IV. El baile

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Mis ojos no te abandonaron tu espalda, tu cabello ni tu perfil. Te esperaba y vigilaba, cual cuervo que espera volar para iniciar su casería. 

Te vi cuando leías el mensaje escrito con labial en aquel pedazo de papel higiénico. 

Te vi cuando mirabas extrañado su contenido. 

Te vi cuando te dirigiste a un país y me señalabas, muy consiente de preguntar quien era yo. Creo que esa era la situación que esperaba.

Entonces me acerque al inglés y su familia, quienes discutían a muy pocos pasos de mi. Me miraron con sospecha, pero ¿quién podría culparlos? Estaban acompañados de la razón de esta fiesta, ONU. Estiré mi brazo y extendí mi mano, con una sonrisa en mi rostro: "Una muestra de paz y de felicitación a los ganadores", tal era mi intención. 

Ser buena perdedora.

Pero me ignoraron.

La familia desfilo, lejos de mí, alzando sus narices, como si fuera mierda en el salón. Es más, la americana paso cerca de mi y me dio un golpe con su hombro. Deje que mi sonrisa corriera de mi rostro y que la ira brillara en mis pupilas, aunque fuera un momento. Discretamente mire a tu dirección. Lo habías visto todo.

Te vi viéndome y note como tomabas una decisión. 

Te acercaste a México, si, lo conocía, en un punto lo invite a ser parte de mi equipo. Mi invitación, que prometía ayuda para devolverle ciertos territorios, cayó en manos inglesas y, de pronto, el mexicano me rechazo bajo la excusa de estar "atendiendo problemas internos", más no tuvo problema alguno para mandar a un escuadrón a combatir contra Japón. No me caía bien el mexicano, demasiado endeble y muy propenso a acatar todo lo que la americana le decía. Carecía de carácter.

Incluso cuando Italia se cambio de bando, tuvo la entereza para hablar conmigo y explicar sus razones.

También hablaste con un país que no reconocí, pero parecías tener cierta familiaridad con él.

Una nueva pieza inicio. Nuevas parejas se dirigieron al centro de la pista y tomaron sus posiciones. El famoso ONU tomo a Francia y empezó a bailar con ella.

Un vals refinado, rígido y pretencioso se apodero de los bailarines. 

-¿Me permite?- tu acento acaricio mi oído y me hizo cosquillas. De cerca eras más impresionante. Cuando tu bandera no abarcaba tus facciones, estas brillaban por se definición, masculinidad y gallardía.

Sonreí y tomé tu mano, pero antes volví la vista hacia mis escoltas, esperaba verme inocente, como una niña pidiendo permiso.

El hombre solo asintió. Le sonreí, solo que esta vez un poco más sugerente.

Me deje guiar por tu mano. La gente nos miraba con confusión, sorpresa y espanto, más tu parecías inmune, no, una pequeña curva en la comisura de tu labio delataba que amabas la atención. Supuse que estabas feliz de tener como pareja de baile a una mujer tan controversial como yo.

Nos colocamos, tú con tu mano en mi espalda y la mía en tu hombro.

-Nazi- hablaste con ese exquisito acento- ¿qué es lo que quieres?

Claro, debías estar confundido, pero me alegre de que supieras quien era, porque, aun sabiéndolo, estabas bailando conmigo.

A diferencia de tu hermana, conmigo eras suave y pausado, como un nadador que da brazadas lentas, disfrutando la tensión del agua. Cada movimiento era libre pero controlado, sabías como moverte y como guiarme, como atrapar la atención y como deslizarte por la pista, llevándonos a una zona un tanto apartada y cerca de la banda, donde nadie nos escucharía.

-Sa-ir-"salir" pronuncie con mi boca sin lengua, abriéndola con exageración para que notaras mi impedimento- qui o ce libe- "quiero ser libre".

¿Podrías entenderme?

-Y umiya a o-do-"Y humillarlos a todos" Mi mirada rabí encendida se encontró con la tuya dorada cálida. Más no hablaste ni me volviste a mirar. Termino la pieza, te inclinaste con galantería y te marchaste.

No volviste a mirarme.

¿Sabes que nunca baile tan bien como cuando lo hice contigo? Tampoco con nadie me sentí tan hermosa. Tenías ese poder, esa habilidad de un excelente bailarín que puede hacer destacar la belleza de su pareja y hacerla sentir cómoda.

Lentamente, regrese a donde estaban mis guardias. En el camino me encontré con URSS quien me miraba con ira, más poco me podía importar él, dado que mi vista recaía en mi pequeño hijo, quien se seguía escondiendo de mí, usando su espalda. 

Me pregunte donde estaría mi otro gemelo.

-Baila usted muy bien- soltó el guardia, muy para indignación de la mujer. Me limite a parpadear y esconder mi rostro, imitando a una mujer inocente. Levante mi mano y la ofrecí al oficial, quien estoy segura la hubiese tomado si la celosa de su compañera no lo hubiera evitado.

Tal es el poder de las representaciones, ser más atractivos que el promedio. En la antigüedad nos veneraban como dioses. Desearía haber existido en ese tiempo.

La velada seguía trascurriendo con calma y yo me aburría en demasía. Ya no era divertido escuchar la discusión de mis carceleros y las miradas groseras en mi persona ya no me hacían nada.

Me estaba agotando de mi papel de maniquí viviente, de memoria biológica de la guerra, de pesadilla viviente y recipiente del morbo de los demás, pero algo me decía que debía ser paciente.

En una veladaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora