𖥔 . . . 𝒙. goodbye, my universe.

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CAPÍTULO DIEZ
goodbye, my universe.

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loc. DRAGONSTONE

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        EL PRÍNCIPE LUCERYS NUNCA SE SINTIÓ TAN FUERA DE LUGAR como ahora, en la mesa, rodeado de su familia. Ni siquiera comprendía las palabras que salían de sus bocas, unas tras otras. Era como si mantuvieran una conversación en una lengua desconocida para él. Su madre hablaba de algo, un tema que la mantenía llena de luz y entusiasmo. Daemon, su padrastro, le respondía con la misma energía. En silencio, se preguntaba, ¿cómo era posible, en nombre de los dioses, que se sintiera tan fuera de lugar? Casi como si no estuviese allí, en la mesa, tomando la primera comida del día. Tal vez no estaba allí realmente. La locura lo había alcanzado, ¿era eso? Suspirando, el príncipe del mar volvió con pesadumbre el rostro a su derecha, encontrándose con un par de orbes violetas y un entrecejo fruncido que se suavizó al instante.

Lucerys le sonrió como un tonto, incapaz de desviar la mirada. ¿Cómo podría hacerlo? Cuando se trataba de ella y esas armas mortales, capaces de leerle el alma enterita. La princesa dió un sorbo a su bebida caliente, haciendo caso omiso a la cháchara a su alrededor. Lo miraba, escudriñando su alma, como si deseara descubrir cada uno de sus secretos más profundos. Sin embargo, ¿qué otro secreto sería capaz de ocultarle a ella? A la dueña de cada una de sus inhalaciones y exhalaciones. Todas le pertenecían, así como cada uno de sus secretos.

De pronto, la conversación a su alrededor tomó sentido. Recordó por qué, en primer lugar, optó por hacerse de oído sordos; hablaban de la boda que él nunca tendría con la mujer que amó desde que era un crío de rodillas ensangrentadas. No, ella siempre curó sus rodillas. Con su magia. Esa magia que nadie más que él conocía.

Cada día era más real. Él sabía que ella no amaba a Jacaerys, pero tal cosa no aminoraba su ansiedad en absoluto. Por el contrario, hacía de aquello algo peor. Más doloroso. Una parte de él deseaba ir con su hermano y explicarle las cosas. Si lo hablaban como dos personas civilizadas, ¿llegarían a un acuerdo? Pero, ¿qué podía decirle? Que él la había amado primero era una opción, aunque aquello no fuese para nada una competencia. ¿Qué más daba? ¿Qué más daba haberse guardado todos sus sentimientos por ella cuando su hermano mayor acabó arrebatándole su primer y único amor? Jacaerys se enamoró y él también lo hizo. Ambos estaban enamorados de la misma persona. Es a mí a quien ama, se moría por decirle. Para luego tomar a la princesa en sus brazos y besarla frente al mundo entero, recorrer altamar juntos y criar a sus hijos, permaneciendo juntos hasta envejecer.

Hasta la muerte.

Con esfuerzo, alcanzó un cuenco lleno de vino fresco y dulce. Una vez se hubo refrescado la garganta, enfrentó uno de esos pensamientos que lo atormentaban sin cesar. La muerte. No, no era la muerte en sí. Eran los sueños de Rhaedes los que le ponían los pelos de punta y por los mismísimos dioses que no se había olvidado de aquella noche y las ocho cicatrices en sus brazos. Sabía que todo esto se le revolvía en el pecho en forma de malestar por la cercanía con la boda. Era eso, paladear la llegada de ese día. Saborear su propia desesperación y derrota. Y sabía que era no era la peor parte. Lo peor llegaría al momento de tomar como esposa a Hera. Ni siquiera tenía sentido que aquel compromiso continuase, sobre todo cuando la culpabilidad y los engaños de su futura esposa estaban en boca de todos. En silencio volvió a hacerse esa pregunta. ¿Por qué sus padres no dieron por finalizado el compromiso? Si tenía que ver como la mujer que amaba era tomada por otro, por lo menos se debía a sí mismo un favor. Un último favor. Y sabía que si no lo hacía ahora, no lo haría nunca.

kingslayer . lucerys velaryonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora