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20 de noviembre, 2011.
Miami, Florida, Estados Unidos.
—Algún día te vas a enamorar y te casarás.
Mamá doblaba la ropa con un cuidado obsesivo para evitar arrugas. Me preocupaba. Era difícil saber si estaba enojada o riendo por dentro. Su rostro era neutral y aterrador cuando organizaba su closet.
—No quiero eso en mi vida, mamá. —Me tiré de espaldas en su cama, dispuesta a evitar su mirada—. No quiero que un hombre me lastime. No quiero estar atada a nadie.
—¿Por qué hablas de esa manera? —dijo, presumiendo su chaleco Chanel más reciente de la colección del noventa y dos—. No has vivido lo suficiente para decidir eso. Apenas tienes diecisiete.
Solté una pequeña risa que la hizo levantar una ceja.
—Créeme, he vivido lo suficiente para saber que no quiero una relación como la tuya con papá.
Se quedó inmóvil y con la mandíbula apretada. Lo había arruinado.
—Quizás las cosas sean diferentes contigo, hija. Eres hermosa e inteligente. Estoy segura que podrás encontrar a alguien que sí te respete —comentó luego, dándome la espalda.
Me levanté de la cama y la abracé, recostando mi cabeza en su hombro para apaciguar su enojo. Y aunque me sentí mal por lo que dije, no podía dejar el tema inconcluso. No era mi estilo.
—Un título universitario será lo único que obtendrás de mí. El anillo de compromiso me lo compraré yo, sin necesidad de un hombre. Te sentirás orgullosa de mí, ya lo verás —susurré en su oído y le di un beso.
Obtuve silencio de respuesta, pero no importó. Ella entendería.
