𖥔 . . . 𝒊𝒙. let's lose our minds.

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CAPÍTULO NUEVE
let's lose our minds,
please stay with me.

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loc. DRAGONSTONE

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        LAS SÁBANAS AMANECIERON IMPECABLES. Blancas. De nuevo, sin una gota de sangre. La princesa suspiró, resignada, tragándose su propia angustia como primer platillo del día. Sacándola de la burbuja, los brazos de su prometido la rodearon, regresándola a su sitio inicial; las respiraciones de ambos se sincronizaron, rozando la calma con suavidad. Quieta, disfrutó de los dedos en su vientre, que dibujaban pequeños en forma de caricias. Jacaerys no debía estar allí, en sus aposentos de soltera, no cuando su sangrado podía aparecer en cualquier momento —cosa que aguardaba con todas sus fuerzas—, pero a él no le importaba. Sabía que ella la pasaba mal y dejarla sola no era una posibilidad. No cuando había jurado a los dioses y a sí mismo, amarla, protegerla y acompañarla.

Había sido una semana extraña, no mala, pero era evidente que algo se salía de lo habitual. La tensión respiraba y se cortaba con una daga, a la espera de lo que significaba el comienzo de un nuevo ciclo, de la siguiente etapa de la historia firmada y sellada bajo el poderoso y respetado emblema de los tres dragones.

— Enhorabuena, mi señora está encinta.

Volar despejaba su mente. Una vez pudo darse a la fuga, abandonando sus obligaciones y dejando hablando solos a los erúditos y demás tutores que no hacían más que atormentarla con preguntas y filosofía antigua, fue en busca de una buena amiga. Alguien que, sin duda, no la veía como de soslayo y más importante todavía, no esperaba nada en particular de ella.

Por supuesto, no era bien visto o, por lo menos, no era una cosa habitual la amistad o la cercanía entre una sierva y una noble, pero tampoco era como si a la princesa le importase tal desfachatez. Si ya era conocida como la desvergonzada hija del canalla, ¿cómo importarle tales pequeñeces? Su vida no valía más o menos que la de cualquier persona a su alrededor. No importaba cuánto esfuerzo pusieran las costumbres y enseñanzas en enfatizar las diferencias entre la sangre de dragón y los demás; la muerte era igual para todos.

Lava —era el nombre de aquella muchacha de ropas sucias y cabellos tostados por el sol—, no me llames así.

— Una mujer casada es una señora más —le sonrió la aludida, mostrando los dientes. Daba la impresión que aquella sierva, rebosante de insolencia, no profesaba respeto alguno por la futura reina consorte.

— No estoy casada —se apresuró en responder la princesa, a mitad de un mohín—. Todavía no.

— Echaba de menos su visita, mi señora —y lo dijo de nuevo.

— Lava, por favor, no seas impertinente.

Lava. Con la piel bronceada por su constante exposición al sol, de acento flojo, líquido y vibrantes ojos color arena. Servidora de la Dinastía Targaryen desde que tenía memoria y ahora, con menos de dieciséis años, era una fiel aliada de la primogénita del popular príncipe rebelde.

— Dígame ya —la más joven de las mujeres volvió a hablar—, ¿la semilla del príncipe de Rocadragón dió frutos tan temprano?

— No dejo de pensar en ese sueño —suspiró, mordiéndose las uñas.

kingslayer . lucerys velaryonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora