Ahogado por manos embarradas

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Manos y un cuerpo.
La profunda hilera de agua que parece no tener un final de manera vertical como horizontal es una belleza atroz. Cuándo uno mismo construye la cárcel de la desgracia, forjado con el propio ardor de la miseria interna y lamentos, se da cuenta de la belleza que puede llegar a ser el mundo.

La cárcel de piel, carne y hueso se pone de pie en frente, y con tan solo una mirada se puede saber que es lo que desea de ti. Poseer.
No basta con las miradas, lo impone de una manera violenta y descuidada, ahogando al ser indefenso en las aguas cristalinas con las manos embarradas de murria.

El ser se hunde cada vez mas en su pesadumbre deformando, desde lo profundo del agua, el rostro de la prisión carnosa que lo obliga a ahogarse. De vez en cuando, el ser ligero es capaz de asomarse a la superficie y tomar bocanadas de aire contaminado, para finalmente volver a sumergirse.

¿Que locura, no? Saber que ese cuerpo que abunda en pena, es el frasco del alma del ahogado. Una ironía bella, pero letal. Esa alma sabe que se está auto saboteando, pero en el fondo, quiere mantenerse en lo hondo de las aguas azuladas para no ver a ese frasco deformado por el aire contaminado que le rodea.

Fragmentos de una mente putrefactaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora