𖥔 . . . don't blame us for trying to bleed.

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CAPÍTULO CERO
father, don't blame us for trying to bleed like real human beings and nothing more.

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       LUCERYS «LUKE» VELARYON ERA EL DULCE NIÑO DE MAMÁ. El cabello lo tenía marroncito y los ojos, de otoño; brillantes, ocres, curiosos y expresivos. Incluso juguetones. Con vida propia. Dos mejillas redonditas y bien coloradas, como un par de jugosas manzanas. Los rizos, tan inquietos como su portador, saltaban aquí y allá, cayendo desordenados en su frente, siempre sudorosos y llenos de lodo. Curioso, el pequeño no sabía lo que era estar en santa paz por menos de un minuto. Era un niño inteligente, travieso y muy feliz. Saturaba a su madre de preguntas y cuando la princesa no se encontraba a su alcance, corría a buscar a su hermano mayor.

Escaparse de su dormitorio provisional le resultó una idea emocionante. Ya se había memorizado el camino de regreso y no pensó en otra cosa durante horas, incluso después de la cena, hasta que logró completar su misión; ver el mar de cerca le generaba temor, pero no como el que le causaba dormir con la luz apagada o cuando sus tutores le regañaban por no aprenderse tal lección. Se sentía atraído por el mar. No dejaba de preguntarse qué había dentro del agua. Jacaerys, su hermano mayor, no fue capaz de responderle y aunque trató de preguntarle a su madre, ella se limitó a mirarle con la acostumbrada ternura y besarle en la frente. Nada más. Amaba los cariños de su mamá, pero en aquellas tierras costeras muy lejanas a su hogar, esa noche, posterior al funeral de la segunda esposa de su tío, solo quería sentir la arena en sus pies y mojar sus manos con agua salada.

La brisa marina se sentía salada sobre sus labios. El dócil, dulce y sumiso golpeteo de las olas contra la imponente costa se fusionaba con el siseo del viento. Sobre él, el firmamento nocturno decorado por brillantes puntitos de luz que lo iluminaban todo a su paso, danzando elegantes alrededor de la luna llena. Y debajo de él, la crujiente arena. Crujiente, fina y cálida.

Lucerys nunca se atrevió, ni remotamente, a mirarla a los ojos o a dirigirse a ella por su nombre de pila. No se sentía digno y era evidente que, a diferencia de sus hermanos y él mismo, ella nunca había sido repudiada o mirada de soslayo, con recelo y repulsión. Ella no fue señalada como descendiente ilegítima de nadie. Su orígen jamás fue cuestionado.

En efecto, Rhaedes era la viva imágen de la Casa Targaryen y su padre, el vehemente y aclamado príncipe Daemon, vaya que podía estar orgulloso de su precioso y único retoño; cabellos plateados y ojos púrpuras, digna representante de la milenaria estirpe con sangre de dragón.

Muy a su pesar, él no fue dotado con ninguna de estas peculiares características. Aunque, risueño, su cariñoso abuelito, el rey, insistía en encontrar en sus amados nietos rasgos idénticos a los de su madre. En silencio, Lucerys lo ponía en duda.

Luke se sentía muy pequeño y torpe ante a ella, como si no importara nada; ser hijo de la princesa heredera al trono no significa nada cuando desde que tienes percepción de tu existencia, las personas te han tratado como un bastardo.

Esa noche, a la orilla del mar, algo cambió dentro de él. Y si no esperaba encontrarse con nadie en su aventura de chiquillo travieso, ahora lo agradecía. Mucho.

Incluso sin las circunstancias no fueron las más propias o, al menos, adecuadas, no cambiaría nada de lo sucedido.

Lucerys no recordaba haber corrido tan rápido como esa noche. Cuando entre sollozos, gritos y con sus pequeñas manos llenas de sangre, vio al príncipe Daemon sosteniendo a su única hija, la princesa Rhaedes, en un intento por salvar su vida.

Por supuesto, él era muy inocente para entender lo que sucedía. Que la niña, quien no pasaba de los diez años, había intentado quitarse la vida. Y que de no ser por su rebeldía, por su travesura nocturna, otro funeral se ofrecería.

— Lucerys —su tío, quien continuaba bañado hasta los pies con la sangre de su hija, se sentó junto a él y tomó la palabra. Sollozante—. Has salvado la vida de mi princesa.

— Tío... —intranquilo, aferrado a su madre, volvió el rostro hacia el hombre a su lado—. ¿Puedo ir a verla? ¿Madre, puedo?

— Lo mejor será dejarla descansar, tiene mucho que sanar —su madre sujetó la mano de Daemon. El niño asintió, no muy de acuerdo.

— Gracias por salvar la vida de mi hija, Luke.

kingslayer . lucerys velaryonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora