LUNA NUEVA

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Esa noche era más oscura que las otras, Amanda realizó su rutina diaria de la noche. Cuando el reloj marcó las siete de la noche, fue a la cocina y se preparó dos tajadas de pan con nutella como cena, le sirvió al perro de su hermana, un pequeño shitzu, dos cucharas de sus filetes y tras terminar, se dio una ducha de quince minutos. A las ocho de la noche se dispuso a leer ciertos libros por internet y jugó un rato con el perro. Él era su única compañía ahora. Su hermana y su cuñado habían viajado de vacaciones y volverían en un mes. Pero aun así ella no se sentía sola. A decir verdad ella no sentía, así era ella.

Escuchó un golpe en la ventana, tan fuerte que la obligó a levantar la cabeza de la computadora y sacar los audífonos. Viviendo en una de las áreas más naturales, no había muchos vecinos alrededor. Después de todo, en las noches oscuras del invierno los alrededores podrían considerarse un tanto aterradores. El perro ladró con fuerza hacia la ventana cuando el ruido volvió a asomarse. Ella se levantó de la cama y caminó hacia la ventana, abriéndola completamente. El frío de la noche la azotó con un poderoso viento que sacudió su largo cabello negro. Sus grandes ojos grises le parecieron divisar alguna sombra allá entre los viejos árboles, pero no le dio importancia.

Volvió a la cama y apagó la computadora y apagó las luces, recostando su cabeza cómodamente en la almohada, cubriéndose con las sábanas hasta el cuello.

Pasaron las horas, el perro dormía sobre la almohada a su lado. Tenía un poco de frío por dejar la ventana abierta, mas no fue eso lo que la despertó. Fue como si su propio sueño le advirtiera a su mente y forzosamente se vio obligada a abrir los ojos. Se sentó en la cama, sobándose los ojos hasta que en medio de la oscuridad, entre las cortinas divisó unos ojos que la observaban fijamente. No eran unos ojos comunes y corrientes, eran muy oscuros y siniestros con aros negros cubriéndolos completamente lo que los hacía ver como si estuviesen inyectados en su rostro. Pero eso no llamó tanto la atención como su boca, había una sonrisa larga en ella, tan marcada que incluso en la oscuridad notó que no era algo normal.

La figura se quedó allí, mirándola fijamente. Sus ojos viéndose los unos a los otros por lo que parecía una eternidad pero que en realidad eran cortos segundos. Hasta que dicha figura se atrevió a pronunciar lo que para él serían sus últimas palabras a ella.

-Ve a dormir.

Ella negó con la cabeza.

Sin embargo a esa figura le resultó extraña su acción. Todas sus víctimas formaban una cara de horror, algunas gritaban, otras trataban de huir y algunas lloraban, esas eran las más divertidas... cuando las lágrimas se sumaban con la sangre... Pero esta chica negó tranquilamente. No tenía ni el más mínimo signo de temor en su rostro, a decir verdad estaba tranquila y parecía que no había terminado.

-Aún no voy a dormir. Quiero hablar.

Hablar... hablar... le costaba demasiado a Jeff mantener la risa dentro de sí. Pero evitó burlarse en su cara y utilizó otro método con el que sabía que la asustaría. Sacó su cuchillo. El cuchillo que tantas veces había clavado en los corazones de sus víctimas mientras ellos tenían el rostro de horror al ver su rostro.

-No he venido aquí a hablar- dijo él.

Una vez más, ella no tenía ningún temor en su rostro, mucho menos por el arma en su mano.

-Eso lo sé. No creo que estuvieses deambulando por fuera sólo para tomar una taza de té. Por cierto, si quieres té, hay de canela y clavo en la cocina- señaló a la cocina- por eso me tomé la molestia de dejar la ventana abierta.

¿Ella ya sabía de su presencia... y encima dejó la ventana para que entrase?

-Eso era una pérdida de tiempo.

I don't want to go to sleep yetDonde viven las historias. Descúbrelo ahora