CAPÍTULO UNO

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"Turvulcano"

Se encienden las luces. Se carga el escenario. Miro a mi alrededor en busca de un rostro amigo. Estoy a punto de comenzar lo que podría ser mi última partida. Cierro los ojos.

            Tan solo espero que acaben rápido conmigo y sin que me percate de ello. No quiero ganar porque, sinceramente, ya he perdido. Todos lo hicimos al comenzar el dichoso juego.

            ¿Voy a acabar como el resto de mis compañeros? Lo pienso fríamente y no quiero morir. Quiero despertar de este sueño que me tiene atrapada.

            Aunque en el fondo me alegro. No podría permanecer ni un segundo más en algo que comenzó como puro entretenimiento para acabar siendo posteriormente un campo de batalla.

            Y sin embargo, no me puedo creer las desmesuradas ganas que tenía de empezarlo ya que, hace menos de dos meses, no me imaginaba que ahora estaría entre la fina línea que separa la vida de la muerte.

            Todo comenzó hace poco, el quince de Junio de dos mil veinte. Para mí, la estancia escolar había finalizado y se me presentaba el que podría ser uno de los mejores veranos de mi vida. Pero como la mayoría de preuniversitarios, solo anhelaba ganar algo de dinero para permitirme alquilar un piso durante mi estancia universitaria y deshacerme de mis padres por un largo periodo de tiempo. Además, podría irme a la playa con algunos amigos en Agosto. Cada vez que se lo contaba a alguien me parecía glorioso, como un sueño muy próximo y fácil de alcanzar.

            Las notas que había sacado a final de curso eran algo mediocres, pero suficientemente altas como para entrar en cualquier carrera que me pareciera atractiva y, como no estaba segura de lo que quería estudiar, mis padres enviaron solicitudes a diferentes centros.

            Pero dejando las notas a parte, si no había pasta, no había verano de ensueño. Así fue como decidí buscar un empleo que no requiriese excesivo conocimiento práctico: repartidora, reponedora en alguna tienda...

            Al parecer, esos trabajos me quedaban algo grandes. Debido a mi gran torpeza apenas bastaba con una fugaz entrevista para deducir que yo no soy lo que buscaban y, con lo cual, el amplio repertorio de trabajos que había descartado a priori comenzaron a parecerme atractivos.

            La mañana del veinte de Junio me encontraba aburrida ojeando el periódico en busca de algo que realmente mereciese la pena probar. Mis padres ya me habían dicho que parase, que ellos me ayudarían a pagar cualquier cosa, pero yo no iba a permitir mostrar aquella dependencia hacia ellos. Me habían rechazado mil veces de trabajos que hasta un estudiante de secundaria podría realizar, pero aún me quedaba mi orgullo.

            Mi padre me miraba intrigado desde la otra punta de la mesa de la cocina, mientras bebía su café con leche. La voz de la presentadora del telediario sonaba de fondo.

            Por fin me rendí y decidí distraerme atendiendo a las noticias. No decían nada que llamase mi atención de forma excepcional.

            Tras media hora de imágenes y documentales, llegó la sección en la que hablaban brevemente sobre ocio y entretenimiento: cine, música, tecnología...

            —… que tendrá una gran repercusión en la literatura universal —decía la alta y rubia presentadora, con un gesto tan indiferente que te hacía pensar que no se había leído un libro en su vida—. Y ahora, tenemos una noticia fuera de lo común —aseguró con una gran y falsa sonrisa—. Por ello, hemos traído al gran experto en tecnología moderna e informática, Giovanni Riverson. Buenos días, Giovanni, gracias por venir...

La Última PartidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora