo digo que te mantengas alejada mientras consiguen las pruebas. No necesitas hacer ningún alarde de tu valor. Conozco de sobra lo imprudente que puede llegar a ser una mujer Aries.
—Pero señor Herrera, comprenda que necesitamos a Anahí —intervino uno de los agentes—. Ella es vital en estos momentos porque puede trabajar desde dentro, vigilar lo que ocurre.
—En ese caso, preferiría tomar parte en el asunto, aunque sea desde la frontera. Miró a Anahí como desafiándola a discutir su decisión.
¿Qué más le daba a él que fuera o no un asunto peligroso?, se preguntó Anahí.  No entendía su comportamiento. A veces creía que Alfonso le llevaba la contraria sólo para confundirla.
Anahí estaba exhausta cuando al fin se fueron los agentes con el señor Worthington. Se quedó de pie en el pasillo viendo a Alfonso acompañando a los hombres hasta la puerta.
—Creo que será mejor que me vaya a casa —le dijo cuando cerró la puerta.
—Yo no sé tú, pero yo me muero de hambre. ¿Por qué no vamos a comer algo antes?

De repente parecía el Alfonso que siempre había cuidado de ella, y por un momento olvidó la intranquilidad que había empezado a acumularse en su interior mientras Alfonso y los agentes discutían la situación.
—Siento haberte metido en todo esto —se disculpó.
Alfonso le pasó un brazo por los hombros y la estrechó contra él.
—No te preocupes —le dijo—. Sólo serán unos días, un par de semanas a lo sumo.
Le cogió la mano y extendió los dedos sobre su palma.
—Tenemos que hacer no sé qué de un anillo, ¿no? ¿Por qué no vamos a mirar después de comer?
—No creo que sea buena idea.
Alfonso condujo a Anahí hacia la puerta, la abrió para que pasaran y cerró tras ellos.
—Hablaremos de ello después de comer.
El problema con Alfonso era que siempre se salía con la suya.

El restaurante que escogió para que comieran estaba lleno de luz y plantas. A Anahí le gustó al instante. Miró a las atareadas camareras yendo de un lado a otro, a los comensales charlando tranquilamente, y sonrió.
—¿Sueles venir aquí? —preguntó cuando ya estaban sentados y les habían dado la carta.
—Cuando me canso de comer en casa —respondió Alfonso, repasando el menú.
—Ojalá me hubieras dejado ir a casa antes para cambiarme. Esta ropa no es lo más apropiado para una comida fuera de casa.
Se miró apesadumbrada la sudadera y los desgastados vaqueros.
—Estás bien.
Alfonso no había levantado la cabeza de la carta.
—¿Cómo lo sabes? Tú nunca me miras. Alfonso levantó la cabeza y la miró fijamente.
—Vaya tontería. ¿Cómo iba a saber que eras tú si no te mirase?
Alfonso sostuvo su mirada penetrante de hombre Escorpio, reparando en la gruesa fila de pestañas negras y la forma en que sus ojos vibraban muy ligeramente en los extremos. Su piel cremosa tenía la misma juventud de cuando la vio por primera vez. Todavía tenía la misma naricilla, el labio superior corto y el inferior más carnoso, curvándose seductoramente para encontrarse con el otro. El hoyuelo en la barbilla seguía intacto, y también sus rizos enmarcando la cara de muñeca.
¡Claro que se fijaba en ella! Con frecuencia la veía en sueños.

Tan pronto como encargaron los platos Alfonso se inclinó sobre la mesa y cogió la mano de Anahí.
—¿Qué tamaño de anillo usas?
—No lo sé. Nunca me he puesto uno. Alfonso suspiró.
—¿Por qué nada es simple para ti?
—¿A quién le gusta que lo consideren simple? —preguntó ella a su vez con una sonrisa.
—De acuerdo, me rindo. ¿Qué clase de anillo te gustaría llevar?
—Alfonso, ya te lo he dicho, yo no me pongo anillos.
—Pues vas a tener que hacerlo las próximas semanas.
Any percibió el tono de indiferencia con que lo había dicho, el que solía emplear cada vez que se disponía a batallar para salirse con la suya.
—¿Por qué insistes con esto? Los agentes dijeron que no hacía falta ir tan lejos para convencer a Frank.
—No quiero correr ningún riesgo. Cuando vea el anillo sabrá que es imposible que el novio consienta en que tú veas a otro hombre.
Any lo miró con desconfianza.
—Puede que sí, pero personalmente no creo que el perder el derecho a salir conmigo de vez en cuando le vaya a romper el corazón.
—No estoy de acuerdo. Seguro que se ha tomado su tiempo para ablandarte.
Las carcajadas de Anahí resonaron en todo el restaurante, y algunos comensales se volvieron a mirar, sonriendo al ver su regocijo. Era tan espontánea y natural que no podía ocultar que era Aries.
—Haz lo que quieras entonces —dijo Anahí encogiéndose de hombros—. No pienso pelearme contigo.
—Vaya, no sabes la alegría que me das.
Any sintió un ligero cosquilleo en la boca del estómago al ver su sonrisa lenta, y miró alrededor a ver si traían ya la comida. Debía ser hambre.

Después de comer fueron a una joyería y Alfonso insistió en mirar toda la gama de anillos que tenían. Empezó a ver el problema cuando Any se hubo probado unos cuantos; sus dedos eran tan pequeños que cualquier cosa le quedaba grande.
Por fin encontró lo que quería. Una fila delicadamente tallada con una pequeña perla en el centro; era tan pequeño y delicado como ella. Se lo puso sabiendo que aquél era el anillo perfecto. Encajaba a la perfección.
—Me lo llevo —dijo, entregando su tarjeta de crédito al sonriente dependiente.

any había visto el precio.
—¿Estás seguro?
—Pues claro que estoy seguro. Ya sé que no es el típico anillo de compromiso, pero me recuerda a ti.
Any miró el anillo. Estaba hecho con mucho primor; casi podía ver a los duendecillos formando los pétalos y colocando la perla en el sitio justo. Miró a Alfonso con los ojos brillantes, y sin pensarlo le echó los brazos al cuello.
—Gracias, Poncho —dijo, besándole en la barbilla.
Cuando regresaron a casa de Alfonso eran más de las cuatro.
—De verdad, tengo que irme a casa —dijo Any mirando el reloj—. Tengo que hacer las tareas del fin de semana, ya sabes, ir de compras, arreglar la casa…
—Entonces nos vemos el lunes. Te recogeré en el trabajo y conoceré a Frank.
—No podrás entrar al laboratorio. Me llamarán desde recepción. Allí nos encontraremos.
—Entonces, ¿cómo voy a conocerle?
—¿Es absolutamente necesario?
—¿Tú qué crees?
Any lo miró fijamente, deseando poder entenderlo mejor.
—De acuerdo. Ya pensaré en algo. Alfonso acompañó a Any hasta su coche.
—Procura no violentar a ningún policía de camino a casa.
Any soltó una carcajada. De pronto Alfonso la tenía en sus brazos.
—Cuídate, pequeñina —dijo, empleando un adjetivo que no había usado en muchos años.
Luego la besó.
Alfonso la había besado muy pocas veces en su vida, y de un modo casi fraternal. Pero esta vez no era así. La estrechó con fuerza y forzó la apertura de sus labios, reclamando su posesión mientras exploraba su interior. Mordisqueó su labio inferior, deslizó la lengua por el superior, y volvió a adentrarse en la humedad de su boca.
Any perdió el sentido de la realidad; no sabía dónde estaba, ni por qué Alfonso la había cogido en sus brazos. Sólo era consciente de la fuerte reacción de su cuerpo al apasionado abrazo de Alfonso.
Porque era Alfonso, el hombre a quien conocía desde hacía tanto tiempo, su amigo, su ángel de la guarda. Y sin embargo la estaba besando como si fuera Alfonso, su amante.
Y estaba permitiendo que ocurriera. De hecho se estaba recreando en todas las nuevas sensaciones que nacían en su interior.

Cuando Afonso aflojó los brazos y le permitió coger aire, los dos estaban sin aliento.
La brisa había revuelto el pelo de Alfonso, que ahora le caía descuidadamente por la frente. El brillo ardiente de sus ojos sorprendió a Anahí casi tanto como el beso. Suspiró profundamente, esperando que la sensación de mareo sólo fuera provocada por la falta de oxígeno. ¡Cielo santo! ¿Qué le estaba pasando?
Ninguno dijo nada. Any entró en el coche y Alfonso cerró la puerta. El coche arrancó y enfiló la calle en dirección al apartamento de Any.
Alfonso la vio irse, con las manos en los bolsillos.
¿Qué le habría impulsado a besarla?, se preguntaba perplejo, por lo inusual de su comportamiento. Estaba preocupado por ella, eso sí. Como siempre, Any había conseguido meterse en otro embrollo gracias a su impulsiva necesidad de comprender todo lo que le extrañaba. Movió la cabeza y volvió a casa. Any necesitaba un guardián, desde luego. Se preguntó si entendería la seriedad del problema en el que se había metido esta vez. ¡Dios santo, nada menos que el F.B.I.!
Algún día Anahí Puente iba a acabar con él.

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