Capítulo 1. 2

19 7 3
                                    

Desde muy joven fue un chico ambicioso y, cuando terminó los estudios superiores , no se conformó con trabajar de director en un banco. Él quería más. Siguió estudiando y formándose hasta que ocurrió el milagro. Una de las mayores multinacionales de Estados Unidos, New Boxes, necesitaba aumentar su plantilla en la nueva sede de España, en Málaga. Daniel era un buen candidato, pues había trabajado para dos de las más importantes empresas del país en los buenos tiempos. Ahora estaban casi en la ruina, y Daniel conocía bien sus puntos flacos. Entre su formación y experiencia, logró pasar las entrevistas y pruebas que se exigían para optar a un puesto en la compañía. Sólo tenía veintisiete años. Había estado tan ocupado e inmerso en alcanzar su sueño que no había tenido tiempo para nada más.

Cuando llevaba trabajando en la empresa tres años, conoció a la nueva adquisición, Elena Muñoz , de veintiocho años. Formada en las mejores universidades, hablaba tres idiomas. Resuelta, activa, dinámica y creativa, venía dispuesta a comerse el mundo. Había sido elegida para dirigir el departamento de marketing. Además de todo eso, su larga y rubia melena cuidada con esmero, sus grandes y verdes ojos, su nariz medio achatada y sus gruesos y rojizos labios, en conjunto con su esbelta figura, hacían de ella una joven muy atractiva. 

Coincidieron en varias reuniones. Daniel no le quitaba ojo de encima. Era la primera vez que le costaba concentrarse en los negocios. No sabía que le resultaba más atractivo, su belleza o el hecho de verse reflejado en ella. Su ambición y sus ganas de llegar a lo más alto lo tenían embelesado.

En el descanso de una reunión importante tropezaron cuando salían del baño. 

 ―Lo siento, no te he visto ―dijo Daniel. 

 ―No te preocupes. Yo también iba distraída. 

A Daniel le faltaban aptitudes para resolver este tipo de situaciones. Apocado, como de costumbre, reunió el valor suficiente para mantener la conversación y, una vez se hubo deshecho del nudo de la garganta, preguntó:

 ―Una reunión intensa, ¿no crees?

 ―Sí, bastante. Y la verdad es que no sé como voy a enfocar la imagen de estas pequeñas empresas para que capten el interés de los comerciantes. Estoy muy nerviosa, pero no se lo digas a nadie ―dijo entre dientes.

 ―No, no te preocupes. Todos estamos nerviosos en nuestras primeras campañas.

 ―Supongo ―suspiró―. ¿Y cuándo dejas de estar nervioso?

 ―Cuando llevas diez o quince años, creo ― Daniel bromeó .

 ―Vamos, no te burles de mí. Quiero que esto salga bien, necesito que salga bien. 

 ―De verdad, no te preocupes. Lo harás estupendamente, lo sé.

 ―Ah sí, ¿y cómo lo sabes? ―miró a los ojos delatores de Daniel, que transmitían un deseo incontrolable de besarla.

 ―Por, por... ―tartamudeó nervioso―. Porque me recuerdas a mí cuando empecé a trabajar aquí. Quería  estar a la altura, quería destacar.

 ―Y lo has conseguido. Eres una de las personas más importantes de esta empresa.

 ―Sí, pero no la más importante. Algún día no muy lejano dirigiré una compañía como esta, estoy seguro.

 ―No me cabe duda ― Elena se perdió en la mirada de Daniel hasta que éste la apartó, intimidado―. Creo que deberíamos volver. 

Daniel se quedó dudando unos instantes. Quería invitarla a cenar, pero no sabía muy bien cómo hacerlo, no tenía mucha experiencia en citas, siempre estaba ocupado. De repente, cuando Elena se daba la vuelta para dirigirse de nuevo a la sala de juntas, una pregunta atropellada salió de boca de Daniel:

 ―¿Qué haces esta noche?

  ―Irme a casa a descansar. Mis amigos quieren que vaya a una fiesta en Cerrado de Calderón, es en casa de uno de ellos, pero estoy cansada.

 ―¿Estás cansada también para cenar? ―Ni siquiera sabía de dónde había salido semejante valor. Aguardó expectante.

 ―¿Me estás pidiendo una cita?

 ―Creo que sí. No se me da muy bien esto.

 ―Entonces, vayamos a cenar, y así me cuentas por qué no me quitas los ojos de encima desde el primer día ―La picardía de Elena le había abierto muchas puertas.

 Daniel se quedó cortado. Tenía un montón de frases en la cabeza, pero no atinaba a pronunciar ninguna.

―¿Y bien? ―acabó por preguntar Elena ante la indecisión de Daniel.

―¿Cómo dices? 

―Que dónde vamos a cenar. Eres tú quien me ha pedido la cita, ¿ no? 

 ―Ah, sí, claro, el sitio. ¿Conoces el Muelle Uno? 

 ―¿En el puerto?

―Sí. Hay un restaurante, comida mediterránea, muy bueno. Se llama La Mar. ¿Nos vemos allí a las 9.00?

 ―Allí estaré ― le colocó derecha la corbata, pasando sin querer los dedos suaves por el cuello y la nuez de Daniel.

Ya era suyo. Lo supo desde el momento en que lo miró por primera vez. Sólo estaba esperando una oportunidad y él se la había puesto en bandeja.


Ángeles terrenales Donde viven las historias. Descúbrelo ahora