Capítulo V

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Habían pasado dos días desde nuestro encuentro con la violinista y desde entonces no veía a mi malhumorado vecino, me dije a mí misma que necesitaba espacio, eso era soportable para mí, lo que no era soportable era estar dos días enteros sin entrenar, mis puntas me veían desde su repisa como un títere sin vida esperando la llegada del hada azul, pero mi padre aprovechó mi descanso del ballet para ayudarle con la tienda.

Me quejé al levantar una pesada caja con libros de catecismo, uno se cayó, en la portada parecía que el niño Jesús se estuviera riendo de mí.

- ¿Ya estás cansada Samanta?- me preguntó mi padre enarcando una ceja.

Guardé silencio, lo cierto era que sí, llevábamos desde las siete de la mañana y eran las cuatro de la tarde, odiaba el día de inventario.

- Es curioso.- dijo mi padre sin más, masajeando su mentón.- Esta mañana en mi periódico vino un folleto sobre unas zapatillas, me parecía que la marca era Capatto.

- Capezio.- lo corregí y de una vez entendí lo que quería decirme.

- Bueno... no son baratas Samanta.

- Lo sé.- me defendí con rapidez.- Pero me estoy volviendo buena y me gustaría tener unas zapatillas de mejor calidad.

No podía aliviar su angustia al decirle que usando de mejor calidad me durarían más, mi pie era demasiado arqueado, y las zapatillas cada vez se desgastaban más deprisa a medida que mis pies ganaban más y más fuerza. Por los momentos estaba de vacaciones y no tenían tanto desgaste, pero en temporada de funciones un par de zapatillas podía durarme menos de un mes.

- Samanta, si prometes ayudarme en las mañanas podría considerarlo.- dijo mi padre como quien no quiere la cosa.

Puse mi mano derecha en posición de juramento.

- Seré la mejor empleada que jamás has tenido.

Mi padre sonrió y su rostro se iluminó, me besó en la coronilla.

- Termina entonces con estos libros y puedes acomodar la vitrina de materiales de arte.

Los deseos de mi padre ese día fueron órdenes para mí, él iba y venía de un lado para otro, estaba acomodando los pinceles por precios, para mí lo más sensato era ordenarlos por su forma, pero lo correcto era por el precio, ya que tenían diferente calidad, mi padre se quedó observándome.

- ¿Algo va mal?- le pregunté.

- No, va fenomenal. He notado que estos días no te has visto con el amigo Daniel.

- Creo que es pronto para decirle amigo, ¿No te parece?

Mi padre asintió en silencio conforme con mi respuesta, por eso lo quería, él sabía entenderme más allá de las palabras y nunca me forzaba a nada, eso hacía que fuera yo quien se abriera primero.

La Chica del EspejoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora