II. Reencuentros

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Las paredes estaban bellamente decoradas con ventanas de cristal infinito, y hermosos candelabros dorados bajaban del techo, alegrando la vista. Me cohibí, simplemente no sentía que mi apariencia compaginara en ese escenario. Maldita seas Francia.

-¡Oh! Qué bueno que llegaste- un paso decorado de un bastón antecedió al coanfitrión del evento. UK se acercó con elegancia y pomposidad, su rostro decorado con su bandera parecía maquillar el desagrado de verme.

"¿Tenia opción?" respondí en mi cabeza, más no le die el placer de mirarlo. 

Entonces, detrás de él, apareció Francia, su esposa. Me estremecí al verla y casi sentí mi lengua fantasma doler de nuevo.

Juntos, eran la pareja perfecta, el matrimonio idílico. Patrañas. Para mí, Francia no era más que una mujer desdichada carente de un verdadero propósito en la vida y UK un homosexual de closet. Si pudiera hablar, les escupiría sus verdades a la cara.

Me contuve, reajuste mi gesto y solo sonreí. Sentía que esa noche haría mucho esa acción.

-Me alegra verte- soltó la francesa. "Si, claro", ella me miraba como si fuera la caca de una paloma. Me tenía desprecio y yo no podía culparla, pero tampoco le daría el gusto de verme débil.

¿Sabías que el tiempo que la tuve conquistada jamás la trate mal? Ella no le importó. Muchos me llamarán cruel y desalmada, una sádica y loca representación de un gobierno aún más oscuro y pesadillezco. 

Pero yo creo que la crueldad esta en todos, y me da risa cuando la gente se sorprende de esta verdad.

-Ven, te queremos presentar a alguien- UK tomó a Francia por el brazo y juntos avanzaron, sonriendo como actores de películas, yo camine detrás de ellos, acompañada por los dos guardias que, al parecer, no se separarían de mi lado en toda la velada.

Había un grupo de humanos y países formando un círculo compacto, más cuando notaron a la "pareja ideal" se apartaron con premura para darles espacio.

Me quede de hielo, USA estaba ahí conversando amigablemente mientras sujetaba del brazo a un hombre alto y bonachón. Como me desagradaba también esa niña. Bueno, técnicamente yo era menor que ella, pero, diablos, si quiera puedo presumir de ser más madura que la americana. Mi mirada no se posó demasiado en ella, sino que termino en la figura alta y amenazante cuya pesada e iracunda forma parecía perforar mi frente.

URSS posaba serio y digno en medio de todos, su ropa era elegante pero simple, reflejando su ideología adecuadamente. Evite a toda costa mirarlo a los ojos, creo que tenía miedo de lo que encontraría en ellos.

Fue entonces que note a su hijo, Rusia, mirando a quien sabe donde y ajeno a todo lo que los adultos discutían. Había crecido, ahora parecía un adolescente ¿tendrían la misma apariencia mis hijos? Un país crece de manera distinta a los humanos. Siendo yo destituida, mis hijos tomarían el control del país, por lo que ya debían verse como hombres jóvenes... Entonces un susurró horrible me hizo preguntarme el por qué ellos no estaban ahí. ¿Y mis hijos? ¿Acaso todavía existiría mi territorio? No, tuve que calmarme, después de todo, yo seguía ahí, con un vestido anticuado y el maquillaje mal aplicado. Mi territorio aún debía existir o yo también habría perecido con él.

-Hola- me saludo el hombre bonachón y extendió su mano. Su piel era de un azul celeste encantador y en su rostro se podía ver un logo parecido a un mapa. Su sonrisa era muy amigable.

-No esperes respuesta- se apresuró Francia, obligando al otro a bajar el brazo- Third Reich ya no tiene lengua. Una lástima, era muy buena para los discursos.

Fue la única que se rio con su broma, los otros parecían incomodos. Yo permanecí seria. Ahora el joven me miraba con sospecha, no podía culparlo, después de todo, yo fui la que dio la orden para acabar con su predecesor, Sociedades Unidas.

Al parecer, esta fiesta era para anunciar a un nuevo protector de la paz. No pude evitar sonreír con burla, el chico parecía un debilucho. Ni siquiera era capaz de manifestar una apariencia humana.

-¿Te parece gracioso?- me confrontó la francesa. Ella había dicho un chiste, ¿no? 

En otra vida, habría tomado su garganta entre mis garras, pero ya no tenía ese deseo. Hace tiempo había perdido la idea de sentir nada, solo quedaba de mi un cascarón. Tome la acción lógica, negué y baje mi cabeza, mostrando a una "sumisa y derrotada" Third Reich.

-No te pongas así, cariño, esta velada es para disfrutarla- su esposo trato de calmarla. Que buen marido.

Apague mi cerebro y deje que mi vista divagara por la sala, consciente de no mirar en dirección a URSS, quien desconfiado me vigilaba con ojo de águila. Mi sorpresa fue grande cuando note a Imperio Japonés, estaba en silla de ruedas y una joven lo empujaba por el recinto. Cuando nos miramos, él me sonrío y levantó su copa, quería saludarlo también, pero un oficial quito a la que supuse era su hija y se lo llevó al otro extremo.

Algo similar paso con Italia Fascista, mi amiga de modas, ella parecía normal, incluso, deslumbraba con su vestido de diseñador, más en cuanto quise acercarme, fue ella misma quien desvió su camino.

Al parecer, no podría reunirme con mis viejos aliados. Estúpida Francia.

Decidí alejarme y colocarme en el borde de la pista de baile, favoreciendo el camino de las miradas indiscretas sobre mi persona, más no se ocurría otro sitio al cual ir.

Fue entonces que los vi, a mis pequeños, mis hijos, y mi corazón se estrujo dolorosamente. No, no eran niños, ya eran adolescentes, era obvio que habían empezado a madurar. Mis amados gemelos aun no sabían como aparentar una apariencia humana, sobre sus bellos rostros se mostraban los colores de su bandera. Se veían tan guapos con sus trajes.

Quise acercarme a ellos, abrazarlos y llorar en su pecho... pero me ignoraron, no, huyeron de mí. Uno se refugio en la familia de los ingleses, ocultando su rostro de mí, mientras que el otro corrió y se abrazó de Rusia, guiándolo fuera de la sala. El mensaje fue claro, no querían verme.

Mis ojos empezaron a arder. Los había perdido. Mis hijos ya no me querían.

Me cubrí con los brazos, intentando recomponerme de aquel rechazo, más estaba segura de que todos se reían de mí, de mi dolor. Sus cotilleos constantes y murmullos sonaban como cláxones en mis oídos.

Quería gritar.

En una veladaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora