Un ángel tan brillante como fugaz.

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—¡Hermana, tienes la voz de un ángel! —dijo el pequeño Evan, un niño regordete que, con sus mofletes rojos y una sonrisa en el rostro, miraba con gran orgullo a su querida hermana, recibiéndola con una rosa en la mano una vez que ella terminó su audición.

Entonces, su padre levantó al pequeño en brazos, mientras su madre tomaba las manos de la joven, sonriendo todos en una escena digna de un cuadro.

—¡Es verdad! Lo es, es nuestro orgullo, ambos lo son. ¡Yo sé que ella llegará tan lejos como quiera, y tú también, mi niño! Todo lo que desees, lo lograrás, y nosotros estaremos ahí para verlos cumplir sus sueños.

—¡Siuuuu! —El pequeño levantó las manos con fervor mientras su padre ahora lo sostenía de la mano.

—Ja ja ja, ¿qué es esa contestación, Evan? —preguntó su padre.

—Perdón, pa', pero lo dicen mis amigos de la escuela y me dieron ganas de gritarlo.

—Ja ja ja, eres increíble.

—Ja ja ja, tontísimo.

—Ay, mi niño...

Esa fue la respuesta despreocupada del pequeño, la misma que enternecería a todos y les sacaría una sonrisa por su gran inocencia, haciendo aún más memorable ese momento en el tiempo.

...

Y ahí estaba alguien rememorando aquel día. Una mano tocaba esa escena que ahora era una fotografía, más que un simple recuerdo, con ellos sonriendo. La foto yacía en un pequeño escritorio, siendo acariciada por alguien que recordaba ese instante en el tiempo.

—Con que su orgullo, ¿eh? Bueno, ¡es hora de demostrarlo!


Aquella persona que lo veía, que lo recordaba, era el chico que antes lucía como un querubín, pero que con el tiempo se había convertido en un joven mucho más atractivo

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Aquella persona que lo veía, que lo recordaba, era el chico que antes lucía como un querubín, pero que con el tiempo se había convertido en un joven mucho más atractivo. Ahora era de estatura mediana, pues medía 1.75, con un cabello castaño, casi pelirrojo. Tenía una cara afilada, como sus ojos, que eran azules con tintes amielados, lo que lo hacía altamente atractivo ante cualquiera que lo viera. Su tono de piel no era ni tan claro como para llamarlo blanco, ni tan oscuro como para considerarlo moreno. El joven iba vestido con una camisa formal y un pantalón casual, lo que lo hacía ver fresco en cualquier situación.

¡RIIING, RIIIING!

Sonó la alarma. Ya era hora de irse, por lo cual aquel joven, de inmediato, terminó de arreglarse y salió de su casa con su mochila, apurado.

—¡Nos vemos, hermana! —El joven, sin mirar hacia atrás, estiró la mano para despedirse.

Mientras, un poco más alejada, al lado de las escaleras, se veía una parte de la cocina, aunque no a su hermana, pero aún así se la escuchaba, por lo que él sabía que ella estaba ahí.

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