XI.- No hay descanso

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_ ¿Qué ocurre, Jacinto? _ preguntó Bruno abrumado tanto por la plática, como por el susto que veía en la cara de su amigo.

_ Ya lo sabe todo el pueblo. _ Bruno sintió un vuelco en el corazón a pesar de que ya se esperaba que eso ocurriera.

_ Doña Almita, su familia los está buscando. Iban su hija y su yerno de camino a la casa del señor magistrado y fueron abordados por una bola de gente muy interesada en saber qué explicaciones tenían que dar sobre... _ se quedó callado de la nada como si no supiera cómo continuar _ este... pa qué me hago tarugo, lo que les interesaba era saber si era cierto lo ustedes, muchachos.

_ Claro. Eso es lo que a todo el mundo le interesa. Si no fuera porque temo por cómo les hagan pagar a ustedes por lo que hicimos, me largaba de este maldito pueblo. ¡Me siento muy fregada! ¡Quiero descansar! ¡Necesito purgar de alguna manera este pesar, y no puedo! ¡No me lo permiten! ¡Siento como si me hubiera mordido una serpiente y a nadie le importara, a tal grado que no se me permitiera sacarme el veneno y curarme! _ subió los pies al sillón y los escondió bajo la falda, recostándose sobre su costado izquierdo. _ ¿Recuerdas abuela, cuando el pastor de José atacó a nuestro gato? Como se negaba a comer lo que le daba mi mamá, no podíamos curarlo. Se metió en un nicho, cerca del fogón a reposar y lamerse las heridas. Nos pediste que lo dejáramos en paz porque cada vez que siquiera le poníamos un dedo encima chillaba como un alma en pena. ¿Por qué hasta el gato puede ocuparse de sus lesiones y yo no? _ Bruno se había quedado mirando a su sobrina con ojos enrojecidos y una mirada furibunda cuya ira no iba dirigida a ella.

_ Jacinto, querido, _ habló con el rostro decidido _ ¿hay forma de que nos consigas algún medio para llegar hasta mi casa? Cualquier penco estará bien. Sólo quiero salir de aquí y llevarme a Mirabel a donde pueda estar tranquila. _ El profesor López salió, de nuevo, sigilosamente de la casa, ansioso por no presenciar la escena que ya se veía venir.

_ Pero Bruno... _ dijo Alma.

_ Mamá, Mirabel va a enfrentar todo lo que tu quieras, si ella así lo desea, claro, una vez que haya descansado hasta sentirse mejor.

_ Tío, no, yo estoy dispuesta a...

_ Por favor, mi vida. Hazme caso esta vez. ¿Sí? _ le dijo poniéndose en cuclillas frente a ella. Le tomó el rostro con la mano inclinándose hacia ella. Le susurraba, no tanto para que Alma no escuchara, como para dejarle claro que le hablaba a ella y sólo a ella. _ Mi amor, estás cansada y necesitas reponerte para enfrentar lo que sea necesario.

_ Pero tengo miedo de que si no me hago cargo ya, algo malo pase y nos vaya peor. A lo mejor eso hace que me crean menos de lo que ya lo hacen...

_ Y yo tengo miedo de que sea demasiado para ti si no estás lo suficientemente fuerte y repuesta después de todo por lo que acabas de pasar. Hoy ya te estabas desmayando, mi amor. No es justo que no se te permita sanar un poco y que todos olviden que la que vivió algo horrible fuiste tú. ¿Vale? _ Y ahora sí, por primera vez en el día (y en la vida), besó frente a Alma a su sobrina de un modo breve, pero nada filial. Mirabel sonrió maliciosamente; sólo cuando era llevado al límite, ya fuera por enojo, vergüenza, dicha o cualquier emoción, Bruno se atrevía a desafiar sus miedos de esa manera.

_ ¡Pues no, no estoy de acuerdo! _ gritó Alma desde el otro lado de la mesa. Se hallaba un poco fuera de sus casillas por el beso de amor no casto que su hijo había depositado sobre los labios de su nieta. _ Tiene que enfrentar todo porque nos metió a todos en un grave problema.

_ ¿Y yo, madre? Casi podría jurar que la junta no me puso en los mismos aprietos que a Mirabel. Todas las preguntas cayeron sobre ella, y las injurias. Si algo me tocó fue de puro salpicón por ser el Sancho, pero juraría que no me sentí igual de atacado que ella.

Crónica de un juicio por adulterio. (Por amor a ti, Mi Vida)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora