Primer pecado: A las 11 AM

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"But when I go inside

When I am alone, there is something broken.

And I fall into a sadness so sweet

That it engulfs me ...

I look in the mirror and I don't like what I see

And the tears always fall

When I am falling asleep

And I miss something,

That doesn't exist..."


Lluvia. Grandes gotas de agua dulce resbalaban por la ventana, creando un delgado camino hacia el marco blanco. El atenuante sonido de cientos de estampidas de gotas rebotando con el pavimento creaban la atmósfera gris y mortuoria del luminoso cuarto blanco.

Aunque el sol se asomaba entre las nubes y sus rayos se escabullían hasta la habitación, Donghae solo podía prestarle atención al ruido de la llovizna apresurándose con su paso feroz hacia el par de metros que le quedaba para esconder completamente a la ciudad en su maligna nube grisácea.

 El castaño mantiene la vista perdida en las fotografías colgadas en la pared. Olvida el griterío ensordecedor de la alarma, el viento escabulléndose por debajo de la puerta y los gritos de su madre pronunciando su nombre con desesperación. Aquel gran espacio de fotos es tan colorido, monótono, iluminado.  La perspectiva que mostraba le hacia dudar de la atmósfera de su habitación. No sabía si en verdad se encontraba ahí, porque aquellas sonrisas plasmadas en las fotografías le nublaban la vista.  Los recuerdos comenzaron a reproducirse, y amenazaban con aproximarse con la caja de sentimientos que tanto se había esmerado por sepultar en su corazón. La cabeza comenzó a dolerle debido a que las memorias eran tantas que no cabían.  Entonces, en busca de un poco de paz, lejos del ruido que lo torturaba, se dejó cubrir por las sábanas, tapándose los oídos rápidamente y cerrando los ojos con fuerza, intentando destruir aquel dolor tan incandescente que quemaba su mente. Sin embargo, lo único que se le ocurrió para saciar aquel  incendio fue derramar lágrimas hasta quedar seco. Le sorprendió por un momento la tenacidad de su tristeza por seguir creando dolor en forma de agua, pero aun así, no hizo nada por intentar detenerlo. Y fueron las horas las que le ayudaron a cesar la tristeza, empapando su almohada  e hinchando sus ojos. El reloj había dejado de sonar, agotado por insistir.

Entonces, por cuenta propia comenzó a deshacerse de su caparazón de algodón. Se incorporó lentamente, porque los rayos de sol achicaban sus ojos. Dio una mirada a su alrededor, parpadeó un par de veces para adaptarse y lo notó: todo era exactamente igual. No había nada en particular, nada tenía importancia. Suspiró fuertemente como cada mañana, demostrándole al mundo cuánto lo odiaba. Caminó cautelosamente hasta su armario, y, antes de poder abrirlo, notó la hora que el reloj marcaba en la pared: once cinco am.


Bajando las escaleras, notó el desayuno servido en la mesa y la letra de su madre plasmada en una nota al lado izquierdo. Cubrió el plato con una servilleta y se terminó el vaso de cristal llenado con agua hasta el tope. Al salir de casa,  se puso los audífonos y dejó que la música lo desconectara de la realidad. Caminó un par de cuadras en aquel puro y silencioso mundo hasta que la lluvia comenzó a caer de nuevo. En un día cualquiera, le hubiera importado poco mojarse, sin embargo, el llegar con ese aspecto a la escuela no era algo que podía permitirse fácilmente. Corrió el par de metros que le restaban por llegar, salpicando sus pantalones a cuadros azul naval, manchando los Converse rojos con grandes manchas de lodo.

Aterrizando en la antigua mansión, sacudió su cabello con rapidez, salpicando el piso. Caminó lentamente hasta las escaleras, sin importarle la mirada curiosa de los profesores al verlo pasar por la puerta.  Permitiéndose contar escalón por escalón, Donghae intentó calmar los latidos de su corazón, quienes parecían conocedores de la escena que tendría que enfrentar tan pronto llegara a su salón de clases. Sólo era el largo pasillo principal que lo separaba de la atroz tortura que le esperaba. Y justo cuando estuvo al frente de la puerta del salón de literatura, Donghae volvió a dudarlo. La mano comenzó a temblarle, aterrada por jalar la perilla. No podía. No podía regresar a la escena de su vida que tanto le había costado borrar. Era inútil intentar sentirse bien, era estúpido tratar de controlar su tristeza. Sin embargo, sus pensamientos y temores se hicieron tan profundos  que provocaron la tensión en su cuerpo, evitándole reaccionar con rapidez  cuando la puerta se abrió bruscamente. El perfecto de la Casa Roja lo miró fríamente.  Hae no hizo nada más que bajar la vista tan pronto como sus ojos se encontraron con los del profesor. Esta vez, el silencio le atormentaba peor que sus recuerdos, y era debido a que, entre la multitud consternada, un demonio le miraba juguetonamente, quemándole el alma.

La cuenta final hacia el averno (Eunhae)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora