Te echo de menos, esposo mío

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Desde que me fui lo único en lo que pienso es en ti. Es difícil mantenerte fuera de mi cabeza, o lo que queda de ella. Pasamos la vida juntos, a veces se me hace imposible de creer. O al menos, casi toda. Este último año has tenido que acostumbrarte a mi ausencia. Oh, mi amor, te juro que si hubiera podido escoger, me hubiera quedado contigo toda la eternidad. Jóvenes y fugaces, o mayores alelados. 

Este 1 de noviembre, reuniste todas las agallas recolectadas desde hace un año y medio posibles, y viniste a visitarme. Espero que porque ya no me puedas ver, no creas que mi amor ha muerto. Puede que sea tan fuerte que sea lo único que me hace poder intentar decirte con mis mejores intenciones este pequeño discurso.

Te vi con aquel precioso sombrero rojo, el último regalo que ter había brindado, que corrompía la harmonía del negro traje. Te sienta tan bien... Lástima que la única razón de que tú lo tengas fuese despedirme en mi repentina partida.

Viéndote, apretando el sombrero contra tu pecho mientras llorabas y te lamentabas de que yo no pudiera estar contigo para jugar a aquellas partidas de parchís los domigos por la tarde, tomar el café por la mañana o irnos a la cama juntos mientras nos contábamos los chismes del día, decidí susurrarle a un pájaro que fuese hasta dónde tú estabas, y tal vez, podría darte una pista de que yo estaba por ahí.

Un gorrión se posó encima de cruz saliente de mi nuevo hogar. Cuando te diste cuenta de la estancia del pequeño cantor, lo miraste incrédulo; sabía que jamás olvidarías que perdía la cabeza de lo bellos que son los gorriones. Una parte de ti pensaba que estabas loco.
Acariciaste al pequeño, y como buen amigo que es, él no se fue. Se quedó a explicarte todo sin palabras. Diría que en algún punto lo comprendiste todo, porque, aparecía un río de pulcras lágrimas eufóricas. Nunca se te dio bien esconder la ilusión.

Te limpiaste las lágrimas y te fuiste a la vez que el gorrión, satisfecho con el mensaje que habías recibido. Amor mío, yo no sé cuándo te llegará la hora, y espero que tarde, pero quiero que sepas que cuando vengas, te estaré esperando.

Tal fue nuestra felicidad, que no te diste cuenta, de que un joven arrepentido nos estaba mirando, cavilando sobre maneras de contarle al mundo nuestra historia.

Benemérito sometido. Albedrío despresitgiadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora