─── 𝟎𝟐

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Pasó un día de la llamada que tuvo Jake con su abuela y no dejaría ir más el tiempo por la emoción que invadía por completo su existir.

El chico ordenaba con emoción su maleta en el que pueda caer toda la ropa que ocuparía cada día, adicionalmente una amada camisa color amarilla suave de rallas blancas con marrones entrelazadas que formaban cuadritos finos. Era su preferida desde muchos años y seguía conservando felizmente al seguir quedandole.

Tanto la amaba que optó por cambiarse el chaleco de cuero que tenía puesta a por esa misma camisa.

Al acomodarla bien sobre sus anchos hombros y volteó hacia su perrita para enseñarle su cambio de atuendo, cuál hizo una pose graciosa frente a ella, dándose cuenta como esta se revolcaba locamente sobre su cama dejando sus sábanas y almohadas desordenadas y dispersadas por todas partes.

El chico comenzó a reír entre dientes con una brillante sonrisa mientras se acercaba a su mascota, quién llamó su atención al instante deteniendo su jueguito quedándose quieta a la orilla de espaldas y cuatro patas arriba de su cama mirando directamente a su dueño.

Segundos después se percató del atuendo del chico, reacomodandose y movió su cola incontables veces, mostrando notables rasgos de felicidad que fueron contagiados al chico.

— ¿Estás emocionada, Layla? La abuela verá cuánto hemos crecido en un año. Su casita debió haber cambiado muchísimo e imagínate las muchas manualidades nuevas que hizo. — empuñaba ambas manos con una iluminada sonrisa como si robara toda ilusión del mundo.

Iba a retomar sus más relevantes emociones a su cachorra, además ordenar su cama hasta que escuchó unas enormes quejas en voz alta provenientes de su madre, del piso de abajo: llamó la atención del chico. Le preocupó el repentino mal humor de su madre debido que se mostró alegre durante toda la mañana junto con él. Su mirada giró antes que su cabeza lentamente hacia la puerta de su dormitorio.

La perrita soltó unos pequeños llantos, no era la única angustiada. En casa, era poco común una actitud de esa índole y alterara a ambos.

La mano del jóven trató de acariciar las flácidas orejas peludas de su canina con el propósito de tranquilizarla, cosa que logró, pero él continuaba estando de la misma forma.

Necesitaba saber qué ocurría.

Dió un primer paso hacia la puerta, volviendo a escuchar otra queja, tras otro paso había otra queja. Parecía como si le estuviera gritando, retando a alguien y suprimía malas palabras. Llegó a la puerta, abriéndola por completo y su cuerpo se asomó al pequeño pasillo donde las quejas continuaban esta vez rebotando en las paredes de la casa y aterrizaban justo en sus oídos. Por un instante, cerró con fuerza sus ojos encogiéndose de hombros, pero no fue un impedimento de ir a ver a su madre abajo.

Salió de su habitación sin despegar su atención de su escalera que trataba de una misma que bajaba en forma recta sin conformar muchos escalones que pisar e hizo presión en una de estas poniendo ambos pies que no se atrevían a bajar intercalado y así con cada uno hasta llegar a la mitad de la escalera dónde hasta allí se atrevía a avanzar, los ruidos eran muchísimo más fuertes que antes al punto de casi dar un terrible dolor de cabeza, desgarro de aquella garganta que podría secarse en segundos, dañarse más con cada palabra que salía de allí.

¿Qué o quién provocaba tal estado de humor?

Sintió un susto de angustia al escuchar un golpe hacia un mueble proveniente de la sala de estar que hizo reaccionar al chico en bajar lo que sobraba de escalones e ir corriendo directo a donde su madre: encontrando a la mujer con la cabeza baja en dirección a la mesa cuál tenía pegado un forzado puño de la mano que sus largas uñas hacían presión sobre su suave piel, su cabello cubría la mayor parte de su bello rostro pero no tendría que verlo para saber cómo se encontraba, había oído lo suficiente.

WEEK | JAKEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora