Capítulo 2.1

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Elena comenzó pronto a disponer los preparativos para la boda. Como era de esperar, quería un enlace y un banquete perfectos, un evento sin igual que destacara entre todos aquellos a los que habían asistido, una ceremonia que casi rozaría la obscenidad.

―Quiero una gran boda, Daniel, en un sitio bonito y lujoso, con muchas flores. Rosas, rosas rojas y blancas por todas partes. Y por la iglesia, ya sabes que soy muy tradicional. Y quiero un vestido deslumbrante, del que todo el mundo se acuerde. Versace tiene unos modelos preciosos. Ya verás, todas mis amigas me van a envidiar.

―Tendrás todo lo que tú quieras cariño, todo.

Daniel había caído rendido a sus pies hacia mucho tiempo y no podía negarle nada. Deseaba que fuese feliz, pues, pensaba que, así, él también lo sería.

Las amigas de Elena pertenecían al mismo club social náutico, casi todas tenían trabajos bien remunerados. Clara Reinosa, diseñadora de moda para una firma italiana, era presumida y un tanto arisca. Su interés por lo material no tenía parangón. Era capaz de vender a su madre al mismísimo demonio si con ello conseguía una buena campaña de publicidad para sus diseños. Hacía años que tenía un affaire con un ejecutivo italiano, casado y con dos hijos, pero qué más daba, era el trampolín para sus negocios y eso bastaba. Era una de las chicas más populares y atractivas del grupo. Su extrema delgadez suscitaba envidia en las demás, que necesitaban hacer dieta continua para no ganar peso. Solía llevar bikinis minimalistas cuando iban a la piscina y unas inmensas gafas de sol color miel que hacían juego con sus ojos y cabello. Muy distinta era Pilar Roldán, la mejor amiga de Elena y a la que esta solía llamar Piluca. Estudiaron juntas en la universidad y compartieron habitación en la residencia de estudiantes. Acababa de romper con su novio, Pablo, después de un año de relación, cuando se enteró de que la engañaba con Irene, la jefa del departamento de finanzas de la compañía en la que Pilar trabajaba. Pablo era analista, pero trabajaba en el departamento de marketing porque, según su jefe, su perfil encajaba más en publicidad. Se rumoreaba que el puesto de subdirector del departamento de finanzas iba a quedar vacante. Entonces, Pablo empezó a mover sus hilos. Con ese aire de galán arrebatador, metro ochenta y dos de estatura, una frondosa melena negra, repeinada hacia atrás con abundante fijador, y una innata verborrea era capaz de engatusar a cualquiera. Se lanzó hacia su presa. En poco tiempo la conquistó y lo demás vino rodado. 

Pilar estaba destrozada, llevaba sumida en una depresión casi cinco meses. Escondía la tristeza bajo el velo de unos inmensos ojos verdes, causantes, en parte, de la atracción que un día Pablo sintió por ella. Pero la verdad era que Pilar sólo entró en el círculo por ser amiga de Elena. La estatura baja y las curvas redondeadas, más bien voluminosas, de su cuerpo no entraban en los cánones de belleza de las demás integrantes del grupo ni de la mayoría de los miembros del club en general. Tampoco ayudaba que, pese a la formación académica, no hubiera conseguido un puesto distinguido en ninguna empresa. Ejercía de oficinista, contable y chica de los recados, y eso no era una tarjeta de visita demasiado atrayente en un ambiente donde la mayoría se vanagloriaba de ocupar cargos relevantes en compañías de prestigio o eran los dueños de estas.

Al contrario que su amiga Pilar, Elena desbordaba alegría y la impaciencia no le permitía posponer el anuncio de su compromiso. Le venía fantástico que Daniel se lo hubiese pedido en mayo, pues ella quería ser una novia de junio y, de este modo, tendría más de un año para los preparativos. Al día siguiente de que Daniel le propusiera matrimonio, envió un mensaje al grupo de las chicas para reunirse en el club el domingo por la tarde. Cuando llegó, se encontraban en la piscina tomando el sol en las hamacas. Clara lucía un minúsculo bikini blanco, que dejaba ver lo inimaginable, y un espléndido bronceado. Estaba tumbada en una hamaca con los brazos hacia arriba a la altura de la cabeza. Al pasar por su lado, Elena hizo un ademán de desprecio subiendo el labio superior.

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