Ya nada queda

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No hay nada. Ya no queda absolutamente nada. Él ya no puede llorar, sus ojos están secos, y seguirán de ese modo hasta que encuentre la manera de salvarse a sí mismo.
Su propio desprecio lo ha llevado al borde, a su límite, se encuentra en un lapso continuo de autodestrucción, ya que con solo verse en cualquier objeto que le entregue su reflejo, es capaz de arrancarse los ojos para no observarse nunca más.

No tiene conciencia de cuándo o cómo inició todo este alboroto, siempre fue una persona muy objetiva y madura. Pero con el tiempo, su mente y alma se fueron pudriendo; dejando salir de esa forma toda la putrefacción de su ser, su ego, sus manías, su auto desprecio, sus obsesiones y despecho. Ya no podía seguir fingiendo ser alguien que no es, seguir actuando. Actuando bastante bien, los problemas que yacían en lo profundo de su cuerpo, en su alma y mente, estaban siendo corrompidas por una fuerza que nacía en su interior, una fuerza que le susurra al oído todo lo que no quiere oír, una fuerza que le muestra lo que no quiere ver y que le hace sentir lo que desprecia.

No queda nada de él. Sus ojos apagados se encienden con las luces de la ciudad, buscando ese algo perdido entre las calles, que le pueda brindar ayuda. Corrompido se encuentra, y nadie se da cuenta de aquello. Solo él lo sabe, y mantiene la corazonada de que nadie vendrá a buscarlo, nadie lo apartará de lo profundo, nadie le otorgará cálidas palabras. Nadie estará.

Ya no queda nada, solo el cuerpo de un niño anhelando ayuda para salir de si mismo.

Fragmentos de una mente putrefactaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora