El patio

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La pobreza huele a mierda, y lo siento comenzar así esta parte, pero es así. Sentado en el patio en la casa de mis abuelos, casa a la que llegue desde esa noche de octubre donde me recibe mi abuela sentada como siempre en su mecedora vieja, sin la paja original, remendada a pedazos con espaldares y fondos de sillas de comedor recogidos por mi abuelo en la calle, mi abuela con su expresión eterna de buena cristiana evangélica, sus ojos apagados pero su alma aún fulgurando. Este patio me acompaña desde que llegué esa noche. Tu quién eres, pregunto mi abuelo al verme, soy Lester, dije con voz avergonzada, su pregunta me sacó del episodio maníaco por unos minutos, fuí al baño, me observe en un pequeño espejo y me di cuenta que los ojos que me devolvían la mirada en el reflejo no eran los de siempre, acto seguido, salí a sentarme con el, y a contarle que me estaba separando, que estaba enfermo mentalmente, y que me iba a quedar con ellos, Tu no eres el mismo! Dijo el alzando la voz, cosa que me tomo por sorpresa, y justo ahí, me llegó el olor a mierda de este barrio, por eso les digo, la pobreza huele a mierda, y por supuesto, a marihuana.

Dedico al menos una hora al día a solo sentarme en el patio, enchapado cada centímetro por mi abuelo, en un mosaico de pedacitos de baldosas de todos los colores y formas, mosaico que se van ramificando hasta el interior de la casa, que se extiende por el piso, y subiendo por las paredes, como un hongo, que no ha terminado de devorar esta vieja casa de 50 años, sostenida a punta de oraciones de mi abuela. El barrio se mantiene alegre, con su música alta, niños descalzos en las calles y mujeres gritando desde las puertas de sus casas llamandolos. Es difícil no críticarlos en mi mente, como no hacerlo? Pero recuerdo 1984, y me doy cuenta que los felices son ellos, y el infeliz soy yo, dejandome dos opciones, ser feliz en la ignorancia, o miserable en el olor a pestilencia.

El patio tiene una batea a la izquierda, que nadie usa solo mi abuelo, batea de la que está orgulloso porque la construyó el solo, pero se entristece al saber que nadie la usa. Hay una especie de barra justo al lado de la entrada del baño externo, el único baño en la casa. Hay un fogón de leña y todo tipo de trozos de maderas, botellas, baldes y objetos que el se rehúsa a botar. Hay una butaca tapizada y acolchonada que comparto con el, sitio desde donde leo y escribo, y otra silla donde me siento solo cuando el está sentado en la butaca. Es difícil no ver las decenas de moscas pegadas a las cuerdas de colgar la ropa, y evitar ese olor, el olor a pobreza, a felicidad ignorante.
Los mosquitos comienzan a revolotear desde las 4:30 PM todos los días, haciendo insufrible estar sentado en cualquier sitio de este hogar, me pregunto cómo soy el uno que los siente, que le pican, es que ya a nosotros no nos pican, me dice mi abuela y mi medio hermano, a lo que yo solo río entre dientes y asiento, preguntándome si los suertudos son ellos o yo.

El patio es el único sitio donde encuentro paz, la brisa que viene del río Magdalena entra por la parte descubierta sin techo, justo arriba hay un viejo palo de mango que en temporada, si no tienes cuidado, puedes ser víctima de la caída de uno de ellos, duelen bastante me dijo me abuela, y aunque no me haya pasado, le creo, lo último que quiero es un mango en mi cabeza. Hay que resaltar que dicho patio es como un santuario, cuando alguien lo ocupa, más nadie lo hace, es extraño, pero es así, por ejemplo, si mi abuela está sentada en la butaca, más nadie se sienta en el, si yo estoy en el, más nadie lo hace, y si mi abuelo está en el, todos respetamos su soledad, aprecio este acuerdo tácito, pero me doy cuenta que como ellos, tengo hábitos de viejo, solo que el viejo no soy yo, que más da?

Últimamente, mientras estoy en la casa, he decidido reemplazar el café, por manzanilla, me ha costado conciliar el sueño, cada noche a mi mente le caen de golpe los eventos de esos 4 meses bloqueados hasta ahora, cada conversación, cada olor, cada desaire, cada pelea, cada delirio, cada llamada, cada email, cada nota de voz. Me digo que debo ser fuerte, recordar que en mi episodio maníaco no estaba en control de mi mismo, pero verme en este patio, oliendo la realidad, oyendo los pickups e ignorando la felicidad comunal, solo me recuerda la fragilidad del ser, del existir, del vivir, y que el control es solo una idea, que podemos perderlo en cualquier momento, y que no sucede de una dia a otro, ni de golpe, sucede con cada decisión, cada cigarrillo, cada taza de café, cada trasnochar, y cada amanecer.
Al patio acaba de irrumpir un tío, esquizofrenico, y adicto a todo tipo de sustancias, verlo con las ropas que me pertenecían, que me robo y cuya reacción al confrontarlo fue violenta, solo me llena de odio, profundo, hacia el, y hacia mi, pero nuevamente, verlo, me recuerda su fragilidad, la de ambos, así como el, en su esquizofrenia, yo, en mi bipolaridad, fui violento, y pasé por encima de las personas que más amo, sin ninguna consideración de sus sentimientos, solo me pregunto, si el, a diferencia de mi, aún guarda consciencia de sus actos pasados, o si tan solo es uno de los miles de casos perdidos, just another broken brick, on the broken wall.

En este patio he dedicado parte de mis días a leer a mi amoshito, leo sus fanfics, la busco en los personajes, la comparo con su protagonista y simplemente dejo mi imaginación volar, quizá esto me haga más difícil olvidarla, pero, hay alguna fórmula para ello? Superar a alguien? Creo que no, en esto del amor, y el duelo, no hay nada seguro, solo el hecho de que los sentimientos son reales, que aún hay dolor, y que todo lo que de felicidad, gozo, así sea temporal, es bien recibido y bien merecido, que el futuro está fuera de nuestro control y recordar que  todo lo que hacemos y decimos no solo nos afecta a nosotros, sino también a nuestro alrededor, por eso prefiero leerla, imaginarla, amarla mientras la supero, y superarla mientras la amo, y que cada acción vaya en congruencia de mi independencia, y de la suya, porque, al final del día, nuestro loading baby ya es del tamaño de un melón, y esto me enamora de la paternidad cada vez más, así sea que esté en este patio, donde la pobreza huele a mierda, y por supuesto, a marihuana.

Flores AmarillasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora