Ignorancia - Leandro Paredes.

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La noche pintaba excelente. Sería mi noche. Mi oportunidad de redimirme. De demostrar que la vida podía seguir; que aún podía ser feliz.

Aunque todavía doliera, tres meses después, estaba segura que no volvería a aquel lugar que alguna vez llamé hogar. Y es que, por más que quisiera, (no voy a mentir, lo pensé muchas veces) simplemente no podía volver. Me lo debía. Después de aguantar tanto, lo mínimo que podía hacer por mi, era tratar de mirar hacia adelante.

Reina, ¿lista? preguntó Amanda, mi mejor amiga, a través de la llamada que estaba sosteniendo con ella.

Sí. ¿Ya venís? retomando, estaba esperando a que mi amiga y su novio vinieran por mi para ir al boliche. Luego de rogarme por varios días, y un poco por apaciguar la intensidad de mi amiga, yo accedí a salir por unos tragos.

Y es que, desde que me fui de aquella lujosa mansión en Turín, nada era lo mismo. Antes, e incluso algún tiempo durante él, me encantaba salir de fiesta. Beber con el quizás era de mis pasatiempos favoritos, hasta que todo se fue costa abajo.

Su presencia en los últimos meses, y ahora la falta de ella, me había producido una inmensa depresión. Y por más que me resistiera a sucumbir ante el deseo por regresar a sus brazos; cada noche me acostaba pensando en ser abrazada, besada y amada por él.

Sí. Reina, vas a ver que hoy la vas a pasar re bien. escuché la voz de Roberto, el novio de mi amiga. Tenía una excelente relación con ambos. De hecho, por mí inició la pareja.

Hacia algún tiempo en un boliche de Bariloche, los presenté. Y desde ahí fueron inseparables. Siempre me causaron envidia. Así quería ser yo con Leandro. Mientras Amanda me contaba los detalles hermosos y pasionales sobre su relación, lo único que podía contar yo es como cada noche Leandro llegaba borracho y oliendo a perfume barato.

Sin embargo, no siempre fue así. De los 2 años que estuvimos juntos. Los primeros 10 meses fueron perfectos. Sí, teníamos problemas, pero de alguna forma éramos perfectos para el otro. Nos amábamos, no cabía duda. Incluso cuando todo terminó, en el fondo, se que él me amó.

Cuando por fin llegaron, ingresé al auto y comenzamos a conversar sobre varios temas sin real importancia. Al llegar, observé a una gran multitud afuera del lugar. Se me hizo bastante raro. Había más o menos una docena de personas con celulares y cámaras esperando por alguien.

En ese momento, mi ingenuidad supuso que se trataría de algún influencer o famoso de turno que volviera loco al público. Junto con mis amigos le restamos importancia y nos introducimos en la gran discoteca.

Era bastante bonito. No había casi nada de iluminación, solo unos ocasionales destellos azules provenientes de unas lámparas les colgantes del techo. Divisé la barra y con toda rapidez me acerqué a ella. Pedí mi trago favorito. Vodka puro.

Después del Fernet, era su favorito.

Sacudí mi cabeza, tratando de dejar en la pista de baile cualquier rastro de Leandro que residía en mi cabeza. Movía mis caderas al son de una canción de reggaetón.

Después de varios tragos más, comienzo a notar como todo me da vueltas. Esa desagradable pero a la vez amena sensación de estar bajo los efectos del alcohol. Como la extrañaba. Sonreía, bailaba, cantaba; estaba por primera vez disfrutando de la vida después de meses de tortura emocional.

Cuando me sentía en el clímax de la borrachera, por algún sonido que en este momento no recuerdo bien, decidí girar mi cabeza hacia el estruendo que había llamado mi atención.

Y lo ví. A Leandro en un boliche de Buenos Aires. ¿Qué hacía ahí? Justo donde yo estaba.

Sentí como se me cerró la garganta, las paredes cada vez se acercaban más a mi posición. Empecé a sentir fastidio por todos los cuerpos sudorosos cerca mío.

One Shots - Scaloneta. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora