Era tarde, y no tenía escusa. En casa estaría Myko con su dulce cara de reproche esperándome. Abrí la puerta con cuidado, al entrar noté que mis padres aún no llegaban del trabajo. Un olor exquisito se derramaba por la casa, hambrienta me dirigí a la cocina, y tal como lo había predicho, allí estaba Myko, encaramado a la cocina en la escalera que fabriqué para él años atrás, revolvía en la olla un Shapsui a lo Chileno que había aprendido a hacer mirándonos.
Me dirigió una mirada de reproche por mi atraso, pero esa mirada no duró. Estaba contento de verme.
Mi padre no podía percibirlo, por eso creía que no existía. Mi madre en cambio solo lograba sentirlo en contadas ocasiones, normalmente le hablaba como uno le habla a las plantas, sin esperar respuesta. Conmigo era distinto, yo podía ver a Myko sin ningún problema y hablar con él por horas.El pequeño me regañó y bajando la llama del fuego saltó al mueble para servirme un vaso con agua (él odiaba las gaseosas y los jugos de fruta "falsos"), me preguntó cómo fue mi día y comenzamos a platicar amenamente. Había robado otra polera mía en desuso para convertirla en una túnica para él, le quedaba bien.
Aún recuerdo cuando lo vi por primera vez, tenía diez años y estaba sola en casa junto al árbol navideño, miré hacia el pasillo y vi al pequeño duende tan asustado como yo. Había leído de duendes, así que, tragándome mi temor le ofrecí té y nata... Desde entonces supe que nos haríamos buenos amigos.
Todos saben que tengo un duende, pero nadie cree que en verdad exista. La gente puede ser muy ciega a veces, ¿no lo creen?
(Marzo, 2013)
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Cuentos + Divagaciones
RandomHace años que escribo cuentos y desvaríos, intentos de poemas, pesadillas y desafíos. Muchos de ellos se perdieron en el pasado, pero otros tantos sobrevivieron al doloroso paso de los años. Sin embargo, para qué subirlos uno por uno y por separado...