Vos podés mandar cuando quieras - Lionel Scaloni.

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Los rayos de luz provenientes de aquel sol ardiente de diciembre entraban como acuchilladas por mi ventana y se esforzaban en deteriorar mis ojos.

Luego de una noche de tragos en exceso, besos a desconocidos y bailar de manera incansable, mi cuerpo me había pasado factura. Era más que seguro que para recuperarme del todo necesitaría al menos 20 horas más de sueño.

Lentamente me incorporo, no queriendo hacer ningún movimiento brusco que intensificara la fuerte migraña que devoraba mi cabeza. Solté un quejido estruendoso cuando al estar completamente sentada mi espalda tronó como si mis huesos se encontraran en estado de reposo desde semanas atrás.

Agarré mi celular de la mesita de noche y me dispuse a leer las notificaciones que me habían llegado en el tiempo que estuve fuera del radar. Ojeé algunas en Instagram, otras en Twitter, pero nada digno de mi atención. Hasta que, como si fuera obra de la buena suerte, llegó una de WhatsApp.

Leí con cuidado cada palabra que ponía en el mensaje. Cada letra, cada sílaba; cada signo de puntuación. La puta madre; hasta escribiendo era perfecto.

Y es que a decir verdad, cada mensaje que recibía de Lionel Scaloni era como una bendición.

La forma en que articulaba las palabras en sus notas de voz de más de dos minutos diciéndome todo lo que me haría si me tuviera enfrente era sencillamente maravillosa.

Habíamos empezado a intercambiar mensajes desde hace relativamente poco. Todo empezó cuando vino a un asado del que mi padre fue anfitrión. Ese día estuvimos todos afuera, disfrutando de la pileta, bailando y riendo. Claro, todos separados por edad.

De hecho, era algo que acostumbrábamos bastante. Incluyo a mi padre en eso ya que, el detestaba que me relacionara con hombres mayores. Supongo que porque el conocía perfectamente la intención de la mayoría de hombres de edad en el mundo del fútbol con respecto a las chicas jóvenes

Así que, siempre que el ponía casa para la integración del mes, yo solo tenía permitido hablar con Enzo Fernández, Julián Álvarez y cualquier otro que no tuviera más de 26 años. Patético. Siempre pensé. Al fin y al cabo, ya yo tenía 20, y me sentía autónoma en cuanto a mi capacidad para decidir sobre con quien me enredo.

Aunque, confieso que, esa misma prohibición que tanto me remarcaba Claudio, mi padre, detonó una profunda atracción hacia los más mayores que yo. No sabía realmente que era, pero eran tan lindos. Tan atractivos, tan independientes; tan dominantes.

Por eso mismo, en la pequeña reunión, cuando Enzo me comentó, con el fin de hacer un remarque chistoso, que había visto a Scaloni mirándome el culo mientras estaba en traje de baño, a mi no me causó ni una pizca de gracia. Más bien todo lo contrario. Ese día se encendió una llama en mi que probablemente jamás se apagaría.

Esa misma noche, decidí contactar al hombre por Instagram. Fue difícil. Y bueno, me lo supuse. Era un hombre mayor, pero de verdad mayor; no tenía ni puta idea de cómo se usaba la aplicación. Pero dió la casualidad que ese día el había subido una historia junto a Aimar. Decidí reaccionarle y ahí comenzó todo.

Primero fueron mensajes casuales, preguntas de rutina mejor dicho. Pero luego el empezó a insinuarse, y claramente yo no lo iba a rechazar.

Desde ese día hasta acá habíamos compartido tanto pero a la vez tan poco. Es decir, ya el conocía cada rincón de mi pero solo en fotos y videos de menos de 15 segundos. Yo podía decir lo mismo de él. Pero jamás habíamos tenido contacto físico alguno. Es más, nunca había escuchado su voz dirigida a mi en persona.

Cuando nos veíamos, nuestros "encuentros" se reducían a miradas morbosas y alguna que otra sonrisa. Aún así, no me quejaba. Varias veces que había acompañado a mi viejo al predio me lo encontré. Y era bastante divertido ver cómo se tenía que acomodar el pantalón cada vez que nuestros ojos se conectaban.

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