IX.- Tregua

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***Créditos a los maravillosos dueños de las imágenes que por supuesto tomé prestadas.

Un grito ahogado unísono resonó en toda la sala; el tribunal entero se había quedado con los ojos y la boca abiertos de par en par, los Arregui, padre e hijo, aguantaban la respiración con las pupilas dilatadas, fúricos, Alma tenía el rostro contraído como si le hubieran dado un fuerte pisotón y Bruno miraba al techo mordiéndose medio labio inferior, rojo como un jitomate. El aparente descaro y valemadrismo de Mirabel al confesar aquello era lo que tenía a todos aturdidos. Algunos, como el cura Becerro o el magistrado, habían creído que no habría adulterio carnal que perseguir y que todo quedaría en un problema de enamoramiento platónico, y aunque la mayoría de los presentes sabían o suponían que el pecado se había cometido, tampoco esperaban esa confesión insolente, hecha sin la menor sombra de vergüenza, titubeo o arrepentimiento.

_ Pero Mirabelita, ¿qué estás diciendo? Brunito, hijo, dime que no es cierto, por Dios. Yo los vi crecer a ambos, les he impartido los sagrados sacramentos de la mejor forma que he podido y los he tratado íntimamente, los conozco. ¡Esto no puede ser! _ dijo el cura, mesándose los tres pelos de barba que le quedaban, más como un discurso retórico que buscando respuestas de verdad.

_ ¿Y no sintió usted remordimiento por vilipendiar de esa manera a su amante marido que, aun después de que usted le confesara su amor por otro hombre, demostró querer perdonarla y rescatar su matrimonio? _ preguntó Cayetano a Mirabel

_ Mi amante marido me demostró sus ganas de rescatar nuestro matrimonio dejándome malherida en el suelo luego de ultrajarme sexualmente y ponerme una paliza que no voy a poder olvidar. ¿Qué no hablé en español, o qué les pasa a todos ustedes? _ espetó la joven Madrigal con los dientes apretados.

_ Guárdese su sarcasmo, señora de Arregui _ ordenó Javier Ordaz con frialdad. _ Mirabel bufó como toro encendido ante el epíteto aquel. Aunque Ordaz no demostraba nada con sus expresiones faciales, quien pudiera interpretar el brillo de sus ojos sabría que se estaba divirtiendo de lo lindo. El hombre continuó con voz peligrosa. _ El caso aquí es que usted ha cometido adulterio con su propio tío....

_ El caso aquí es que Alberto Arregui ha cometido violación y maltrato físico contra su esposa _ interrumpió Jacinto

_ No puede ser violación porque mi hijo Alberto sólo hizo uso de su derecho como marido

_ Esas son las cochinadas que cree la gente de afuera. Nosotras no vamos a permitir eso. Usted estuvo de acuerdo con nosotras desde hace medio siglo, padre, dígales... _ Aurora Guzmán empezaba a parecer un poco fuera de sí.

_ Y ustedes accedieron a las normas que juntos establecimos hace 45 años, señores. En el código de nuestro amado pueblo, que censura los actos violentos, nunca se incluyó algún postulado que eximiera a los maridos de ser sancionados en el caso de perpetrar una violación o una tunda de golpes contra una mujer por el mero hecho de tratarse de su propia esposa. Ordaz tiene media hora loando las costumbres y las leyes del mundo exterior como si aquí fuéramos a tomarlas en cuenta. El maltrato físico y la violación siempre han sido castigados en Encanto y no vamos a dejar de hacerlo con el pretexto de que mi nieta es la esposa adúltera del señor Arregui. Reconozco las faltas de mis descendientes y estamos dispuestos a cargar con las consecuencias, ¡hasta ahora no hemos pedido indulgencia para lo que sí hemos hecho mal!, pero no entiendo el afán por desproveer a Alberto Arregui de toda culpa. Sólo pedimos que pague por lo que hizo, como nosotros pagaremos por lo que nos atañe. Tal pareciera que lo que pretendes es otra cosa, Javier, confundiendo los argumentos y valiéndote de falacias. Cualquiera creería que este escándalo de mi familia te vino como anillo al dedo.

Crónica de un juicio por adulterio. (Por amor a ti, Mi Vida)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora